"El tiempo y el olvido acaban con todo, pero la escritura poética puede proyectarse al futuro"

Adolfo Colombres es el novelista tucumano más prolífico, con 21 novelas publicadas hasta la fecha. Recientemente recibió el premio La Rosa de Cobre de manos de Juan Sasturain.

 ciccus ciccus
30 Octubre 2022

-En relación con su último libro, Los bajos fondos del arte, ¿de qué manera piensa que se entrecruzan la forma, la sombra y la ausencia en una pintura o en una novela? ¿Por qué el vacío y el silencio son fundamentales para la creación artística?

-No sé si cabe hablar de entrecruces. La forma, la sombra y la ausencia son tres pilares o sendas para salir a capturar lo maravilloso, la profundidad del sentido. Suelen ir juntas, pero también actuar solas, y en especial la ausencia, pues no creo que esta última se comprometa mucho con la forma y la sombra, aunque sí con el vacío y hasta con la nada. Eso sí, el resplandor de lo maravilloso precisa del silencio, pues este alimenta tanto al proceso creativo como el acto reflexivo que se precisa luego para la aprehensión intelectual y sensible de lo creado.

-Recibió el premio La Rosa de Cobre de la Biblioteca Nacional, ¿qué significa para usted este importante reconocimiento luego de la publicación de 21 novelas a lo largo de 60 años de escritura constante?

-Tuve varios premios en mi vida, relacionados sobre todo con la literatura, y provenientes tanto de los sectores oficiales como privados, en Argentina, México y Cuba. Estos, desde ya, ayudan a fortalecer el compromiso existencial con la escritura, la cultura y el arte. En este caso (La Rosa de Cobre) se premia una trayectoria de vida, en la que el placer de la escritura (mis novelas) y el deber de la escritura (mis ensayos) convergen. Entré en mi juventud con textos antropológicos y filosóficos relacionados con la liberación de los pueblos indígenas y la descolonización de los imaginarios. Quería con ello cumplir con una exigencia social de esa época, en la que muchos miembros de mi generación militaron en organizaciones armadas y murieron en esa guerra. Una amiga muy querida me dijo que escribiera como lo estaba haciendo, que eso sería de mayor utilidad para alcanzar los cambios políticos y sociales por los que militaban. Ella tenía solo 23 años cuando la fusilaron, y me legó ese mandato. Desde entonces siempre trabajé a la par con una novela y un ensayo, y estos últimos fueron mucho más lejos de lo que me proponía, afectando incluso mi imagen de escritor de ficciones literarias. Pero andando el tiempo la escritura filosófica y antropológica pasó a ser algo también intenso, sin alejarse del deber, y diría que incluso potenciándolo. La guerra ahora es contra la era del vacío y la acelerada pérdida de los significados producidos por el neoliberalismo y la cultura de masas, lo que implica defender los altos valores generados por la especie humana a lo largo de los siglos y milenios y resignificar lo vaciado por los mercaderes.

-Casi todas sus novelas problematizan la cuestión de la memoria y de cómo contar el pasado, ¿por qué piensa que la ficción es el mejor modo de repensar lo que fuimos o lo que nunca seremos?

-Desde la adolescencia sentí que mi lenguaje profundo sería el literario, y el resto de mi vida me la pasé buscando las palabras justas y necesarias. Un arte que me sostenía en el ser, y a la vez un instrumento para recuperar el pasado y proyectar el futuro. En parte se lo debo a mi abuelo Alberto Rougés, quien murió cuando yo daba mis primeros pasos, pero me legó su pensamiento sobre el tiempo y la eternidad. Mi primera novela, Siete para la eternidad, publicada cuando tenía 20 años, alude a esta última, y llegué a escribir muchos años después una novela titulada La eternidad, que transcurre en cinco países de África, además de México, Ecuador, las Islas Marquesas y por cierto también Argentina, en la que late el tiempo y se abre plenamente a la aventura, la que me llevó a recorrer África y otros mundos, influenciado ya por Joseph Conrad. Claro que mi alma está más del lado de la ficción y el arte en general, aunque el deber de la escritura me haya conducido a otros caminos, a otras formas del lenguaje. El tiempo y el olvido acaban con todo, pero la escritura poética puede proyectar esas vivencias hacia el futuro, y postergar así el fin. Y claro, este sueño de la eternidad es el mejor de los refugios cuando se trata de defender los significados del mundo, de sortear los caprichos del tiempo.

-El poeta alemán Friedrich Schiller escribió que “sólo la imaginación permanece siempre joven, lo que nunca ha ocurrido jamás envejece”. ¿Cómo relacionaría esta frase con su obra literaria? ¿Por qué la infancia sería una suerte de “paraíso perdido” que intentamos recuperar a través de la escritura?

-Sí, al estudiar los imaginarios de las culturas del mundo nos encontramos con los grandes paradigmas, los que resistieron a la acción del tiempo, reelaborándose continuamente para permanecer. Por eso al abordar los sentidos del arte me sumergí en el mito, que es un hermano suyo, y juntos reinan en esos bajos fondos de los que me ocupo en un ensayo recién editado, como un gran venero de las construcciones simbólicas, de lo sagrado sustraído del ámbito de las religiones para afirmar la dimensión plena de lo humano, libre de las ideologías que lo niegan o desvalorizan. Así como el hombre maduro intenta recuperar el tiempo maravilloso de la infancia, el éxtasis de los orígenes, los pueblos van en busca de los grandes paradigmas que lo conformaron, exprimiendo para ello su memoria histórica y resignificándolos con los mecanismos de la literatura y el arte para que no dejen de cumplir con su función.

PERFIL

Adolfo Colombres nació en Tucumán, en 1944.Vivió en Ecuador y México, países en los que estudió culturas indígenas. Fundó Ediciones del Sol. Dirigió el programa de Rescate de la Literatura popular e indígena. Novelista y ensayista, es autor, entre otros títulos, de Karaí, el héroe, Sacrificios y Celebración del lenguaje. Recibió los premios Konex de Letras, Bienal de novela del NOA, Ricardo Rojas, Brocal de Oralidad y el Carús Pando.

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Máximo Hernán Mena - Jena (Alemania)

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