Carlos Duguech
PARA LA GACETA
En el transcurso de la guerra de invasión de Rusia sobre Ucrania cabe apreciar algunas de las características que definen su singularidad. El atacante Rusia jamás aceptó que lo suyo fuese una guerra, palabra que prohibió Vladimir Putin se utilizara en la prensa rusa, revelación del poder omnímodo del presidente.
Otra de las particularidades de una guerra de 14 meses sin respiro es que todo el accionar bélico se desarrolla en territorio ucraniano, salvo una secuencia de bombardeo ucraniano que afectó muy poco una zona próxima a Belgorod, región lindera rusa. Pero el más contundente de los datos del apoyo que recibe Ucrania y que le da identidad al hecho bélico y desde el punto de vista operación defensa, deviene en la fórmula “Rusia vs. Ucrania +30”.
Rusia combatiendo en Ucrania con sistemas bélicos del país invadido y de treinta más, occidentales. Guerra sui géneris con toda la sumatoria de crueldad de una guerra a sangre y fuego, sin treguas, hasta bordeando la catástrofe de que las centrales nucleares de Ucrania fuesen afectadas. Guerra con destrucción en viviendas e infraestructura, sin miramientos.
Sólo tener presente que 7,8 millones de ucranianos abandonaron su país y se transformaron en refugiados en varios países europeos y hasta en la propia Rusia. A lo que debe agregarse un importante desplazamiento de población de la zona de los combates hacia otros lugares de la propia Ucrania.
Canje de prisioneros
En esta guerra en la que Rusia utiliza, en diversas variantes, amenazas que incluyen -ora directamente, ora solapadamente- sobre utilización de sus arsenales nucleares se vienen produciendo, sin embargo, canje de prisioneros.
Dos centenas de soldados rusos y ucranianos (por mitades) fueron en el espíritu de los protocolos de Ginebra (1949) intercambiados por sus respectivos países. Un remedio tardío de las últimas semanas en el espantoso panorama que cualquier medio del mundo pone a disposición. ¡Es la guerra! Con los intercambios de prisioneros entre los bandos acercan un mínimo de humanidad a la tragedia de un pueblo, el ucraniano. Mientras, a campo traviesa, suceden las victimas entre la población civil y los ataques a los sistemas de infraestructura y viviendas.
La “Guerra”
La “guerra” que suele decirse desde un sector (el dominante) que vivió Argentina desde 1976 y por seis años, no tuvo ninguna característica que permitiera asignarle ese apelativo.
No hubo intercambio de prisioneros, ni de información sobre víctimas ni lugares de su ubicación, cuando esa “guerra” terminó. Nada. Nada de nada.
Sí desapariciones de personas no combatientes, Fuerzas Armadas que asaltaron el poder del Estado. Secuestros ilegales, sustitución de identidad de nacidos en cautiverio por sus madres secuestradas; actos de crueldad por parte de grupos diversos, diferenciados; de guerrillas urbanas; procedimientos de crueldad con prisioneros militares por algunos sectores de la guerrilla. Y la persistencia en todos los frentes de un gobierno de las fuerzas armadas utilizando métodos de represión ilegales en una escalada nunca antes ocurrida en el país.
Como quiera que se la dibuje estas acciones jamás podían ser calificadas de “guerra”. Las normas de los conflictos bélicos no podían ser aplicadas en este contexto que vivió Argentina. Se dio sin embargo que, para combatir los focos de insurgencia de grupos civiles armados era necesaria una acción profunda de las fuerzas amadas. Pero manteniendo la cohesión del poder civil del sistema de gobierno republicano y federal.
El primer objetivo, sin embargo, fue el de cercenar manu militari al poder ciudadano y reemplazar a todo el gobierno de Argentina por sus mandos militares en exclusiva.
Más tarde involucraban y justificaban su aberrante modo de “gobernar” en que había una “guerra” y era necesario el triunfo militar sobre los distintos grupos civiles armados y sus acciones.
Un símbolo dramático de esos tiempos de “guerra” está en Tucumán, precisamente. El “Pozo de Vargas” en el Noroeste de San Miguel de Tucumán.
Gracias al minucioso trabajo científico del Instituto de Antropología Forense se logró en más de 80 casos identificar por los huesos examinados la identidad de las personas arrojadas a ese ignominioso recurso al que recurrieron nuestras fuerzas armadas para borrar su criminal acción contra la ciudadanía.
Cierre: no hubo una “guerra” sino un despiadada y brutal represión de quienes debieron resguardar la paz y la estructura de la República con las armas y la ley.
Lula, estadista
Casi en el borde de los emblemáticos primeros 100 días de gobierno del presidente de Brasil, Luiz Inacio Lula da Silva ejerció con naturalidad esa condición que suele adornar con poca frecuencia a los presidentes de los países: la de “Estadista”. Y para serlo en plenitud, por si fuere menester aclararlo, digamos que sólo se es estadista si además ejerce las funciones con absoluta independencia. De todo. De todos.
Fue en el Palacio del Pueblo de la capital china en la que Lula -lisa y llanamente- dio rienda suelta a una expresión que seguramente anidó en su espíritu de estadista independiente: “Nadie va a prohibir a Brasil que profundice sus relaciones con China”.
Porque el gigante sudamericano decide acercarse al gigante asiático en un tiempo en el que las piezas del ajedrez del poder mundial no terminan de encontrar su lugar en el tablero para la jugada de dominación. Aunque tal jugada lo sea con la aspiración -de los que se creen más poderosos- del jaque mate que los beneficie.
El encuentro de Lula y Xi Jinping generó una plataforma desde donde cuestionar a los países que incumplieron los compromisos en las Naciones Unidas sobre el cambio climático en 2009, en Copenahage.
Xi y Lula congeniaron. China, se sabe, aspira a un orden mundial multipolar. Y allí el estadista Lula sostiene: “Queremos que la relación con China no sea meramente comercial. Queremos que trascienda más allá y que sea profunda, fuerte”.
Lo decía Lula el viernes último frente a las cámaras y a Xi Jimping, que dijo lo suyo: “El desarrollo continuo, sano y estable de las relaciones jugará un papel clave para la paz, la estabilidad y prosperidad mundiales”.
Estados Unidos siguió con demasiado interés la gira del presidente de Brasil por China. Razón de más había por el nutrido comercio entre el país norteamericano y el gigante de Sudamérica. El estilo que viene perfilando Lula no admite dudas, tan frontal como se muestra.
Llegó a visitar la sede de Huawei -palabra prohibida para Estados Unidos, enfrentados totalmente en una dura controversia tecnológica. En la oportunidad, Lula se reunió con las autoridades del Banco de Desarrollo de los BRICS (Brasil, China, India, Rusia y Sudáfrica) que, actualmente dirige la ex mandataria de Brasil, Dilma Rousseff. Y ahí Lula lanzó sus dardos conceptuales: “¿Quién fue el que decidió que el dólar fuera la moneda tras la desaparición del ‘patrón oro’?”
La mención a Argentina
En las definiciones a las que se vio necesitado Lula para sostener sus ideas de un nuevo panorama global en el transcurso de la gira por China halló un momento especial para referirse a nuestro país.
Fue en ocasión de asumir Dilma Rousseff como presidenta del Nuevo Banco de Desarrollo del BRICS en Shangai.
Ahí lanzó su apoyo: “El Fondo Monetario Internacional está asfixiando la economía argentina mientras lidia con una de las tasas de inflación más altas del mundo y lucha por cumplir con su programa de US$44.000 millones”.