Recordando a Gabriel García Márquez *

Tener un diario propio fue justamente uno de los pocos sueños que no logró materializar en su vida un hombre que realizó casi todo lo que se propuso. El Otro nunca vio la luz porque al final prevaleció un proyecto literario en ciernes, nada menos que El amor en los tiempos del cólera.

ANHELO. García Márquez (relata Jaime Abello) quería ser recordado no por Cien años de soledad ni por el Nobel, sino por el diario que, al final, no fundó. ANHELO. García Márquez (relata Jaime Abello) quería ser recordado no por Cien años de soledad ni por el Nobel, sino por el diario que, al final, no fundó.
17 Noviembre 2019

Por Jaime Abello Banfi

PARA LA GACETA - BOGOTÁ

“Desde que me inicié como reportero, con una terquedad enfermiza, he soñado con hacer un periódico”: esto fue lo que dijo Gabriel García Márquez a su colega periodista Darío Arizmendi en una entrevista de 1983, para anunciar la empresa que ambos estaban armando con el objetivo de sacar un diario nacional en Colombia que se llamaría El Otro. Agregó: “Quiero vivir y donde más se vive es en la redacción de un diario. Quiero volver a empezar, trabajar sin sabelotodos de 45 años, con muchachos sin vicios, con periodistas profesionales que crean en Colombia, que no destilen hiel ni amargura permanentemente…”

Y remató con extraordinaria contundencia: “No quiero que se me recuerde por Cien años de Soledad, ni por lo del Premio Nobel, sino por el periódico. Nací periodista y hoy me siento más reportero que nunca. Lo llevo en la sangre, me tira. Además, quiero que hagamos el mejor diario de América Latina, el mejor informado, el más veraz, el más exacto. Que nunca nos rectifiquen.”

Tener un diario propio fue justamente uno de los pocos sueños que no logró materializar en su vida un hombre que realizó casi todo lo que se propuso. El Otro nunca vio la luz porque al final prevaleció un proyecto literario en ciernes, nada menos que El amor en los tiempos del cólera, y también por los consejos leales y realistas de dos buenos amigos argentinos que Gabo había contratado como expertos para hacer el estudio de viabilidad del negocio: el inolvidable periodista y escritor Tomás Eloy Martínez, y nuestro querido Rodolfo Terragno. Ellos le recomendaron prudencia ante un compromiso que sería muy demandante de tiempo y riesgoso desde el punto de vista financiero y comercial, pero también para su seguridad personal, en una Colombia que en esos años empezaba a adentrarse en una fase histórica de intensificación de la violencia entre mafiosos, guerrilleros y paramilitares, por causa del narcotráfico.

En el memorando con que dio sepultura al proyecto de El Otro, Rodolfo Terragno le dictaminó a Gabo: “Aun aceptando que tuvieras un débito (y no un crédito), en tu cuenta con Colombia, creo que el diario no sería el único modo de saldarlo. Otras iniciativas (e incluyo entre las posibles la del taller de periodismo) supondría menos sacrificios innecesarios.” Aunque El Otro no pudo nacer, en este memorando de Rodolfo se registra claramente el embrión de lo que ahora podríamos llamar “La Otra”, es decir la Fundación Gabo, que heredó esa obsesión por promover un periodismo impecable.

Voy a contarles un poco sobre cómo surgió esta iniciativa, porque la historia refleja claramente el activismo y las múltiples dimensiones de García Márquez más allá de lo que lo hace conocido, que es su faceta de escritor que ganó el Premio Nobel de Literatura y fue celebridad mundial por su narrativa fascinante, como autor de historias hipnóticas que el lugar común ha etiquetado como realismo mágico. Sin embargo, más allá de la popularidad de sus novelas y de su fama como escritor, e inclusive, más allá su nutrida obra como autor o inspirador de textos periodísticos y guiones de cine, hay que resaltar que fue también un hombre de acción, con múltiples dimensiones e intereses, capaz de lograr de manera pragmática que sus ideas visionarias se plasmaran en los proyectos educativos que lideró y que han perdurado.

En diciembre de 1993 Gabo me llamó a mi oficina de director de Telecaribe, canal regional de televisión del Caribe colombiano, para pedirme que le invitara a cenar con su esposa Mercedes, precisamente el 28, día de los Santos Inocentes. Después de varias horas de una velada inolvidable, una cena deliciosa regada con buen whisky, en la que solo habló de periodismo y en la que reiteró que era urgente hacer talleres de formación para periodistas jóvenes, fue que me pellizqué y se me ocurrió preguntarle:

- ¿Y por qué me hablas de todo esto?

- Porque quiero que me ayudes a pensar cómo hacerlo -contestó.

Con lo cual le dio un giro a mi vida.

Acompañé a Gabo en los preparativos de nuestra Fundación, en los que se empeñó con gran entusiasmo a lo largo de 1994. Allí aprecié lo que podríamos llamar su “pragmatismo-mágico”: una gran disciplina de trabajo con resultados concretos cada día, una cuidadosa compartimentación de su tiempo e intereses, clarividencia para visualizar posibilidades, tendencias y riesgos, y un sentido del humor a toda prueba. “Lo mejor es lo que pasa” me decía.

En ese año memorable Gabo estaba lleno de proyectos y compromisos: construía una casa en Cartagena, la casa de sus sueños, que le encomendó a Rogelio Salmona, el arquitecto más reconocido de Colombia; participaba activamente en los trabajos de la Misión de Educación, Ciencia y Tecnología o “comisión de sabios” creada por el gobierno colombiano para proponer políticas públicas sobre estos temas; incursionaba en el periodismo de televisión como socio del noticiero QAP; planeaba producir telenovelas; adelantaba las investigaciones y entrevistas para un gran libro de reportaje que publicaría dos años después con el título de Noticia de un secuestro; estrenó su única obra de teatro Diatriba de amor contra un hombre sentado; publicó la novela Del amor y otros demonios con la cual regresó una vez más a su apartamento del Paseo de Gracia en Barcelona para el día de Sant Jordi; dictó su taller anual para guionistas en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños que había fundado en Cuba; recaló como siempre en su casa principal, la de Méxic,o en un año electoral que había complicado por la aparición en el panorama del movimiento zapatista; recibió en Cartagena al Rey de España y los presidentes iberoamericanos en una de las cumbres de Jefes de Estado y de Gobierno; y se reunió por primera vez, para conspirar por la paz, en este caso por el acercamiento entre Cuba y Estados Unidos, con Bill Clinton en la casa de Bill y Rose Styron en la playa de Martha’s Vineyard, en compañía de su esposa Mercedes y del fundador del Foro, Carlos Fuentes, y su querida esposa Silvia.

En medio de toda esa vorágine que les acabo de describir cumplimos estrictamente, desde los días del Festival de Cine de Cartagena en marzo, hasta fines octubre de 1994, un cronograma de reuniones intensas con asesores contratados por él, para hacer la planeación económica, el diseño de actividades y la constitución legal de esa fundación que nos estábamos inventando para poner en marcha ese taller de periodismo del que le había hablado a Rodolfo Terragno 10 años antes.

La Fundación Gabo, como ahora se denomina, es sin duda otra obra de la autoría de Gabo: él aportó una visión estratégica de altos ideales de este proyecto periodístico, educativo y de ética pública, financió los gastos de arranque, dirigió muchos de los talleres iniciales, se encargó personalmente de conseguir la vinculación de los primeros cómplices -maestros y aliados institucionales-, y llevó la presidencia de la junta directiva hasta el momento de su fallecimiento. Próximos a celebrar el aniversario 25 la Fundación, en la cual participan como directivos sus hijos Rodrigo y Gonzalo García Barcha, y miembros ilustres de este Foro, como Sergio Ramírez, se ha consolidado una institución internacional independiente, reconocida a nivel mundial por su trabajo de formación y promoción de un periodismo que busque la excelencia, la coherencia ética y la innovación.

Para comprender el sentido de este legado, es preciso resaltar que Gabriel García Márquez se dedicó al oficio de periodista por más de cincuenta años, en paralelo a la carrera de escritor de ficción que le dio fama mundial y a los proyectos como cineasta con los que no llegó a obtener tanto reconocimiento.

En una primera etapa, entre 1948 y 1961 (con la pausa en París que dedicó a la escritura de El coronel no tiene quien le escriba) fue empleado de periódicos, revistas y agencias de prensa, y desempeñó todas las funciones imaginables en un equipo periodístico: editorialista, titulador, columnista, reportero, enviado especial, corresponsal internacional, crítico de cine, jefe de redacción y director. Ese primer ciclo terminó en Nueva York en 1961, cuando se cierra la oficina de la agencia cubana Prensa Latina y el se aleja de su relación con Cuba hasta mediados de los 70.

Su prolífica obra periodística de la primera época se salvó gracias al acucioso trabajo de investigación y recopilación del profesor Jacques Gilard, quien la organizó en tres tomos: Textos costeños, Entre Cachacos y De América y Europa. En varios de los artículos y columnas de esa primer período que se caracterizó por su desbordante creatividad -al punto de que se permitía sospechosas licencias literarias en algunas de sus piezas periodísticas-, empezó a dibujar los trazos de los personajes, los ambientes y las historias de Macondo, a los que daría forma, poco a poco, con una serie de cuentos y novelas cortas que culminaron en la eclosión de todo un nuevo mundo literario escenificado en Cien años de soledad.

Después de una larga pausa en la que buscó suerte en México con la industria cinematográfica, para hallar allí un nuevo hogar y las condiciones propicias para el éxito clamoroso de su primera gran novela, Gabo inició en Barcelona una segunda etapa de su vida de periodista, con el rescate y publicación como libros de textos periodísticos de la primera época (Relato), para luego, entre 1974 y 1979, después de publicar la novela del dictador El Otoño del Patriarca, radicalizarse como periodismo militante desde la revista Alternativa, por la indignación que le produjeron el golpe de estado en Chile, la intervención norteamericana y la muerte de Allende y también como gesto de convicción revolucionaria.

La publicación de su novela Crónica de una muerte anunciada da paso a una tercera etapa, la del periodista investido del poder de la fama, animado por la nostalgia de la sala de redacción y la reportería de calle, y preocupado por la ética y el rigor investigativo, todo lo cual se decantará, para el resto de su vida, en la moderación política de quien priorizó la autonomía cultural y política de América Latina y se dedicó a un ejercicio independiente y de madurez del que proclamó como el mejor oficio del mundo: publicó columnas y crónicas, fue autor de libros de reportaje, promotor y socio de empresas periodísticas y educador de sus colegas más jóvenes. Es justamente la etapa que va de el fallido proyecto de El Otro, a la Fundación.

En los trabajos y testimonios de las tres etapas se observa que a Gabo lo movieron tanto la vocación de narrador como el ideal de servicio público del periodismo, asumidos como una pasión por investigar y comprender la realidad social y política para interpretarla con un punto de vista propio y contar cuentos que son verdad, no solo por amor al arte de narrar desde el campo de la no ficción, sino como una manera de ejercer ciudadanía, de hacer crítica y de participar en el debate público. García Márquez declaró que el periodismo es un género literario, evitó el género del ensayo y soñó siempre con montar un periódico propio para hacer desde allí el mejor periodismo del mundo.

Cartagena fue para Gabo el punto de partida y de llegada de su vida periodística, escenarios de dos de sus novelas y su refugio favorito en el Caribe de sus querencias, donde se reconectaba con su terruño, la familia y la cultura matriz, disfrutaba del festival de cine o simplemente retornaba a renovar sus fuerzas vitales en el medio ecológico del eterno verano. Aquí regresó en mayo de 2016, dos años después de su muerte, cuando sus cenizas fueron depositadas en un monumento funerario construido en el patio del antiguo claustro de La Merced, frente a la muralla, en una ceremonia celebrada a la hora malva de las seis de la tarde.

En el primer trimestre de 2020 saldrá la edición colombiana del primer libro de la colección del Centro Gabo con el título de Los Médicos de Macondo, En sus páginas se revelan hechos, personas, fundamentos científicos y fuentes profesionales del tratamiento exacto y riguroso en sus historias de ficción a una de sus obsesiones: las enfermedades, los procesos fisiológicos, los remedios, los médicos y los hospitales.

Con publicaciones como esta, exposiciones interactivas, talleres e investigaciones del Centro Gabo, aspiramos a demostrar y difundir a las nuevas generaciones que, para que se manifieste la magia de la creatividad, para que vuelen las mariposas amarillas, como tan bellamente lo narra Cien años de soledad, no hay nada mejor que el fundamento realista, investigativo, amigo de la verdad y la ciencia, que el propio Gabriel García Márquez resumió en esta contundente afirmación de 1991, recogida en otra entrevista con Darío Arizmendi: “Soy un periodista, fundamentalmente. Toda la vida he sido un periodista. Mis libros son libros de periodista, aunque se vea poco. Pero esos libros tienen una cantidad de investigación y de comprobación de datos y de rigor histórico, de fidelidad a los hechos, que en el fondo son grandes reportajes, novelados o fantásticos, pero el método de manejo y de investigación de la información y los hechos es de periodista.”

© LA GACETA

Jaime Abello - Director general y cofundador de la Fundación

Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI).

* Fragmento de una exposición en el Foro Iberoamérica XX.

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