Fue un plan ideado con la mente de un avezado criminal. Es la historia de un casanova que ahogado por las deudas decidió tomar una drástica decisión: intentó fingir su muerte para cobrar un seguro y poder cumplir con todas sus obligaciones. De un hombre que fue condenado, pero que cumplió parte de la pena lejos de los fríos muros del penal de Villa Urquiza o evadido de la Justicia. Un condenado que se burló una y dos veces de la Justicia al evadirse para no cumplir la pena de prisión perpetua que le impuso un tribunal tres años después de que concretara el homicidio. Un prófugo del que no se puede confirmar si sigue vivo.
1.- El caso
El miércoles 26 de abril de 2000 un llamado anónimo alertó a la Policía de un gravísimo hecho. En la ruta 305, que conduce a La Aguadita, vieja escuela de centenares de pescadores de la provincia que en esa época se había transformado en enorme basurero a cielo abierto, encontraron un Renault 9 y los restos de un hombre que había sido quemado. El hallazgo generó un verdadero revuelo. Media fuerza se dirigió hacia el lugar para analizar la escena del crimen y tratar de establecer qué había ocurrido. Los móviles de radio, que en esos momentos cumplían el papel de las redes sociales de hoy, informaban todo lo que estaba sucediendo en vivo. Los tucumanos, conmocionados por el homicidio, comenzaron a hacer conjeturas sobre lo que podría haber ocurrido.
Los policías que llegaron al lugar encontraron un hombre que había sido calcinado la noche anterior, según los primeros informes periciales. Supuestamente, por los documentos que se encontraron en el lugar, se trataría de Carlos Marcovich, de 43 años, empleado del Siprosa y de una empresa de medicina prepaga y con domicilio en el populoso barrio de La Ciudadela. También, en su muñeca izquierda, los investigadores encontraron el reloj que supuestamente pertenecía a la víctima.
Al analizar la escena del crimen los pesquisas comenzaron a dudar. ¿Por qué el o los homicidas se preocuparon tanto en dejar detalles para que el cuerpo sea identificado? Normalmente, las personas que cometen este tipo de delito se ocupan de despistar a los miembros de la fuerza con dos propósitos: lograr la impunidad y dilatar la investigación para poder escaparse o al menos, ocultarse durante buen tiempo.
Las dudas se acrecentaron más cuando Rosa Cortez, esposa del hombre que se creía asesinado, no pudo identificarlo en la morgue. La mujer reconoció algunos objetos que estaban en el lugar, pero no estaba segura de que el cuerpo semicalcinado perteneciera a su esposo. “Mi marido salió el martes a las 23, iba al trabajo. Cuando me dijeron que lo habían matado no lo podía creer”, explicó la mujer en una nota publicada por LA GACETA.
El misterio continuaba creciendo en torno del caso. Sólo se sabía que la víctima, que hasta ese momento era NN, murió como consecuencias de las quemaduras que sufrió luego de que le arrojaran combustible y le prendieran fuego. Los peritos estimaron que ese hombre había fallecido por las quemaduras. No encontraron ninguna herida compatible con un balazo, una herida de arma blanca o signos de que lo habían golpeado antes de morir.
2.- Apareció el muerto
Tribunales tenía el ritmo febril de todo los viernes. El 28 de abril, sin llamar la atención de nadie, el supuesto muerto despejó todas las dudas. Se paró en la puerta de la fiscalía y dijo: “Buenos días. Soy Marcovich. Quiero hablar con el fiscal (Héctor) Abraham Mussi”. Su presencia en la Justicia generó un enorme revuelo. Lo mismo sucedió con su declaración.
Durante al menos 12 horas, casi sin fisuras, contó su versión de los hechos. Dijo que él había sido víctima de un robo. Que delincuentes lo asaltaron para robarle el auto en avenida Alem y Lavalle. Que lo liberaron en la zona de San Pablo. De ahí, siempre según su relato, caminó hasta El Manantial, donde tomó un ómnibus para llegar a su casa, al sur de la capital.
Relató que llegó a su vivienda, se bañó, tomó $ 40 que había sobre una mesa, se hizo dos sándwiches de queso y volvió a salir. De acuerdo con su versión, pasó más de un día vagando por los parques (9 de Julio y Guillermina) de la capital hasta que decidió presentarse en la Justicia. “Tenía miedo que le hicieran algo a mi familia. Me habían amenazado con matarme y hacerle daño a mis seres queridos. No sé quién es el muerto, pero me imagino que es uno de los que me robaron”, explicó.
La historia de Marcovich no parecía creíble por dos razones. La primera, porque varios vecinos lo vieron el miércoles después de que se conociera el hecho y le avisaron que lo estaban dando por muerto y ni así se presentó a aclarar la situación antes las autoridades. La segunda: jamás hizo una denuncia por el robo que había sufrido.
El fiscal Abraham Mussi, que luego renunció a su cargo, tampoco creyó en sus palabras y pidió que fuera detenido hasta que se aclarara la situación. Sus sospechas se confirmaron a las pocas horas, cuando declaró la esposa del sospechoso. La mujer dijo que él había estado toda la mañana del miércoles con ella y que en ningún momento lo había notado nervioso. Tampoco le había contado que había sido víctima de un robo tan violento como el que dijo haber sufrido. Las frases que pronunció Cortez tenían un aire de despecho. Los pesquisas con el tiempo lograron entender el porqué de esa reacción.
3.- Un piojo y un disfraz
Con la confirmación de que Marcovich estaba vivo, los policías comenzaron a hacerse otra pregunta: ¿de quién era el cuerpo hallado? “Fue un caso difícil, no teníamos ni una pista, pero en este caso, la doctora Lilia Moyano nos abrió la puerta con un dato muy diminuto, hasta increíble: un piojo”, reconoció el comisario retirado Marcial Escobar, que estuvo al frente de la investigación del caso.
Era muy poco probable que un hombre común y corriente haya podido tener piojos. Sospechaban que podía tratarse de un indigente, pero ahí se les presentaba un serio problema. ¿Cómo harían para conseguir información en un ambiente donde la policía generaba espanto y sólo con pronunciarla era sinónimo de mala palabra?
Cuatro días después del hallazgo descubrieron que el linyera Juan Carlos Carrizo había desaparecido y horas después confirmaron que él había sido la víctima del crimen. El indigente era conocido por Marcovich. Tenían varios indicios, pero todavía ninguna prueba concreta.
Escobar, un viejo zorro en el tema de las investigaciones, se le ocurrió que un hombre debía infiltrarse en el mundo de la indigencia. El elegido fue Miguel Gómez, un oficial que recién estaba creciendo dentro de la fuerza y que, con el correr de los años se transformó en el primer jefe de la División Homicidios de la Policía. Luego llegó a ser secretario de Seguridad y actualmente es una de los responsables del Equipo Científico de Investigación Fiscal (ECIF). “Usamos ropa vieja, nos dejamos crecer la barba y hasta no nos bañamos durante varios días”, explicó.
El investigador describió que deambularon y durmieron en la intemperie durante varios días para ganarse la confianza de varios hombres que vivían en situación de calle. “De a poco fuimos avanzando hasta que logramos establecer que Marcovich era amigo de Carrizo y que lo frecuentaba”, puntualizó Gómez.
“Ganamos confianza con ellos y después terminaron declarando que el acusado había estado con Carrizo el día que desapareció”, agregó.
4- La víctima, otra historia
Carrizo tenía 42 años cuando fue asesinado. Nació el 12 de noviembre de 1957 y al poco tiempo su madre lo entregó a Angélica Yolanda Pérez y a Pastor Melitón Carrizo para que lo criaran. Creció en un hogar pobre, pero en el que no le faltaba nada. Los vecinos de Santiago del Estero al 2.600 lo recuerdan como un joven sonriente y amable.
Según los registros, en 1970 contrajo matrimonio con Lidia Aranda, con quien tuvo tres hijos: Carlos Daniel, Sonia Patricia y Silvia Adriana. Se ganaba la vida como plomero, oficio que compartía con su padre. Sin embargo, varios años después, la muerte de su hija menor lo destruyó. Se refugió en la bebida y terminó separándose de su mujer.
Volvió a la casa paterna donde tuvo numerosos problemas por su adicción al alcohol. Los vecinos confirmaron que en una oportunidad, su padre le recriminó el robo de herramientas para comprar bebidas y él le aplicó un golpe de puño en el rostro que le provocó una fractura en la mandíbula. Por ese incidente y por las varias detenciones que tuvo por transitar en estado de ebriedad, lo expulsaron de la familia. La calle se transformó en su nuevo hogar.
A fines de los 90, después de haber deambulado por varios lugares, se instaló en la esquina de Lavalle y Frías Silva. De allí, se supone que Marcovich lo invitó a dar un paseo. Muchos aseguran que para convencerlo, le entregó varias cajas de vino. El sospechoso lo llevó a una peluquería para que le hicieran un corte similar al suyo. Luego, lo bañó en algún lugar y le dio ropa de su propiedad. Tomaron la avenida Juan B. Justo y, en alguna estación de servicio, el acusado cargó un bidón con nafta. Siguieron camino por la ruta 305 y, antes de llegar a La Aguadita, se detuvo en un lugar desolado.
Allí, con Carrizo totalmente alcoholizado y presumiblemente dormido, le puso su reloj personal, lo roció con nafta y le prendió fuego. Antes de marcharse, Marcovich dejó sus documentos para que pensaran que él había sido la víctima del homicidio y se marchó. Pero no tuvo en cuenta una cosa: el linyera no se quemó totalmente y pudo ser identificado. La macabra historia recién comenzaba a descubrirse.
Próxima entrega: El hombre de las cuatro vidas que sigue prófugo.