Es una compañera ineludible en la alfabetización de una persona porque contribuye a desarrollar la imaginación. “Adquirir el hábito de la lectura es construirse un refugio contra casi todas las miserias de la vida”, sostenía el escritor británico William Somerset Maugham, mientras que el tucumano Nicolás Avellaneda expresaba: “cuando oigo que un hombre tiene el hábito de la lectura, estoy predispuesto a pensar bien de él”. Sin duda, los vertiginosos cambios tecnológicos han influido en la creación de nuevos códigos de comunicación que han alterado desde el lenguaje hasta el modo de leer.
Con la idea de generar el gusto por la lectura en su hija de 8 años, una madre tucumana decidió crear un club de lectura para ella y 11 compañeras del colegio. Se juntan cada 15 días, intercambian libros, convocan invitados especiales y visitan librerías. A través de un grupo de WhatsApp anuncia una semana antes qué tarea van a hacer en el club. Ya en la clase, leen, intercambian libros para leer en casa y al concluir el encuentro realiza un video para compartirlo con las otras mamás y darles su impresión acerca del encuentro. “Tendemos al facilismo, a prenderles la tele, a que no ‘molesten’. Subestimamos a nuestros niños. Y también somos responsables de eso. Hay que ponerse las pilas y reaccionar. No todo es culpa del medio. Yo me canso de quejarme de todo. Esta vez decidí hacer algo”, le dijo la arquitecta y docente a nuestro diario.
Se escucha decir con frecuencia que los chicos leen cada vez menos, aunque tampoco antes se leía mucho más. La costumbre de leer se gesta en el seno del hogar, si los padres leen posiblemente sus hijos serán lectores; también puede influir algún docente que les contagie a sus alumnos el amor por los libros. “Siempre tuve el ejemplo de padres lectores que supieron transmitirme el hábito. La lectura es una actividad natural para mí... Hay que buscar textos que abran la cabeza, que enseñen a pensar y a volar hacia rincones fantásticos. El peligro de la televisión es ese: neutraliza la imaginación del niño al darle todo demasiado elaborado y crece sin aprender a fabricar cosas nuevas”, dijo Fiorella Rímola, la alumna tucumana que ganó en 2001 el II Concurso Hispanoamericano de Ortografía que tuvo lugar en Colombia.
Seguramente le resultará difícil a un docente estimular el hábito de la lectura si él no lee regularmente y solo se limita a desarrollar un programa preestablecido. Sería importante si en los institutos de formación docente, se les inculcara tal práctica como fundamental en la enseñanza y que tuviesen contacto con los escritores tucumanos, ya sea a través de charlas o de entrevistas. Si cada establecimiento educativo contara con talleres literarios, probablemente se contribuiría a la noble causa.
En las escuelas, podrían organizarse grupos de chicos que fueran a leer cuentos en otros colegios, en comedores infantiles, en hogares de ancianos, en las bibliotecas populares, en los hospitales; de esa manera, la literatura iría ganando espacio no solo entre los chicos, sino también entre los adultos.
Bienvenida sea la acción esta joven madre de crear un club de lectura para su hija y sus compañeras. “Estoy convencido de que un libro no puede cambiar el mundo, pero puede cambiar, al niño, a la mujer, al hombre que puede cambiar el mundo. Y mientras estés cambiando, puedes ir cambiando al mundo… Si un niño de Ciudad Juárez, lee, por ejemplo, el libro de Ana Frank, difícilmente se convertirá en el futuro en un delincuente”, sostiene el escritor Benito Taibo.