IA y educación: ¿amenaza o cimiento para edificar el futuro?

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IA y educación: ¿amenaza o cimiento para edificar el futuro?
30 Marzo 2025

Alejandro Urueña: Founder & CEO Clever Hans Diseño de Arquitectura y Soluciones en Inteligencia Artificial. Abogado. Magister en Inteligencia Artificial.

María S. Taboada:  Lingüista y Mg. en Psicología Social. Profesora de Lingüística General I y Política y Planificación Lingüísticas de la Fac. de Filosofía y Letras de la UNT.

Todos los años se inicia el ciclo lectivo y los padres de los alumnos reciben generalmente un listado con mención de una ingente cantidad de textos escolares que tienen que adquirir. Suele ocurrir también que algunos de esos textos luego no son utilizados integralmente. Algunos padres pueden afrontar el costo de esa inversión educativa, pero mucho otros no y apelan a diversas estrategias para que sus hijos cuenten con el material. Buena parte de esos textos son producto del marketing que las empresas editoriales hacen en las instituciones escolares, direccionando opciones y elecciones que pueden no fundarse en sólidas evaluaciones didáctico pedagógicas sino en ventajas comerciales. La adquisición de esta estantería de textos bien podía justificarse en otras épocas donde para obtener información  referida a los contenidos educativos sólo se contaba con el texto impreso o, a posteriori,  con las fotocopias (los conocidos “cuadernillos”), que en términos de recursos constituyeron un avance, aunque muchas veces limitaban el acceso a los contextos de producción de esa información y generaban – aún hoy- una perspectiva fragmentaria.

Hace más de dos décadas que contamos con internet, aún en países con restricciones económicas como el nuestro. Desde la pandemia, su apertura se ha multiplicado. La mayor parte de la población hoy cuenta con celulares y tiene acceso a la web desde esos dispositivos.  Y en la web circula actualizada gran parte de la producción científica y de divulgación científica que la educación necesita. Los niños y los jóvenes desde temprana edad son expertos usuarios de la tecnología. En el caso de la universidad, muchos han reemplazado otros recursos de registro por el celular, donde concentran y condensan la información que requieren y la que producen. Sin embargo, y lejos de esta perspectiva del celular como recurso didáctico, se propulsa su demonización particularmente en el ámbito educativo. Representación y actitud éstas que han suscitado las tecnologías emergentes más de una vez en la historia de la humanidad.

Una nueva tecnología reclama una perspectiva diferente de la relación y cognición del mundo y por lo tanto un cambio de matrices y concepciones del conocimiento, de lo que implica conocer y de cómo se conoce. Trae aparejado un cambio tanto de los objetos de conocimiento como de los modelos de vinculación con esos objetos. Si nos aferramos  a la idea de que la única información válida está en los libros impresos y en  el modelo de lectura que esa tecnología  impone, no sólo rechazaremos otros recursos sino que estaremos coartando las potencialidades cognitivas y cognoscitivas que nos brindan internet, la web y, por supuesto, la IA. Y si creemos que los celulares sólo sirven para conectarse a redes sociales en las que únicamente circula información irrelevante o peligrosa  y que los niños y jóvenes los usan con esos fines, seguramente el celular replique la imagen amenazante de demonios e infiernos inevitables. En contrapartida, las redes sociales son también  el medio que hemos encontrado científicos, educadores, profesionales para compartir información actualizada, proyectos, propuestas y generar espacios de debate y análisis al instante. En otra épocas, esta posibilidad exigía el encuentro cara a cara y podía suponer meses o años para concretarse. Antes había que esperar que se publique el libro impreso, que llegue al circuito comercial y desde allí a las bibliotecas institucionales que por lo general adquirían pocos ejemplares, por lo que el tiempo de espera se extendía. Hoy con ingresar a la web tenemos  información al instante, no sólo  producto de los textos sino de sus reseñas, análisis, comentarios,  lo que abre la posibilidad de compartir y debatir on line a investigadores, educadores y estudiantes, sin desplazarse en tiempo y espacio.  Estos recursos “nos abren el cerebro” a otras miradas, posicionamientos, perspectivas y nos permiten evaluar tanto la información como nuestros procesos de cognición. Fetichizar los “libros” impresos es el grito de agonía de quienes han quedado anudados al pasado sin poder asumir los caminos de un nuevo mundo. Parafraseando a don Atahualpa, podríamos decir que para quienes mira sin ver, la tecnología es pantalla nomás,

Pero además los algoritmos nos posibilitan tener un primer registro de los textos  mediante las traducciones, resúmenes, síntesis, cuadros,  que pueden proporcionarnos. Con la debida cautela sobre las operaciones generativas de las máquinas, permiten decidir casi “al toque” acerca de la pertinencia o validez de la información para nuestras necesidades, nos permiten avanzar con rapidez en la búsqueda y liberar la memoria y el esfuerzo para otras acciones analíticas e interpretativas. No suplantan la lectura y el análisis de los textos originales pero permiten organizar y relacionar  la información que requerimos con mayor eficacia  y a la vez nos exigen poner en juego dinámicas de análisis y evaluación de lo que nos brindan los algoritmos profundizando procesos críticos de cognición.  El conocimiento de estas potencialidades de los algoritmos, así como el desarrollo de estrategias cognitivas de diagnóstico y aplicación resultan cruciales para la formación de los seres humanos en la era de la IA.

El problema entonces no radica en la tecnología: ni en la IA ni en los dispositivos. El desafío es el aprendizaje analítico de sus aplicaciones para promover procesos cognitivos a la vez críticos y creativos. Y por detrás -o por delante- el problema es qué educación proponernos, para qué mundo y para quiénes (qué sujetos). Si el modelo va a seguir siendo el reproductivismo de información impresa, la IA sólo puede servir para afianzar procesos de dependencia cognitiva, autoral e identitaria. Pasa a ser una herramienta más para formar sujetos pasivos, sin conciencia de sus capacidades y potencialidades; sujetos que repiten, reproducen alienadamente lo que los otros o los algoritmos “les bajan”. Y en este encuadre, el de la “bajada de contenidos” a los alumnos  “esponjas”, la IA es ciertamente una amenaza porque puede hacer lo que se les pide a los estudiantes: que resuman y repitan sin interpretar críticamente.  La encrucijada comporta una cuestión de política educativa del Estado. ¿El objetivo pedagógico va a ser (o seguir siendo)  formatear ciudadanos domesticados, fácilmente maleables para las campañas electorales y sumisos ante la manipulación de sus cerebros y derechos? ¿O vamos a avanzar en el ya rezagado escalón en el dominio de la IA en aras de formar sujetos que puedan no sólo aplicar sino gestar tecnologías; sujetos cognitiva y cognoscitivamente libres, creativos, críticos que desarrollen  individualidades emancipadas con conciencia de pertenencia y compromiso con el país y con un  mundo en el que  la IA y el manejo de los datos definen territorio y poderes planetarios.  

La educación se encuentra en una encrucijada, enfrentando la disruptiva llegada de la inteligencia artificial. ¿Seguiremos aferrados a los modelos tradicionales, condenando a nuestros estudiantes a la obsolescencia? ¿O incorporará a la IA como una herramienta para potenciar el aprendizaje, la creatividad y la autonomía? La respuesta determinará el futuro de nuestras sociedades.

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