10 Noviembre 2019

Por Julio María Sanguinetti

Pasaron 30 años de la caída del muro de Berlín. ¡Qué 30 años! En América latina habíamos dejado atrás los golpes militares. Tuvimos un aluvión democrático en la década del 80 y se reconstruyó un clima de esperanza. Pero la economía era otra.

Nuestra democracia empezó a enfrentar desafíos y acechanzas. El primero es el de su propia tergiversación. Un fundamentalismo democrático que parte de una elección popular pero que genera un afán cesarista de permanencia. Pasó en Venezuela. Se creyó que todo abuso estaba legitimado y hoy sufrimos el esperpento del socialismo del siglo XXI.

Hoy nos comunicamos de otra forma. Tenemos ciudadanos que se sienten representantes de sí mismos, sin necesidad de intermediarios, con aspiraciones de comunicación directa. Vemos el decaimiento de las estructuras sociales hacia el coro desafinado de las redes. Todos los movimientos de enojo salen de allí. Redes eficaces para la destrucción pero no para la construcción. Fluyen prejuicios, emociones e impulsos pero pocas ideas. Son la amplificación universal de lo que llamamos “la calle”. Antes se decía “la calle dice”. Un amigo mío replicaba “¿pero qué calle? Porque yo caminé por una y no decían eso.”

Los dilemas del crecimiento, las nuevas necesidades y reclamos, la aparición de nuevos horizontes plantean grandes retos. Los pobres son menos pobres pero se sienten más lejos de los privilegiados. En la comparación entre ideales y realidades hay siempre una distancia que deben administrar los gobernantes.

En Chile despertaron personas adormecidas. Una chispa generó el fuego. La calle es seductora, arrebatadora e inmanejable. Aparece el efecto destructor que parece monopolizar el reclamo pero que en realidad esconde el odio y el resentimiento de los indignados.

* Ex presidente de Uruguay, presidente del Foro Iberoamérica.

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