Test general de “prisión domiciliaria”

Nunca antes el mundo había tenido la ocasión de experimentar qué ocurría si los habitantes decidían encerrarse simultáneamente. En Tucumán, ese confinamiento generó una sensación de seguridad inédita: por primera vez desde hace décadas, se derrumbaron los niveles de delincuencia. Lógico: la calle desolada se asemeja a la isla desierta donde no hace falta el Código Penal porque no hay conflictos ni transgresores. Ese efecto podría inducir a creer que, por una vía asaz insospechada, apareció la solución para la criminalidad, una “pandemia” que en esta provincia y hasta aquí ha sido muchísimo más mortífera que la del nuevo coronavirus. A primera vista, entonces, el ensayo llevado adelante desde mediados de marzo para contener la covid-19 reforzaría el enfoque “punitivista” que pregona que sólo el encierro masivo impide la circulación del germen delictivo. El giro sin dudas lleva a pensar que antes faltaba voluntad de “cuidar a los tucumanos”, pero la paradoja es que el mismo experimento que al principio alimentó la idea de la eficacia del control del crimen por la medida del aislamiento total está revelando que esa receta es sencillamente insostenible.

Sería descabellado pretender que, so pretexto de combatir el delito, inocentes y culpables nunca más salieran de sus casas. Una opción semejante importaría instaurar el encarcelamiento por las dudas, con el agravante de que ciertos grupos estarían eximidos de ese delirio -los gobernantes y quienes ellos decidan exceptuar- y que una asimetría semejante automáticamente conduciría a los abusos, que es la consecuencia directa de cualquier desigualdad. Ello implicaría el fin del Estado de derecho, así como la aniquilación de la economía y de la socialización. Sin contar sus repercusiones negativas sobre la violencia doméstica, un enclaustramiento eterno superaría la pesadilla aterradora de George Orwell: equivaldría a reeditar el totalitarismo en pos de un anhelo de seguridad edificado sobre las bases de la vigilancia marcial, del miedo y de la supresión del espacio público. Grosso modo, son las razones esgrimidas para cuestionar el “ciberpatrullaje” que, con la invocación de la prohibición de aglomeraciones humanas, lleva adelante el Ministerio de Seguridad de la Nación.

Más allá de que la inversión del principio de inocencia -culpabilidad por el simple hecho de existir- resulta inadmisible hasta en la más leve de las democracias, la realidad demuestra los límites de la reclusión universal. La relajación de la cuarentena es ostensible en Yerba Buena, pero también en la capital, en Alderetes y en Banda del Río Salí, por mencionar sólo a algunos de los distritos densamente poblados de la provincia. El movimiento volvió a la calle por motivos que van desde la necesidad de resolver la subsistencia básica hasta la subestimación de la plaga y el agotamiento psicológico que generan “las cuatro paredes”. Como quiera que sea, el tiempo desgasta la disciplina que exige permanecer “guardados” y corrobora aquel axioma del Manual de Kapelusz que define a los humanos como seres gregarios.

Faltan tests para determinar los niveles de expansión del coronavirus, según el gobernador Juan Manzur, pero a la vista están los corolarios de la prueba de la “prisión domiciliaria general” sui generis decretada hace 25 días. Es un remedio excepcional que en forma muy concreta ayuda a mitigar una epidemia, más el paso de las jornadas la debilita y la vuelve potencialmente incontrolable. Con el correr del calendario no sólo aparecen videos de autoridades municipales compenetradas en partidos de pádel, como acaeció en Lules, sino que vuelven los delitos. A Elías Javier Robles le dispararon el viernes por la siesta en un conato de asalto. La víctima, que fue atacada por motoarrebatadores mientras usaba su teléfono en una vereda de San Cayetano, falleció durante la tarde en el Hospital Padilla.

Abundan las señales que acreditan la labilidad a mediano y largo plazo del “remedio” de enjaular para curar los males que acechan a la sociedad. Sin las condiciones materiales, educativas y morales adecuadas, la celda se vuelve un patógeno tan peligroso como el que procura combatir, y tarde o temprano degrada a sus ocupantes. Por algo la Corte, con sutileza, desafectó del asueto judicial extraordinario al controvertido juez de Ejecución Penal de la capital, Roberto Guyot. Es difícil ponerse en el lugar de un preso porque, para desviar la mirada sobre la propia responsabilidad, la dirigencia carga sobre aquel la responsabilidad de todos los pesares. Soslayando el detalle de que la red judicial se contenta con atrapar a los peces chicos y mira para otro lado cuando pasan los tiburones, la reacción típica es la ira y la venganza, con manifestaciones que preconizan desde el linchamiento; la justicia por mano propia y el retorno a la Ley del Talión hasta la instalación de la pena de muerte. Por eso, porque en condiciones normales un detenido es sinónimo de sarna -la metáfora deviene literalidad en Famaillá, según la resolución reciente del juez Mario Velázquez-, este período sórdido desatado por la pandemia ofrece la oportunidad única de constatar en carne propia las implicancias de la privación de la libertad, aunque, por muy mísero que sea, un hogar nunca será asimilable a una cárcel o a una comisaría tipo de “Trucumán”.

La percepción de que en los ámbitos de detención se alojaba lo “intolerable” llevó al pensador francés Michel Foucault a denunciar que las prisiones tenían el aspecto de fábricas, pero que, en realidad, no producían nada. “Como no hacen seres virtuosos, sólo cumplen una función en el mecanismo de eliminación circular. La sociedad elimina, al enviar a la cárcel, a personas a quienes aquella quiebra, aplasta y suprime físicamente; luego, la prisión las elimina al liberarlas a la sociedad donde, el trato que recibieron y el estado en el que salieron, hace que casi infaliblemente regresen a la prisión”, dijo en 1972 tras visitar el penal de Attica (Nueva York). Ese destino insoportable sigue vigente, como describió hartas veces la Corte local desde 2015, y pone en tela de juicio el tópico que pronostica que el encierro “nos hará mejores”.

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