10 Noviembre 2019

Por Guillermo Jaim Etcheverrry

No se puede hacer un análisis de la educación superior sin abordar la educación básica. En la Argentina de cada cien chicos que inician su educación solo 50 terminan el secundario. Y de ellos, la mitad tiene problemas para comprender lo que lee. Por lo tanto, cuando hablamos de acceder a educación superior hablamos de algo a lo que muy pocos están en condiciones de acceder.

Si no invertimos en educación nunca nos desarrollaremos. Países como Corea del Sur eran pantanos hace 50 años. Hoy, a través de la educación, son países desarrollados.

Las universidades son mucho más que empresas, son órganos complejos. Espacios en los que se producen encuentros sustanciales entre personas. Esta idea de universidad está amenazada. Contamos con tanto a nuestra disposición, con tan amplia oferta académica, somos interpelados por tantos estímulos que no podemos asimilar la mayoría. Estamos sometidos a la tiranía de lo instantáneo. Nos deslizamos sobre la superficie de las cosas. Nuestra inmersión en un entorno acelerado dificulta la pausa para la reflexión. Para ello, para mirar hacia atrás y hacia adelante, necesitamos tranquilidad y lentitud. Quizás la universidad sea hoy la única institución que nos permita hacerlo. Son el lugar y el tiempo de nuestras vidas donde podemos reflexionar, imaginar, crear. Es una institución de ideas. La amenaza externa está dada por la tentación de la cosificación. La universidad proporciona a las nuevas generaciones una brújula, una visión del mundo. La educación no debe convertirse en un sector más de la adquisición de bienes y servicios. Debemos reconocer su singularidad. Y recordar a Hesíodo: “educar a una persona es ayudarla a ser lo que es capaz de ser.”

* Ex rector de la Universidad de Buenos Aires.

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