Entrevista a Irvine Welsh: “La gente egocéntrica no se da cuentade lo ridícula que queda”

El escritor escocés, autor de la icónica Trainspotting, habló con LA GACETA acerca de su nuevo libro, Un polvo en condiciones, su relación con su novela más famosa, el ego y la amistad. “El éxito no enseña mucho”, afirma.

SINGULAR. En irvine Welsh, lo dramático provoca sonrisas. SINGULAR. En irvine Welsh, lo dramático provoca sonrisas.
22 Marzo 2020

Por Alejandro Duchini

PARA LA GACETA - BUENOS AIRES

Si alguien quiere saber quién es Irvine Welsh (Escocia, 1958), la respuesta automática es “el autor de Trainspotting”, novela publicada en 1993 que se convirtió en éxito cinematográfico tres años después. Welsh, quien en esta entrevista cuenta cómo surgió aquella historia de drogas y otros excesos, recibe a LA GACETA Literaria en un hotel del barrio porteño de Palermo. Vino a Buenos Aires a presentar Un polvo en condiciones, su nuevo libro. El protagonista, Terry Lawson, es un taxista consumidor de drogas y adicto al sexo, además de actor de películas porno, al que de buenas a primeras el mundo se le viene abajo cuando un médico le dice que nunca más podrá tener relaciones sexuales debido a un problema en su corazón.

Welsh sabe contar apelando a imagen y lenguaje socarrón: con él, lo dramático provoca sonrisas. Los personajes se vuelven queribles y las escenas se tornan irrisorias. Está la chica que se quiere suicidar y a la que Terry le hace el amor, provocándole de nuevo ganas de vivir. Aparece también un excéntrico millonario que quiere tener tres botellas de un whisky único en el mundo y las dirime en un partido de golf. Ni hablar de Jonty, un personaje tan bien logrado: su fanatismo por McDonald’s, sus vaivenes mentales y su viaje a Londres le dan aún más brillo a la novela. Así, la lista podría continuar. Terry es de buena madera: una de sus últimas apariciones, al final del libro, es realmente genial. Ni hablar de cómo cuenta su relación con el padre agonizante en el hospital.

En persona, Welsh se muestra de buen humor. Es alto y calvo. Alterna sonrisas con seriedad y mientras la traductora habla con este periodista aprovecha para echar una mirada a su teléfono celular. Así, durante casi una hora.

- Me divertí leyendo Un polvo en condiciones. ¿A usted le pasó lo mismo escribiéndolo?

- Sí, me divertí mucho porque hay buenos personajes. Los personajes memorables siempre son divertidos de escribir, así que estuvo bueno. Me gustan mucho Terry y Jonty. Me gusta mucho escribir sobre ellos.

- Terry, el protagonista sobre el que ya había escrito, es taxista. ¿Tuvo usted alguna experiencia en el rubro?

- Muchos amigos míos son taxistas. Yo no manejo taxis. Uno de mis amigos me contó particularmente su experiencia: trámites, cosas raras, mujeres. Creo que el espíritu de Terry está presente en todos los taxistas. Pero yo hablo más que nada de mis amigos.

- ¿Leyeron la novela?

- Si, y les pareció muy divertida. Les encantó. Les pareció una buena descripción de la vida en Edimburgo.

- También me gustó cómo describe las escenas de sexo, en las que muchos escritores caen en el absurdo.

- No sé si no caigo en lo absurdo. Pero supongo que todo tiene que provenir del personaje. Cuando uno escribe desde un personaje, lo que se escribe debe ser creyendo que ese personaje es capaz de hacer determinada cosa. A Jonty, por caso, le pasaron las cosas que cuento, aunque no se llame Jonty. El secreto está en que uno tiene que concebir que eso que se cuenta le suceda al personaje, al que es necesario imaginarse en esa determinada situación. El caso de Jonty tiene que ver con un tipo de persona sobre la que otros quieren aventajarse porque él carece de aptitudes sociales por cómo fue educado, pero que de todas maneras tiene cierto grado de astucia que le permite navegar esas situaciones.

- Cuando se habla de usted, enseguida aparece Trainspotting. ¿Cuál es su relación con esa, su primera novela?

- No tengo ninguna relación en particular con ese libro. Como escritor me relaciono con mi proyecto actual y después, ya pasó. No me pongo a pensar en consecuencias, resultados o en lo posterior. Mi tendencia es siempre pasar al siguiente proyecto. Es divertido hacer estas cosas. Entonces uno quiere ser muy bueno con sus libros y que tengan éxito, porque si lo tienen se podrá hacer otro más. Y así. Esto sucede con una obra de teatro, con una película, con un programa de TV o con un disco.

- Justamente, Trainspotting suele exponerse además en teatro.

- En Nueva York, en Broadway, hay una puesta teatral que es increíble, la que más me gusta (posiblemente se refiera a Trainspotting Live, adaptada por Harry Gibson: http://www.trainspottinglive.com/). Es mejor incluso que el libro y las películas. Sus actores salieron de gira por Europa. Son gente muy joven. Esa obra en particular es extremadamente poderosa. Porque es muy extrema. Es más relevante hoy que en su momento. Se agotan las localidades. Tenés a los actores muy cerca, como apuntando a tu cara, y muchas veces la gente se va antes de que termine de lo dura y real que es. Los actores son muy vitales.

- ¿Cómo era su vida cuando escribió Trainspotting?

- Mi vida era muy rara. Tenía un buen trabajo, estaba casado con una chica maravillosa y tenía una casa hermosa. ¡Pero estaba descontento! Los fines de semana me iba a los clubes de acid house y sentía que tenía como dos lados interiores que no se parecían en nada. Tenía 28 años y me sentía y vivía como un viejo. Además, me daba terror cumplir los 30. Pero cuando me puse a escribir me di cuenta de que eso era lo que quería hacer: escribir.

- ¿Sabe que a raíz de Trainspotting, en la Argentina hay cierto público que lo considera un rockstar literario?

- La verdad es que cuando uno escribe un libro no se puede hacer responsable de la reacción del público. Lo único que uno puede hacer es escribir de la mejor manera posible y seguir adelante. El éxito de este tipo no enseña mucho. Uno lo disfruta un momento, pero hay que seguir adelante con nuevas cosas.

- ¿Cómo se lleva con el ego típico de los escritores?

- No siempre se llega a combatir el ego exacerbado que surge de este tipo de éxitos. Pero pasa como con todo: hay que darse cuenta de lo ridícula que queda la gente egocéntrica, esa gente que entra en el “yo, yo, yo”: “yo pienso que… ”, “yo digo que… ”. Hay que aprender a pararse en otro lugar, aunque no siempre se logre. Pero sí se logra cuando uno tiene la capacidad de reírse de sí mismo y de las situaciones ridículas que pueden generarse a partir de estas cosas. Cuando vuelvo a casa, por ejemplo, y voy al pub con mis amigos, nos sentamos a la mesa y están a la expectativa de que diga algo pretencioso. Pero no, nada que ver. Digo cualquier cosa, lo mismo que los demás. Eso rompe el hielo. Obviamente soy ridículo y mis amigos también lo son, a su manera. Es una cosa un poco rara. Ellos simplemente quieren verificar que no me tome demasiado en serio a mí mismo.

© LA GACETA

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