Es panadero, quedó en el cerrojo y ahora vive en el local

Damián Carrizo puso una cama en la panadería, pero le preocupa no poder trabajar porque tres familias dependen de la actividad.

 AISLADO. Carrizo instaló en el salón una cama que le acercaron. AISLADO. Carrizo instaló en el salón una cama que le acercaron.
31 Julio 2020

Damián Carrizo (35 años) vive del día a día. Tiene una pequeña panadería en Lastenia, ubicada dentro del cerrojo sanitario. Allí trabaja junto a su esposa y a dos de sus siete hermanos. A primera hora del sábado, el padre de dos hijos llegó con pan, tortillas y facturas, listas para ser horneadas. Pero el acceso ya estaba restringido: un policía le advirtió que si ingresaba no podría salir. “Si no lo hacía, se iba a echar a perder la mercadería”, explica para justificar su decisión. Lo que él no sabía es que por delante lo esperaban dos semanas de aislamiento.

“Nunca me imaginé tener que vivir en el local; no pensaba que esto iba a ser tan así. Pensaba que nos iban a hacer hisopados y que iba a poder salir normalmente de mi trabajo; me arriesgué para no perder el día de laburo, porque yo trabajo del día a día. De acá dependemos tres familias: la de mi hermano (Jorge Luis, 36), la de mi hermana (Ana, 33) y la mía”, le explica de manera telefónica a LA GACETA.

Resignado a tener que hacer la cuarentena allí, el hombre cuenta que le acercaron un colchón y una cama que ubicó en la zona de despacho de la panadería. “Tengo una cocinita y los vecinos me pasan comida. Mucho problema no me hago; el problema está afuera, porque de esto vivimos nosotros. No estoy pudiendo trabajar y hay tres familias que están sin ningún ingreso”, comenta afligido.


Incertidumbre

El panadero ahonda que su hermana es madre soltera y que su hermano tiene tres chicos. Que él buscó empleo estos días, pero no consiguió. “Seguramente no le van a dar. Por lo que he escuchado, a la gente de Lastenia que trabaja la están enviando a su casa”, asegura. Agrega que su familia y la de sus hermanos están subsistiendo con el dinero que hizo con la última venta, pero que el futuro es incierto. “Mientras a ellos no les falte comida, yo puedo aguantar. Pero perdí todo, mi reparto y mi capital. No sé qué irá a pasar cuando termine esto, pero eso es lo de menos. Creo que me voy a poder levantar, aunque los impuestos corren. A la luz hay que pagarla y también al alquiler”, reflexiona desde el confinamiento.

Carrizo, que hace 13 años que se dedica a la pastelería, dice que entre los vecinos hay mucha preocupación por lo laboral, más allá de lo sanitario. “Pasa que no saben hasta cuánto vamos a tener que estar acá y muchos viven del día a día. Hay un vecino que es electricista y otro es remisero, y ambos están sin poder trabajar”, detalla. De todos modos, cuenta que la Municipalidad les acerca carnes, verduras y otras mercaderías cada tres días.


“Nadie nos dice nada”

El panadero, que hace siete años que tiene el local, reconoce que de haber comprendido que realmente no podría salir no hubiera ingresado. “Afuera hubiera podido conseguir otro trabajo”, estima. Explica que personal de Salud pasó una vez por su local para tomarle la temperatura y hacerle una prueba de olfato.

En cuanto al clima que hay dentro del cerrojo, el pastelero asegura que se vive asustado. “Se escuchan ambulancias que van y vienen, pero no se sabe nada porque nadie nos dice nada. Cada vecino está en su casa. Sólo cruzamos un par de palabras, respetando la distancia. Pero eso no es normal. Afuera casi no hay movimiento, está todo desierto”, remarca.

Carrizo asegura que los vecinos sí respetaban las recomendaciones sanitarias antes del cerrojo sanitario, que mantenían las distancias y que la gente mayormente ingresaba a su panadería con el barbijo puesto.

A pesar de que todo parece incierto por ahora, el panadero se ilusiona con recibir apoyo de parte del intendente de Banda de Río Salí, Darío Monteros, para cuando termine el aislamiento. “Algo voy a necesitar para empezar de vuelta. Espero que me ayude”, indica.

Comentarios