La sonrisa del futuro papá no cabe en las pantallas. Y en las fotos de las páginas de espectáculos de los diarios, su felicidad parece desbordar de punta a punta los márgenes. La alegría de la futura mamá es la misma, pero de ella no se habla. Se habla de él, no de ella, del afamado doctor Alberto Cormillot, que a los 82 años anunció que volverá a ser padre.
Que el foco se haya puesto en él y no en su pareja, Estefanía Pasquini (34 años), no responde a la fama ni a la trayectoria del nutricionista mediático, un emblema de la TV argentina. Tiene que ver con su edad: ha resultado una rareza que a las ocho décadas un hombre busque y logre ser padre. Y comienzan las preguntas en las radios y en los programas de chimentos: ¿Cómo fue? ¿Cuánto tiempo lo va a disfrutar? ¿No será más abuelo que padre?
A esos cuestionamientos, los más directos y livianos, se suman otros mucho más desafortunados, que hablan de cómo nuestra sociedad actual mira y piensa la vejez. El peor ejemplo ha sido el periodista Ernesto Tenembaum, que en su programa de radio “Y ahora quién podrá ayudarnos?” sugirió que el médico “está por tener una huerfanita”. Ni siquiera su colega en la conducción del programa, Tamara Pettinato, lo acompañó en el “chiste”.
Cambio de paradigma
A la luz de las lecturas que hace el psicólogo especialista en gerontología Diego Aguilar, el de Tenembaum y otros comentarios que desacreditan la felicidad de la noticia de Cormillot, no se trata de hechos aislados ni descontextualizados. Responde a los cánones, poco discutidos y menos cuestionados, que tenemos como sociedad respecto de la vejez.
“Lo que se pone en juego con estas noticias son las percepciones que tenemos como sociedad, y las que tienen las mismas personas mayores, sobre el envejecimiento. Y justo estamos en un cambio de paradigma que pasamos de pensar la vejez como la persona anciana, pasiva, que no tiene nada más para dar a la sociedad, y que ni siquiera es un sujeto de deseo, a otro enfoque, en donde pensamos el envejecimiento como una etapa más de la vida, en la que también se puede desear y seguir haciendo cosas”, explica el especialista.
Aguilar advierte que la vejez no sólo es una etapa más de la vida sino que, si nos ponemos a pensarlo, es la más larga, sobre todo en los últimos tiempos en los que ha crecido tanto la expectativa de vida. Ya no es extraño pensar que una persona pueda alcanzar saludablemente los 100 años.
“Si lo pensamos, la niñez, la adolescencia, la juventud y la adultez... ¿cuánto tiempo duran estas etapas? Alrededor de 10 años. Sin embargo, la vejez, si la tomamos desde los 60, puede durar hasta 40 años. Es el período más extenso de la vida de una persona. Entonces por qué no pensar que alguien puede tener deseos y proyectos pasados los 60 años...”, reflexiona.
En el marco de este cambio de perspectiva es que estamos transitando la Década del Envejecimiento Saludable, un plan de la Organización Mundial de la Salud para 2020-2030 que busca aunar los esfuerzos “de los gobiernos, la sociedad civil, los organismos internacionales, los profesionales, las instituciones académicas, los medios de comunicación y el sector privado en torno a diez años de acción concertada, catalizadora y de colaboración para mejorar las vidas de las personas mayores, sus familias y las comunidades en las que viven”, según describe la página oficial del organismo.
Entre otros cambios que ha traído este nuevo enfoque, señala Aguilar, está el de abandonar la definición de “tercera edad” y hablar, sin miedos, del envejecimiento, de la vejez, quitándole toda carga semántica negativa.
¿Por qué no?
Como en tantos otros aspectos, las últimas décadas interpretan la sociedad con un “¿y por qué no?”, una simple y potente pregunta capaz de sacudir los andamios de lo tradicionalmente establecido y no cuestionado. “A la paternidad la hemos asociado siempre a la juventud, a otra etapa de la vida, en la que ‘era posible’ ser papá, y después de la cual no es ni posible ni deseable. A priori pensamos que una persona de más de 60 años no debería estar pensando en la paternidad. Pero noticias como la de Cormillot ponen en juego, interpelan esas ideas preestablecidas. En la vejez hay deseo, no sólo el sexual, hay deseo de ser padre, por ejemplo. Es válido cuestionarnos esto”, destaca Aguilar.
El psicólogo insiste en que estos cambios tienen mucho que ver con el aumento de la expectativa de vida: “antes decíamos que a los 70 años se era grande, pero ahora las personas superan los 90 o 100 años. La palabra clave es el proyecto, la proyección; y uno de esos proyectos puede ser la paternidad. Debemos pensar en el derecho a optar por ese proyecto, y no considerar que por tener esa edad, no pueda ser posible ser padre, madre o cumplir cualquier otro deseo que una persona se proponga”, desafía Aguilar, quien compara estos cambios con otros que se han dado en los últimos tiempos en torno a la organización de las familias.
“Podemos comparar esta situación con otras que han ido cambiando. Por ejemplo, la sociedad estaba convencida que por ser una pareja homosexual no se podía acceder a la paternidad. Eso es algo que ya está superado, y con la vejez debemos tender a lo mismo. Nos tenemos que permitir romper con las definiciones preestablecidas y entender que la paternidad, por ejemplo, no es una ‘función’ exclusiva de la juventud”, finalizó.
Lo cierto es que más allá de los comentarios y de las habladurías, Cormillot y Pasquini están felices. Se conocieron en 2012 cuando ella comenzó a trabajar en la clínica de él y se casaron en 2019. Desde entonces, buscan agrandar la familia y cumplir con el sueño de ser padres, sin importar la edad ni los mandatos de lo que puede y no puede hacerse cuando se trascienden las barreras de la juventud.