Niños con armas: ¿cuándo los soltamos de la mano?

En los últimos días, las redes sociales estallaron con dos videos caseros grabados en barrios vulnerables de la capital tucumana, que muestran a niños de entre 10 y 13 años manipulando armas de fuego. En el primero, el chico hace tiros al aire y lanza una amenaza, supuestamente, contra otra banda enemiga. Dice que va a matar a los que se acerquen a su calle, exaltando su dominio territorial. El segundo es un niño más pequeño, de otro barrio marginal, que está rodeado de adultos, que no aparecen pero se los escucha festejar la actuación. Mientras empuña una pistola con la mano llena de anillos de oro y cadenas que le cuelgan del cuello, dice: “los traficantes andamos robando las 24 horas del día”.

Mientras la sociedad debate si conviene o no asistir a un acto de colación de grado presencial, estos niños (y cuántos más) viven en un mundo sin ley ni escuela. Acaso ellos, que tanto horror causan en las redes con la ostentación de sus armas, sean los mismos que caminan descalzos y sucios por las platabandas de las avenidas limpiando parabrisas. ¿Por qué no escandaliza la pobreza? ¿O es que la conmoción sólo aparece cuando nos sentimos amenazados?

Los primeros años de implementación de los planes sociales estuvieron acompañados por un estricto seguimiento de la asistencia de los niños a la escuela y de los adultos al trabajo. Ese nexo, que sólo ofrecía ventajas para los beneficiarios, ha desaparecido en los últimos tiempos. A ello se suma el aumento alarmante de los niveles de pobreza (según el Indec hasta el primer semestre de 2020 había un 41,5% de pobres en Gran San Miguel de Tucumán). Los planes sociales han ido acompañando el incremento de personas con necesidades básicas, pero han fallado en los aspectos intangibles de su bienestar, esto es, en el acceso a la educación formal y no formal. Con apoyo de organizaciones internacionales, como Unicef, y nacionales, como la fundación del doctor Abel Albino, entre otras, se llevaron a cabo importantes programas de desarrollo integral de la primera infancia y la niñez. Pero al pasar a la adolescencia la escuela y la sociedad pierde de vista a estos chicos.

En 2017, LA GACETA entrevistó a César González, un joven de una villa de Buenos Aires, que robaba y se drogaba hasta que en la cárcel conoció a un profesor de literatura que le mostró otra realidad. Comenzó a escribir bajo el seudónimo de Camilo Blajaquis. “Nadie sale solo”, reconocía en esa charla con nuestro diario. “A mí, si no venía a ayudarme alguien... Yo solo no logré nada. Patricio (el profesor) me llevaba libros pero también me llevaba comida, me alentaba, me explicaba las palabras que no entendía... Durante tres años fue así”, recordaba.

De pronto el mundo comenzó a abrirse como el cielo después de una tormenta. “Yo pensé que era natural que fuese pobre y que nací en una villa porque quise, que la gente es pobre porque quiere... Son cosas que hoy muchísima gente cree; hasta antes de leer yo creía que todo lo que me pasaba me lo merecía. Es lo que te dice la gente y te la creés. Entonces leyendo me di cuenta: ‘ah, no es natural la pobreza; es, como mínimo, una consecuencia de un sistema’”, explicaba el poeta, hoy escritor y cineasta de renombre.

Y de nuevo: ¿en qué momento soltamos de la mano a nuestros preadolescentes? ¿En qué momento aquella mano suelta tomó el arma de fuego para seguir el modelo que tenía a su alcance?

Comentarios