Si se pudo evitar no es un accidente

Son muertes inesperadas. Nos enojan. Nos duelen. Nos interpelan. Cuando un joven fallece en un accidente de tránsito sentimos que esa tragedia se podría haber evitado. Nos invaden los porqués. ¿Por qué manejaba a tanta velocidad? ¿Por qué no llevaba casco? ¿Por qué no se cuidó? Este fin de semana a los tucumanos nos sacudió la noticia del conductor que chocó contra un camión en Yerba Buena. Quedamos impresionados al ver los videos que mostraban el siniestro en la avenida Aconquija y Moreno. Nos impactó la forma en que circulaban el coche de la víctima y otros dos autos más en plena madrugada. Pero los vecinos de la zona no parecían asombrados: cada fin de semana sus oídos son testigos de las picadas que se suceden la “Ciudad Jardín”.

El exceso de velocidad. Violar la luz roja del semáforo. Conducir alcoholizado, drogado o usando el celular. Cruzarse de carril. Sobrepasar un vehículo donde está prohibido. El menú de imprudencias al volante volvió con todo luego de un 2020 que fue positivo, al menos en los meses de cuarentena, para la seguridad vial. Esto nos impone un debate impostergable: las calles no dan para más, hacen falta una batería de medidas y no solo colocar unos cuantos radares para sancionar a los que aprietan demasiado el acelerador, como acaban de anunciar las autoridades de Yerba Buena. Ojo, los cinemómetros sí ayudan. Pero no pueden por sí solos resolver todo el problema del tránsito inseguro. Su función principal debe ser la de prevención. La Agencia Nacional de Segudidad Vial (ANSV) aclara que para que sean legales deben estar señalizados varios metros antes y por eso muchos dudan de su efectividad. Cuando solo sirven para recaudar, generan polémica y la velocidad termina trasladándose a otras calles.

Hay demasiados datos para preocuparse. Tucumán sigue siendo la provincia con mayor tasa de mortalidad en accidentes de tránsito. En 2020, en plena pandemia, 10 personas cada 100.000 habitantes de la provincia fallecieron en siniestros viales. Y un dato anexo desgarrador: los choques son la principal causa de fallecimiento de jóvenes de entre 15 y 24 años.

Los mal llamados accidentes son una cadena de errores. Fallan los conductores, la sociedad y también el Estado, en varios sentidos. Está claro que los controles son insuficientes. En Tucumán, por ejemplo, las picadas son un secreto a voces: todos saben dónde y cuándo se realizan (están las de la avenida Perón, las de la subida a Villa Nougués, las de la Circunvalación y también detrás de la Terminal de Ómnibus). Pero pocas veces hay efectivos policiales en esas zonas. Otro capítulo es la red vial de la provincia. Mientras las ciudades y el parque automotor han crecido de una forma exponencial, la mayoría las calles y rutas siguen exactamente igual, soportando una peligrosísima mezcla de tránsito en calzadas angostas y dañadas. El Camino del Perú es un claro ejemplo.

El transporte público de pasajeros se debe poner en la agenda de temas prioritarios a resolver y no solo por la pandemia y el riesgo que implica viajar hacinados en un colectivo. Desde hace un buen tiempo, el mal servicio que prestan las empresas ha empujado a miles de usuarios a comprarse motos para trasladarse. La consecuencia directa se ve en el caos vehicular que presenta la ciudad cada día y en las salas de urgencias de los hospitales, donde los motociclistas representan más del 70% de los heridos en choques.

Siguiendo con la cadena de responsabilidades deberían dar alguna explicación los funcionarios sobre el famoso carnet por puntos, aprobado hace más de una década pero que hasta hoy no lo hemos visto funcionar, salvo en algunas jurisdicciones del país. El sistema que descuenta créditos a quien comete infracciones ha demostrado en muchos países del mundo (por ejemplo, en España) que ayuda a bajar los índices de siniestralidad. En mayo de 2019 la Agencia Nacional de Seguridad Vial anunció que haría un sistema nacional de puntaje para los conductores. Seguimos esperando.

También aguardamos con ansias una mejor estructura vial para los ciclistas. Cada vez hay más tucumanos que usan este medio de transporte que hace bien a la salud, al tránsito y al medio ambiente, pero no cuentan con la seguridad mínima para trasladarse.

Pensar que los choques ocurren por mala suerte no ayuda en nada. Si se pudo evitar no es un accidente. Inevitable es cuando la lluvia hace que el vehículo se salga del camino o que reviente un neumático. Y en la mayoría de los siniestros lo que se ve es la negligencia. Los tucumanos manejamos apurados y somos, en general, transgresores. La Dirección de Tránsito de la capital hizo un seguimiento a automovilistas, a motociclistas y a choferes de colectivo. Y comprobó que pasar en rojo los semáforos es una conducta tan naturalizada como peligrosa en nuestras calles. Que los jóvenes sean hoy los que más están dejando la vida en siniestros es una señal de que necesitan más educación vial y más límites de sus padres cuando les prestan o les compran un auto o una moto. Es mejor eso que llorar por una pérdida irreparable. La cadena de errores es muy larga. Pero por algún lado hay que empezar a cortarla.

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