La invención de Agamben

En un artículo reciente, el filósofo italiano Giorgio Agamben escribe, desde el corazón europeo de la pandemia, una coherente -no por eso sensata- exclamación en contra de las medidas sanitarias del estado romano y la actitud paranoica de la gente. “Frente a las medidas de emergencia frenéticas, irracionales y completamente injustificadas para una supuesta epidemia debida al coronavirus (…) solo es una leve gripe que tiene importancia en grupos de riesgo (…) ¿por qué los medios de comunicación y las autoridades se esfuerzan por difundir un clima de pánico, provocando un verdadero estado de excepción, con graves limitaciones de los movimientos y una suspensión del funcionamiento normal de las condiciones de vida y de trabajo en regiones enteras?”

22 Marzo 2020

Por Santiago Garmendia

PARA LA GACETA - TUCUMÁN

La razón que encuentra Agamben para esta “completamente irracional e injustificada situación” es que las autoridades y los medios intentan prolongar la excepción, es decir la arbitrariedad absoluta sobre los ciudadanos a los fines de controlar esta sociedad que se ha convertido en adicta al miedo.

No cesan de brotar objeciones a la polémica postura de Agamben, generalmente aplaudidas desde la ignorancia o criticadasdesde una cientificidad acrítica. Intentando abrir este debate, voy a utilizar una frase de mi abuela, centenaria docente, que solía decirme “tenés razón…Pero poca“. Vamos a utilizarla con el filósofo italiano.

Tenés razón…

La relación entre las doctrinas autoritaras y la política del miedo es incuestionable. Como dice Susan Sontag en La enfermedad y sus metáforas (1989, p. 149) “Las ideologías políticas autoritarias tienen un gran interés en promover el miedo; el sentido de la inminencia de la toma de control por parte de los extranjeros o extraterrestres -así como las enfermedades reales son material útil”.

Sontag muestra que las ideologías políticas autoritarias tienen un serio interés en promover el miedo, de crearnos la sensación permanente e inminente de que en cualquier momento nos acechan peligros latentes. Cuál sea el contenido de la creencia es secundario en este aspecto; puede ir desde una burda invasión extraterrestre a una sutil y real enfermedad que puede convertirse en un instrumento de miedo para justificar la manipulación del otro. Pero usa esa palabrita, “real”.

Bien, luego de constatar los peligros del miedo y la forma en que justifica la coacción, es necesario también sopesar el objeto del miedo en cada caso. Esto es lo que no se debe dejar de lado y para esto debemos escuchar a las ciencias. El problema es que no siempre ha sido una voz imparcial. Si bien la ciencia es un sello que vende dentífricos, muchos se han desencantado de que ese sello no sea tan severo en otros asuntos de medicina, armas nucleares, venenos agrícolas y demás. Pero eso no implica tirar al niño con la bañera de agua sucia, como se dice.

Pero poca…

Lo que preocupa de Agamben es, en primer lugar, un aroma eugenésico en su argumento: a los sanos no nos mata, sólo a los viejos y -agrego yo- a los débiles. Algo de esto, creo, flota en el aire. He escuchado que el virus, que omite niños, que es inofensivo en los jóvenes y adultos, pero treinta veces más letal que la gripe común, no es más que la solución de los problemas previsionales del mundo. El tema no es muy diferente de la solución de Swift a la hambruna irlandesa.

Por otra parte es casi un halago pensar en una verdadera inteligencia de la excepción coercitiva. Es quizás más razonable que se monta sobre el hecho biológico, como los vecinos que aprovechan la tormenta para libarse de la basura.

La pandemia es también pero no solo una forma de lavar y justificar variables que ni siquiera imaginamos. Impone una agenda mundial. Pero en lugar de ocurrir el sueño de Oesterheld en El Eternauta, donde el enemigo externo genera una identidad humana universal, surgen las miserias de una sociedad injusta. Hay un chiste cruel que me parece oportuno para cerrar estas líneas: un médico tucumano recibe una llamada por posible coronavirus de un hombre con fiebre alta. El galeno procede a preguntar nombre y domicilio; la pintoresca respuesta es “Don Tiago Mendía, cerquita de Lules por la 38 antes del codito“. El diagnóstico no se hace esperar. “Es dengue“.

© LA GACETA

Santiago Garmendia - Doctor en Filosofía, docente e investigador de Filosofía del Lenguaje en la UNT.

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