A 10 años de su muerte: Roberto Rojo, el “Miguel Lillo” de la argumentación
La realidad es un insulto a la inteligencia. Quizás esa sea la premisa de toda filosofía. El profesor Roberto Rojo hizo que nuestra vida sea un poco menos torpe. Realizó un valioso trabajo taxonómico clasificando las injurias -muchas de ellas extintas y torpes como los dinosaurios, pero otras tantas vivas como la anciana y vigente cucaracha. Su bestiario de sinsentidos lo hace el Lillo de la argumentación.
Por Santiago Garmendia
PARA LA GACETA - TUCUMÁN
“Trascendencia” es una palabra a la que el Rojo llamaría “jánica” por ser del grupo de los vocablos que tienen una familia semántica demasiado generosa, cobijando incluso acepciones enemigas. “Trascender“ puede querer decir superar algo, pero tambien connota alguna forma de permanencia, una vigencia de algo importante -algo así ocurre con la palabra “monstruo”: puede ser un halago un insulto. La filosofía misma es sin duda jánica: se le llama así al escepticismo y al saber total, sabiduría milenaria y a la retórica hueca.
Rojo era un coleccionista de paradojas. Lejos de quedar paralizado, lo movilizaban esos bucles de la lógica. Samuel Schkolnik, otro gran filósofo tucumano que falleció el mismo año dos mil diez-, solía decir que quien ha sido atrapado al menos una vez en el vértigo de una paradoja, ya no vuelve a ser el mismo que era antes. Creo que Rojo perseguía esa sensación, que era feliz montando las antinomias. Su confrontación era el fuego que iluminaba su rostro. Rojo era rojo.
Señalé paradojas, pero también fue embestido por otras bestias. Padeció, junto a muchos otros, el ostracismo académico durante la Dictadura militar. En ese tiempo se despreciaron los argumentos, no hubo premisas, solo órdenes y miedo. Rojo enfrentó ese absurdo con sus clases –privadas, clandestinas, qué vergüenza- de lógica simbólica y con sus estudios del Quijote. Validez y utopía contra los gigantes que parecen molinos.
Abrió caminos con esa mezcla de curiosidad inagotable y rigor prusiano. Recuerdo que cuando nos reuníamos a estudiar Wittgenstein con él, durante las pausas sus alumnos nos sentíamos como aquellos constructores sobre la viga del rascacielos. Esa era la percepción nuestra que Rojo lograba, que nos consideremos útiles, formando parte de algo enorme que requería todo nuestro esfuerzo.
Introdujo la lógica simbólica en el norte argentino, también fue pionero a nivel nacional de la filosofía de la lógica y del lenguaje. Fue un gran escritor, un agudo ensayista, recibió las más importantes distinciones de la cultura argentina. Y enseñó, nunca dejó de enseñar, de transmitir lo que sabía y los proyectos de lo que quería saber. Creía que un idioma nunca se llega a conocer plenamente, que era infinito. Leía las fuentes en griego, latín, francés, alemán e inglés.
Su filósofo más querido fue Ludwig Wittgenstein (Viena 1898- Cambridge1951). En la ficha de libros por autores de su enorme y generosa biblioteca, que solíamos consultar, decía “obras de Heidegger“ para el autor de Ser y Tiempo, pero “Wittgenstein siempre Wittgenstein“ para el de las Investigaciones Filosóficas.
Es Wittgenstein quien menciona en sus clases una curiosa forma de entender la trascendencia que nos puede ayudar:
Un gran escritor dijo que cuando era niño su padre le encargó una tarea y él de repente sintió que nada, ni siquiera la muerte, podría librarle de la responsabilidad [de cumplir ese encargo]; era su deber realizarla y ni siquiera la muerte podría hacer que dejara de ser su deber. Dijo que, en cierto sentido, esto era una prueba de la inmortalidad del alma.
(Ludwig Wittgenstein, Lecciones de Etica, estética y creencia religiosa).
Hay algo muy cierto en esta frase que nos hace pensar en este aniversario de Roberto Rojo: no es él quien necesita ser recordado. Somos nosotros quienes precisamos hacerlo. Rojo nos deja una utopia que nos llena de vida: la promesa movilizante de sus obras y sus días.
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Santiago Garmendia - Doctor en Filosofía.
Perfil
Roberto Rojo nació en Santiago del Estero en 1924 y murió en Tucumán, donde vivió la mayor parte de su vida, el 17 de junio de 2010. Especialista en Filosofía del Lenguaje y en la Filosofía de Wittgenstein, se licenció y doctoró en la UNT, donde fue profesor titular de Lógica de la Facultad de Filosofía y Letras. También fue profesor invitado de la Universidad La Sapienza de Roma, fundador del Círculo de Estudios Wittgensteinianos y miembro fundador de la Asociación Filosófica Argentina. Entre sus publicaciones se destacan Antinomias de lenguaje; Don Quijote. Realidad y encantamiento; Los mundos posibles (compilador); Horizontes del lenguaje y sendas de la utopía; Facetas de la modalidad; Lo trascendental y el lenguaje en el Tractatus. Entre otras distinciones recibió el Premio de la Secretaría de Cultura de la Nación, el de la Academia Nacional de Ciencias y un Konex por su labor filosófica. Fue colaborador permanente de LA GACETA Literaria.