La inflación de la ignorancia

“Susana amasa la masa”. “Mi mamá me mima”. “Ese oso se asoma”. “Esa mesa sí pesa”. “Mi papá fuma en pipa”. ¿Cuántos recuerdos acaba de encender su inconsciente al leer estas frases? Eran la forma de introducirse en el mundo de la lectura hace más de 40 años. Esas sentencias aisladas eran parte de la formación de niños y niñas, a partir de las cuales comenzaban a reconocer letras y vocablos. Comenzaban a comprender un texto. Se metían de lleno en el mundo de la palabra. Hoy, todo cambió. Aquel sistema de aprendizaje quedó obsoleto. Los métodos son absolutamente distintos. Los niños llegan ya al jardín con un caudal inmenso de información, y el desafío más que nada es ordenar esos datos. Pero parece una tarea imposible. Hoy, los chicos no entienden lo que leen. Ni los textos simples. La degradación que sufre el país tiene en el aprendizaje uno de sus pilares. Tal vez el más fuerte. Y eso va de la mano del aumento de la pobreza y de la marginalidad.

En las últimas tres décadas el nivel de aprendizaje en Argentina declinó peligrosamente, al contrario de lo que sucedió en países vecinos, que aumentó. Eso, sin dudas, redunda en beneficios económicos para el país. El economista Eric Hanusheck, que se especializa en economía orientada hacia la educación, sostiene que más años de escolaridad no significan particularmente en un mayor aprendizaje. Que el verdadero cambio se da con un mayor nivel de enseñanza. Según él, 100 puntos en las pruebas del Programa para la Evaluación Internacional de Estudiantes (PISA) se traducen en un PBI per cápita anual de 1,74% mayor. A partir de su teoría, los problemas que enfrenta Argentina se agudizan con la situación económica. Con casi 20 millones de pobres en el país, aspirar a una educación de calidad es una quimera. Desde 2000 no hubo mejoras en Argentina con el resultado de esas pruebas. No es que estamos estancados; bajamos año a año, al contrario de otros países con los cuales podemos compararnos, como Colombia, Perú, México, Brasil, Uruguay e incluso Chile. La evolución del puntaje de nuestro país muestra un descenso entre 2000 y 2006 (Argentina no participó en la medición de 2003) y una recuperación en 2009, que no alcanzó a igualar el puntaje del año 2000. En 2012 se mantuvieron los resultados alcanzados en 2009. Y en 2016 fuimos descalificados ya que la muestra que se envió era demasiado pequeña y no cumplía con los estándares que se requerían. En 2020, Argentina apareció en el último cuarto de la tabla en cuanto a la cantidad de computadoras por alumno. Ocupamos el lugar 62, de los 79 países relevados. Según el informe, el país tiene cuatro computadoras cada 10 alumnos, la mitad de la media, que fue de ocho.

Si Argentina hubiera estado a la par de sus países vecinos en materia de educación, podría haber obtenido, en un largo plazo, un 0.4% en el PBI per cápita. Hoy somos los últimos entre nuestros vecinos en materia de educación. Incluso alcanzando solo 25 puntos en las pruebas PISA se podría haber obtenido un 0,4 % en el PBI per cápita en el largo plazo. Según la teoría de Hanusheck, serían 10.000 dólares por persona al año. ¿Se imaginan?

Martín Nistal, coordinador de investigación de Argentinos por la Educación, mostró hace pocos días en LG PLay un panorama desolador. “Al final de la primaria, ya luego de la pandemia, 43 de cada 100 chicos llegaban al final de la primaria en tiempo y forma. La evidencia muestra que los resultados vienen golpeados desde muy temprano. Ya desde tercer grado tenemos muchos problemas de aprendizaje y eso nos deja atrasados en todos los niveles escolares”, dijo. Pero el dato que dio y que más alerta es que de esos chicos de primaria uno de cada dos en tercer grado no era capaz de comprender un texto. Y que en los niveles económicos más bajos, entre los más vulnerables, ese número escala a seis de cada 10 chicos.

Según un informe de Argentinos por la Educación, en Argentina, el 40% de los estudiantes que logran llegar al último año de la secundaria están en situación de pobreza. “Aunque el nivel socioeconómico bajo suele asociarse con bajos niveles de aprendizaje, hay un 14% de ellos que logran buenos desempeños”, advierte el análisis. Y profundiza: “el nivel socioeconómico de las familias guarda estrecha relación con el desempeño escolar. El 33% de los estudiantes que habitan hogares de NSE bajo se ubican por debajo del nivel básico en Lengua; la cifra se reduce al 9% entre estudiantes de NSE alto. En Matemática, por su parte, el 64% de los estudiantes de hogares con NSE bajo se ubican por debajo del nivel básico, pero esta proporción se reduce al 24% entre estudiantes de NSE alto”. Hay entonces una estrecha relación entre la baja en la calidad educativa y la economía. “Los niveles de educación alcanzados por los jóvenes y sus logros educativos están muy fuertemente condicionados por la situación socioeconómica de sus padres, especialmente el nivel educativo de la madre y la estructura familiar. Este reporte nos presenta un panorama sombrío con respecto a la transmisión intergeneracional de la pobreza a través de la educación. Pero también da una nota esperanzadora al señalar que, cuando el ambiente de aprendizaje en la escuela es positivo, aun jóvenes de familias vulnerables pueden tener mejor desempeño”, dijo Mariano Tommasi, director del Centro de Estudios para el Desarrollo Humano de la Universidad de San Andrés.

Estamos en épocas eleccionarias y todos los días hay candidatos que se muestran como la solución a los problemas que padecemos. Pero pocos, muy pocos, hacen hincapié en la cuestión educativa. Nos come la cuestión económica, pero casi ninguno tiene una receta para sacar a este país adelante. Todas son promesas. Soluciones, hasta aquí nadie parece haber encontrado. Antes de asumir el gobierno uruguayo, José “Pepe” Mujica dejó una de sus mejores frases: “Vamos a invertir primero en educación, segundo en educación, tercero en educación. Un pueblo educado tiene las mejores opciones de vida y es muy difícil que lo engañen los corruptos y mentirosos”

Mientras tanto, según la Universidad Católica Argentina, hay un 8% de indigencia en el país. Es decir, 4 millones de personas. Y casi 20 millones de pobres. Insostenible. Mientras vemos esta realidad, el gobierno ya admite el fracaso. El lunes, al jefe de Gabinete Agustín Rossi no le quedó otra que admitirlo: “Pensábamos que en el último trimestre del año pasado lo íbamos logrando (bajar los índices de inflación). No fue así en el primero y en el segundo mes del año, ni tampoco en el tercero”, reconoció. Pero, increíblemente, tres días después el mismo funcionario aseguró que “si el Presidente (Alberto Fernández) decide ser candidato lo acompañaré; si no, evaluaré la posibilidad de una candidatura mía”, dijo. Admite que no pueden controlar al principal flagelo del país, pero así y todo quiere seguir en el poder. ¿Cómo se entiende esto? Fernández reconoció el martes que “son conscientes” de lo que cuesta ir al supermercado, y que la inflación es un tema a resolver. En marzo pasado Unicef presentó un análisis de los efectos de la situación económica en los niños, niñas y adolescentes. Al analizar la educación, aseguraron que “se estarían presentando situaciones de abandono escolar, específicamente en las transiciones del nivel primario al secundario”. Y detallaron que uno de los motivos es que “las adolescentes asumen responsabilidades de cuidado de hermanos e hijos, y acompañamiento a adultos mayores”, mientras que en el caso de los varones el abandono se da por “la incorporación al mercado de trabajo”. Los chicos están dejando de estudiar para compensar las cuestiones económicas en sus hogares. Y tienen que salir a trabajar. Amasan como mamá.

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