Caparrós: “Derrotar a la muerte sería la mayor utopía que podría pensar la humanidad”
Morir es fallar. Al menos para la sociedad que Martín Caparrós imagina en su novela Sinfín, un futuro cercano que logra el avance tecnológico más extraordinario de la humanidad: la inmortalidad a través de un paraíso individual y virtual.
Por Verónica Boix
PARA LA GACETA - BUENOS AIRES
El futuro que imagina, en su nuevo libro, el ganador de premios como el Herralde de Novela por Los Living y el Moors Cabot de periodismo, pone el foco en los grandes conflictos actuales de la humanidad y retoma así los temas que lo preocupan desde siempre. En especial, en novelas como Un día en la vida de Dios y La historia y en el ensayo El hambre, que de alguna manera arman un arco con Sinfín para revelar la oscuridad detrás de los grandes relatos que se instalan como verdades en la Historia. De ahí que la novela pueda leerse en clave política, y al mismo tiempo, encarne un estilo de ciencia ficción cercano a las distopías de 1984 y Years and Years.
-¿Sería posible que nuestro futuro se parezca al escenario que imaginás en Sinfín?
-Somos los que la técnica nos ha permitido hacer sobre la base de un sustrato natural increíble. Y cada vez somos más eso; no es delirante pensar que este proceso que lleva unos cuantos siglos funcionando así, va a seguir adelante. El próximo obstáculo es la muerte, un error que hay que solucionar.
-Al parecer, tu novela propone una solución bastante optimista.
-Cuando me dicen que esto es una distopía digo: “o una utopía”. En realidad, derrotar a la muerte sería la mayor utopía que se podría plantear la humanidad. Lo que pasa es que da un poco de odio pensar que lo van a hacer dentro de 50 u 80 años. Ser las últimas generaciones que se van a morir es una estupidez.
-Aún así, la vida eterna que propone Sinfín tampoco es un paraíso ideal, implica la soledad absoluta.
-Es cierto que esta eternidad técnica tiene una gran diferencia con la eternidad religiosa; los paraísos que te ofrecen las religiones son lugares sociales. En la novela se reproduce ese espacio de una manera virtual, pero aquel que entra en su tsian -su vida después de la muerte-, no tiene conciencia de que es virtual. Uno está ahí y arma un recorrido según los deseos que podría haber tenido. Es una especie de paraíso a medida que no está nada mal. Yo firmaría para hacer la transferencia.
-¿Y cómo sería tu paraíso personal?
-De verdad no lo sé. Por ahora, lo que más se acerca es lo que dice un tipo en la novela, que quiere que existe en su tsian la posibilidad de fracasar de tanto en tanto. Entonces le preguntan qué porcentaje de fracaso quiere. Y le dicen que con el 15% es puramente testimonial, con el 50% es para que aprecie cuando le va bien y con el 80% es como la vida. Trataría, para empezar, que tuviera esa posibilidad de fracaso, si no sería muy aburrido. No es difícil, es caro. Teóricamente podrías pedir lo que quisieras.
-Solo hasta que el Estado chino se hace cargo de proveerlo a sus ciudadanos. Tsian se vuelve universal y estandarizado de acuerdo a parámetros fijados por una suerte de meritocracia.
-El hecho de que el Estado se haga cargo de algo, por un lado parece generoso, pero por otro es un gran instrumento para reafirmar su poder. Si te está dando algo que querés, vas a querer que el Estado sobreviva y se fortalezca para que se siga dándotelo. La meritocracia, por otra parte, casi sucede ahora. China tiene sus propias aplicaciones porque han pactado con el Estado la entrega de toda la información que tienen. Y ahora pactaron que no solo entregan la información, sino que van calificando la conducta de los usuarios a partir de lo que hacen con la aplicación, que es casi todo. Cada ciudadano tiene un puntaje, y ese puntaje los habilita o no, para hacer una cantidad de cosas. Es algo que está empezando a funcionar.
- Tu novela, en ese sentido, estaría proyectando algunos elementos que observás del presente.
-Todo este futuro técnico, social y político que quiero armar, obviamente, lo hago a partir de cosas que conozco en el presente. Hay muchas cosas que te recuerdan características actuales. Creo que también te da ganas de pensar en el futuro. Invento un futuro y la lectura te pone en la situación infrecuente de pensar qué imaginás que va a pasar en el futuro de la humanidad.
-¿Cómo trabajaste la historia para que, a pesar de las catástrofes, perdure una ilusión de futuro?
-Traté de poner en escena cómo la idea de cambio técnico ha reemplazado a la de cambio político. Los cambios técnicos siempre produjeron cambios sociales, pero se los pensaba como una especie de aporte secundario y se mantenía la idea de que el gran cambio social iba a venir a través de cambios políticos. Ahora, como no tenemos una idea de un cambio político, no tenemos un modelo social al cual aspiraríamos, entonces los cambios que podemos pensar son cambios técnicos. Todo el tiempo, cuando uno piensa en futuro, piensa en la inteligencia artificial, los robots, la virtualidad. Todavía necesitaríamos expectativas para renovar las ideas de cambio político.
-¿Cuál sería para vos el intento más reciente de una idea alternativa?
-El último gran intento fue el socialismo. Y como fracasó, entonces ahora estamos huérfanos de promesas. Es lo que pasó a lo largo de la historia, hay períodos en que las sociedades se arman un modelo al que quieren acceder porque les parece que van a vivir mucho mejor de lo que viven, y hay períodos en que esos modelos por alguna razón se agotan, porque fracasan o se realizan de manera más o menos imperfecta. A ese agotamiento le sigue un período de relativo vacío y búsqueda de un nuevo modelo.
Estamos en un momento así. Lo que pasa es que este momento puede durar décadas. Y el futuro se transforma en amenaza, una amenaza ecológica, poblacional, política incluso. Vivimos aterrados de lo que pueda suceder.
-¿Amenazas que, al menos en tu novela, se resuelven a nivel político con ideas, por ejemplo, los nacionalismos?
-Está claro que este exitosísimo relato de la patria sirve para limitar el espacio a unos cuantos que se supone que nos vamos a ayudar entre nosotros para rechazar a todos los que no son ese nosotros. Para eso sirve, para convencerte además de que si vivís de este lado del río, el que vive del otro lado, aunque viva como vos y hable como vos, es tu enemigo. Es un relato muy antinatural en un punto, y sin embargo, ha tenido un éxito extraordinario. Creo que aprovechando básicamente las formas del miedo que ahora se van exacerbando. En estos días aparece casi caricaturizadas, la solución para todo es encerrate en el baño de tu casa, eludí cualquier situación de contacto con el otro. A mí me impresiona porque realmente parece una caricatura de esta tendencia creciente al aislamiento defensivo que viene pasando ya hace unas décadas de que todo lo que viene de afuera es peligroso. La comida, el tabaco, el medio ambiente, el sexo.
- ¿Qué relación tiene ese miedo con el fenómeno de las ficciones distópicas que parece existir en la imaginación de nuestros días?
-Creo que tiene que ver con que el futuro es amenaza que se hace muy presente. Una forma de encontrar lo que te rodea es tratar de mirar un poquito ese futuro y poner en escena la realidad circundante a través de ese espejo levemente deformante que provee el futuro más o menos cercano. Decían por ahí que la ciencia ficción es el nuevo realismo. No sé si lo es o no, en todo caso, está bien observado.
-A diferencia de otras narración, elegís la voz de una cronista para contar tu historia, ¿Por qué?
-Siempre digo que no es lo mismo escribir en primera persona que sobre la primera persona. Es un error muy frecuente que algunos dizque cronistas cometen, pensar que tienen que escribir sobre ellos, cosa que a mí me parece detestable. La cronista de la novela se borra bastante, lo que uno ve de ella es cómo mira y cómo cuenta. Ella está en segundo plano. Se habla mucho de las novelas sin ficción y yo quería hacer una ficción sin novela. Es decir, una ficción que tuviera la forma de una crónica. Tenía ganas de jugar con esa forma que está excesivamente glorificada. Es una literatura de ficción que toma todo de la crónica.
-Y abre la pregunta de si es más importante saber la verdad o mantener la felicidad de muchos.
-En muchas situaciones en la política, incluso en periodismo, la verdad es necesaria para que muchos sean felices. Si te están diciendo que hay comida para todos, pero resulta que no es verdad, la gente no va a ser feliz porque no va a comer. En cambio, hay otras situaciones, como son las que se ponen en escena en esta novela, donde la verdad no es realmente necesaria. En los últimos miles de años muchos han sido felices con discursos religiosos cuya verdad nadie ha podido nunca comprobar. Y sin embargo, han producido mucha felicidad a quienes creían en ellos. Las religiones lo saben perfectamente porque vienen viviendo de eso desde hace miles de años.
-¿Podría decirse que la religión de hoy es la tecnología?
-Por lo menos viene a ocupar muchos de los espacios que las religiones van dejando vacíos. En mi novela exacerbo el hecho de que la religión va dejando vacío su espacio por excelencia: la promesa de la vida después de la muerte. Al parecer la ciencia está intentando ocuparlo. Es algo que ya está sucediendo, la búsqueda de prolongar la vida muchos años o de transferir mentes a ordenadores para que sigan viviendo es algo que existe, están intentándolo.
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