Qué difícil es encontrar la palabra justa para despedir a un amigo. Nos encontrábamos en un café de Viamonte y Montevideo. Los 90 años no sosegaban la pasión, las dudas, los proyectos y la política. Algunos de esos temas de discusión salían publicados en las contratapas de Página/12.
Pocos son los afortunados de haber visto pasar con una memoria sorprendente casi un siglo literario, la revista Contorno, dos exilios, prolífico en la escritura e incansable en los proyectos: su obra fue monumental como ensayista, poeta, narrador, y hasta tuvo tiempo de emprender y terminar la Historia Crítica de la Literatura Argentina en 12 tomos; fui su colaborador en el teatro contemporáneo.
Entre tantos departamentos literarios que dirigió en el mundo, hubo un sitio preciado y fue su Instituto de Literatura Hispanoamericana de la Facultad de Filosofía y Letras (UBA). Un día lo vi contemplar un largo rato el retrato de Pedro Henríquez Ureña sobre la pared de la biblioteca. Nos dijo a los que estábamos en esa mesa, que a él le gustaría que su fotografía estuviese, algún día, al lado del maestro.
Fue profesor en Buenos Aires, Córdoba, las universidades de Cuyo, México, Colombia, Uruguay, Francia y los Estados Unidos. Recibió numerosos premios y Honoris Causa, pero solo me detendré en el otorgado por la Universidad Nacional de Tucumán. La Dra. Carmen Perilli dijo, ese día, que “Noé, como su homónimo bíblico, abrió el arca a todos los que pasamos por la teoría, la crítica y la literatura en estas latitudes”. A su regreso a Buenos Aires, café de por medio, me leyó su discurso con motivo del Honoris Causa, y me enorgulleció haber sido citado junto a otros cuatro intelectuales tucumanos.
Durante nuestro último encuentro me contó su viaje a Rivera, pueblo donde nació. Junto a sus hijos visitó el cementerio judío donde está enterrada su familia, muy cerca de la tumba de Nurit Eldoct, la mujer que persiguió a nazis en nuestro país y dio con Josef Mengele en Bariloche. Fue su regreso después de una larga vida como para concluir el círculo. No se animó a mencionarlo, aunque siempre supo que era su despedida. Cuando regresaban de Rivera, se detuvo frente a una cascada de agua cristalina y me contó que en ese instante sintió la máxima libertad como un encuentro milagroso de beatitud. Hay animales que saben que van a morir y el instinto los hace apartarse de la manada. El pretexto fue una conferencia en Colombia; la verdad fue llegar y dormir, para siempre.
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