Eric Baret, un maestro espiritual francés, postula lo beneficioso de acoger sin reservas toda emoción que nos sobrevenga. ¿A qué se refiere? Sostiene que existe en nosotros una fuerte tendencia a bloquear las emociones -incluso las positivas-, rechazarlas, posponerlas. Una evitación que viene de nuestro ego, de esa parte que se desestabiliza cuando nos invade una emoción fuerte, porque de algún modo vemos amenazada nuestra seguridad y puntos de referencia. Y eso es más de lo que podemos soportar. Habla de la emoción como una “burbuja” que una y otra vez sofocamos, pero que fatalmente volverá a emerger.

¿Cómo entregarnos a esta experiencia? Se trata de dejarla vivir, de sentirla y, al hacerlo, veremos que la emoción “como una flor que florece. se abre y, en un momento dado, muere”. Asegura que, cuando es dejada realmente libre, se elimina de forma natural: “Viene para irse, es un proceso orgánico, no tenemos que fabricarlo, se impone de manera natural”.

¿Cómo suele manifestarse este rechazo a sentir? Frente a esa tensión, que por lo general tiene su correlato corporal a través de algún tipo de sensación que nos incomoda -en el estómago, el pecho o la garganta-, nuestra reacción casi inmediata es “subtitular” eso que sentimos. Mediante nuestro pasatiempo favorito: pensar, o mejor dicho, sobre pensar.

A lo que nos sucede le agregamos un relato, una racionalización, tomando datos de nuestra situación vital: pareja, familia, amigos, trabajo… formarán parte de las explicaciones que buscaremos para justificar nuestra emoción (nunca faltan argumentos). Un pasaje a lo mental que no hace otra cosa que desconectarnos de la emoción porque omite el cuerpo, sofocando aquella “burbuja” de la que habla Baret.

Aunque desde luego es muy difícil dejar de pensar, sí podemos, antes de lanzarnos a ese primer reflejo, bajarle un poco el volumen a nuestros pensamientos y llevar la atención a aquella parte del cuerpo que concentra la emoción. Hasta podemos posar nuestra mano allí, como una suerte de autoreiki. Hacer respiraciones conscientes y, simplemente, entregarnos a sentir.

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