Clima óptimo en el aeropuerto, tensión en el aire y un “amigo” que le tiró buena vibra al plantel

Las sonrisas que los jugadores mostraban en la sala de preembarque y los chistes que se hacían mientras subían al avión quedaron en el olvido en el mismo momento en el que el vuelo 1.499 de Aerolíneas Argentinas despegó desde el aeropuerto “Benjamín Matienzo”.

Fue una travesía turbulenta la que llevó al plantel de San Martín a Buenos Aires. La aeronave no había terminado de despegar y ya comenzaba a moverse. Leandro Ciccolini y Agustín Prokop, por ejemplo, preferían percibir las sensaciones a ciegas. Cerraron los ojos y evitaron abrirlos en los momentos más “difíciles”.

“Por favor, les rogamos no desabrocharse los cinturones”, fue el mensaje que llegó desde la cabina. Es que el avión fue casi una licuadora durante todo el trayecto. Las turbulencias sólo entregaron un pequeño break; dieron un respiro, justo el tiempo necesario para que las azafatas pudieran servir el refrigerio.

“¿Cómo te llamás? ¿De qué jugás? ¿A los cuántos años comenzaste?” Mientras la máquina se movía, el pequeño León no paraba de lanzarle preguntas a Nicolás Carrizo, a quien tenía justo en el asiento de atrás.

El niño porteño regresaba a casa junto a su mamá y a su hermano Joaquín, luego de pasar unas vacaciones en Termas de Río Hondo; y estaba relajado. “Yo también juego al fútbol. Soy categoría 2013. Antes jugaba en Club Parque; pero ahora me cambié a Defensa del Sur, que está mucho mejor”, seguía con su monólogo.

“Nico” intentaba seguirle el ritmo a la conversación. Pero sólo podía contestar con monosílabos ante el locuaz minifutbolista.

Cuando el comandante informó que habían comenzado el descenso hubo un par de sacudones que parecieron haberle hecho cambiar de opinión. El avión dio vueltas por Buenos Aires y aterrizó de sur a norte; al revés de como lo hacen habitualmente la mayoría de los vuelos.

Cuando la nave tocó el suelo del Aeroparque “Jorge Newbery” hubo un aplauso sostenido que iniciaron algunos jugadores “santos” y que contagiaron al resto de los pasajeros.

“Ehhh, ¿dónde le dieron el carnet? ¿En Mendoza?”, bromeó Carrizo a Ciccolini. “En Aguilares seguro sacó la matrícula”, retrucó el volante que a esa altura ya podía sonreír; y hasta había recuperado el habla.

“Suerte para mañana. Ojalá ganen”, fue el deseo del pequeño León. “Gracias, crack”, agradeció Carrizo. Todos felices en tierra firme.

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