Mientras el tren avanza hasta Tucumán, sobre las vías del descampado centro santafesino, Claudia Núñez recuerda aquella vez que estuvo internada en Buenos Aires, donde vive. Para darle fuerzas, le sirvieron un plato de sopa y al tomar la primera cucharada, el sabor la llevó a su infancia, a la casa de su tía en el barrio popular de El Palomar, en Banda del Río Salí. Claudia, entonces, preguntó quién había cocinado la sopa. Un ratito después se presentó una mujer que sonreía. Era una tucumana que ya no vivía en su provincia, pero que aún conservaba los secretos de nuestra cocina; le había ofrecido el mismo gusto picantito que también ahora, arriba del tren, junto a una ventanilla luminosa, recuerda, vuelve a pasar por su corazón.
Y mientras el vagón se balancea lentamente, Claudia toma una felpa y en una cartulina escribe: “En Tucumán brillo”. Y así, como ella, 45 de las pasajeras y de los pasajeros que viajan en la línea San Martín (que apenas dos veces por semana une Retiro, Buenos Aires, con Cevil Pozo, Tucumán) hacen lo mismo: a partir de lo que han recordado con su historia, escriben lo que sienten. Y para cada quien, en pleno viaje, hay un fotógrafo o una fotógrafa que lo retrata con su cartel.
Esta fue una experiencia única en el mundo: se trata de un taller de producción fotográfica de 32 horas, el tiempo que dura el trayecto del tren desde Buenos Aires a Tucumán, y que se llevó a cabo en el marco de la Bienal de Fotografía Documental que concluye hoy, en nuestra provincia. Al tren se subieron, el pasado domingo 2, 45 fotógrafos con la intención de contar estas historias, como la descripta en el comunicado de prensa que envió la organización de la bienal a nuestro diario. El taller se llamó Cosmovisiones en movimiento.
Dentro del coche 504, ocupado casi en su totalidad por participantes del taller, el fotógrafo y artista uruguayo Federico Estol, uno de los coordinadores, pega afiches de películas de trenes “para que se inspiren” y explica, a viva voz, por qué van a trabajar divididos en cinco grupos: “buscamos un autor colectivo, un cuerpo vivo”, continúa explicando el comunicado. Y junto a él, la documentalista Sara Wayra recomienda: “Que la ética sea su estética”.
Las temáticas del taller fueron: territorio, género, memoria y cosmovisiones originarias. Los fotógrafos se agruparon en el vagón 504 y, acompañados de un pastel de papas, buñuelos y empanadas, todo casero, comenzaron a conocerse y reconocerse. Se cuentan su vida, comparten sus libros, sus fotos, sus equipos. Se ríen, piensan, imaginan cómo cubrirán la consigna que les asignaron y se duermen con el ronroneo del tren.
A las 4 de la mañana, ya del lunes 3, en la estación Rosario Norte, ocurrió la primera performance de la Bienal, cuando los integrantes del taller Tatú se despertaron y corrieron 200 metros hasta un cartel para tomar una foto. Amanece. El vagón abre los ojos. Pocos quedan en sus asientos. Las cámaras clickean por todo el tren. Los reporteros preguntan, conversan, escuchan a los pasajeros sobre el sentido de viajar en el tren. Luego les piden que escriban, así como escribió Claudia, lo que piensan, lo que sienten en ese momento de calma que precede a cuando terminamos de contar nuestra historia.
Sus carteles dicen: “Felicidad”, “Traer a mi hijo a conocer el tren”, “Sé que vuelvo”, “Mi familia, mi preocupación”, “Regresar a donde nací y encontrarme con mis compañeros”, “Tranquilidad”, “Escuchar la bocina del tren me conecta contigo, papi”, “Mis raíces”, “Yo soy del tren”.
A cada frase una foto, y el vínculo entre quienes toman la foto y quienes cuentan su historia ha movido los pasillos del tren hasta el vagón comedor. Y más aún, cuando Thiaguito Vergara, un niño de seis años de Florencio Varela y con familia tucumana en Los Vázquez, empieza a jugar con las cámaras y los grabadores, y él mismo entrevista a José, un hombre que dice que se vuelve de Buenos Aires a Santiago del Estero porque allá vive en la indigencia. En su cartel, el hombre escribe “Esperanza”.
Y esta esperanza es también la que retratan los 45 fotógrafos que le dan visibilidad al transporte público más económico del país, pero a la vez el de más difícil acceso: el pasaje cuesta desde 800 pesos (15 veces menos que el colectivo) pero solo hay dos frecuencias por semana desde y hasta Buenos Aires.
Por eso Claudia, la mamá de Thiago y cada pasajero sufren la incertidumbre cuando quieren viajar a ver a su familia. No tienen posibilidades económicas de utilizar otro medio de transporte y los pasajes se venden en pocas horas, tanto en Retiro como en Tucumán.
A las 5.30 del martes el tren arriba a Cevil Pozo. Las fotos están listas. También hay videos, reportajes y afiches de películas producidos durante esta experiencia, que se expondrán hoy a las 22 en la Sociedad Francesa, San Juan 751, en el cierre de la Bienal. Y con esta muestra y con la fiesta a continuación Tucumán despide a los cientos de participantes del encuentro. Quedarán sus historias retratadas; inolvidables, como las historias que se cuentan en un tren.