

“En el DNI figura que tengo 68 años, pero cuando salgo a bailar en los corsos, tengo 18 años. Voy con la mentalidad de esa edad y son los otros los que se equivocan. Y si la gente me aplaude, yo bailo más porque me pongo más joven todavía”, afirma el Indio Teuco, y remata con una sonrisa.
Exponente indiscutible de los carnavales tucumanos, cada vez que habla de las comparsas y sus fiestas, la vitalidad renace con ímpetu juvenil. Lleva más de seis décadas saliendo; comenzó como parte de un mandato familiar en Salta con apenas cinco años y sigue aún. Su pasión fue heredada por hijos, hijas y nietas, que lo acompañaron en los desfiles y buscan rearmar su mítica formación: Las Águilas Doradas.
Su nombre real es José Joaquín Lobo, pero por tradición familiar surgida en Salta se apoda el Indio Teuco. En el barrio Santa Rita donde vive lo llaman Coco Basile, apodo ganado en el equipo de fútbol Las Malvinas del Loco Kevedo.
“Ella es mi nieta Emilse -la presenta orgulloso ante LA GACETA-, y ganó muchos premios como reina y pasista”. “Si tengo oportunidad voy con él, lo acompaño porque sé que le gusta y le apasiona”, completa la heredera, que aún recuerda cuando la castigaron por llevarse materias en la secundaria con lo peor imaginable: no ir al corso. “Queremos hacer una comparsa como la que tenía antes, un regalo en estos últimos años, porque ya la edad no le va a dar para seguir. Le puede doler todo, pero si le ponen música, no hay quien lo pare. Bailar con él es felicidad y pasión”, afirma Emilse.
Trofeos y recuerdos
El Indio espera la visita del diario con algunos de los trofeos que ganó en estas décadas. Los hay casi de su altura y algunos de unos pocos centímetros: uno de los más pequeños es el tercer lugar alcanzado en una dura competencia nacional en Mar del Plata. La mayoría son premios tucumanos, donde se pasea con la soltura de quien es parte de la historia y cada año tiene un reconocimiento.
Posa para las fotos: toma un hacha de utilería, con la punta en forma de pico. En la mesa de las estatuillas hay un águila de yeso, y esa figura se repite en sus banderas y capas. Plumas, lentejuelas, retazos de telas de colores brillantes y toda clase de accesorios están desperdigados en la exhibición especialmente pensada para llevarnos a un universo de felicidad plena, cada vez que el Rey Momo convoca a su celebración.

En las paredes hay fotos suyas, y sobresale una a los pocos años. “Es de cuando salía con los Teuco de Salta, que es de donde vengo. Mi mamá y mi papá eran los primeros que bailaban en los carnavales, y luego empezamos los hijos, así como ahora me siguen los nietos a mí. Yo ya cantaba desde chico con una caja que todavía tengo acá. Pero ya no me siento salteño, llevo más de 40 años viviendo acá. En Salta me dicen ‘tucu’. Llegué en el 83 a Tucumán a vivir por trabajo; fui panadero, repartidor y me salió un empleo en el ferrocarril, soy bueno haciendo cosas. Estoy jubilado, pero como me faltan años de aporte, voy pagando la moratoria”, relata.
A poco de llegar, ya tenía su grupo y recorría la provincia. “Había corsos por muchos lados, como San Cayetano, Villa Moreno, la avenida Salta entre Venezuela y Chile, Colombres, Famaillá y otros más. Nos llamaban de cumpleaños y fiestas, y aún lo hacen, porque esto es alegría. Muchos grupos fueron desapareciendo; de más de 100 deben quedar unos 15 grandes funcionando”, calcula.
“Hay quienes dicen que yo estoy con el diablo, pero no es cierto; tego la imagen del Señor de los Milagros y soy hombre de la Virgen del Valle”, asevera. La voz se entrecorta “porque hay muchos amigos que ya no están más” tras la pandemia. Evoca a Osvaldo Paliza, al que despidieron bailando y con batucada. “Así quisiera que me hagan el día que me vaya”, desliza.

Pero para ese paso falta mucho aún. En tanto, Las Águilas Doradas están en su nido desde hace un par de años, empollando nuevos pájaros que levantarán vuelo, como lo empezaron a hacer hace más de 40 años. En su máximo esplendor llegaron a ser 120, pero ahora se conforma con reunir a “entre 30 y 40 participantes”.
Si no logra rearmar su agrupación, saldrá con otra como lo hizo este año, acompañando a Los Milagros (de Gladys Paz) y con la cual volvió a ganar como pasista. “Y así voy a seguir porque cada año no veo las horas de que lleguen los corsos, porque lo importante es que viva el carnaval”, concluye y se pone a bailar para espantar por meses la tristeza.
Una historia con alegrías y tristezas
La más grande
El Indio Teuco llegó a tener un esqueleto con 3.500 plumas blancas de avestruz que pesaba más de 50 kilos dentro de su comparsa Las Águilas Doradas. El nombre de la formación surgió de esa gran corona, que le dio sus partes a otros trajes actualmente en circulación.
Estatuillas para todos
Llegar a ganar un premio en un corso no es fácil, y Teuco lo sabe. Él y su grupo ganaron más de 3.000 trofeos, y cada integrante se llevó el suyo. Además, el Indio regalaba los suyos para campeonatos, sorteos, en fiestas de 15 e incluso para recolectar dinero con distintos fines.
Descalificado

En una de las competencias, su comparsa cometió una falta por la que fue descalificada: él reusó un traje de un año anterior, con algunos agregados y apliques nuevos pero sin cambios de fondo. Su rival, de Las Abejitas de El Colmenar, lo descubrió y denunció ante el jurado y se quedó sin estatuila.
Perder a propósito
“Yo quiero que todos ganen. Una vez estaba un pasista que hacía bailes muy de nena, y le dije que si cambiaba, yo iba a menos para que él gane. Se llamaba Ramón y cuando modificó su estilo, bajé un cambio y lo dejé ganar”, recuerda.
Con pistas
Mientras salía, en los últimos tiempos, su comparsa tenía desventaja respecto a otras. “Siempre bailé con pista, pero ahora piden que uno vaya con batucada completa y eso es muy caro, no puedo pagarlo”, reconoce.
Los costos de la comparsa
“Montar una comparsa es muy caro y yo nunca le pedí nada de dinero a los míos, sólo que se paguen el boleto de colectivo; y si no había, nos íbamos a pie y volvíamos todos cantando y bailando. Pero para los vestidos, todo salía de este bolsillo”, afirma el Indio Teuco, tocándose el de su traje. Los costos están disparados, porque muchas de los elementos que se usan llenan desde afuera, como las plumas. “En las batucadas, cada parche que se rompe cuesta $50.000, y alquilar un colectivo para ir a un desfile sale $200.000”, calcula. “Yo no voy a un corso a pasear como hacen otros, yo voy a bailar en serio, voy a competir y todos los de mi comparsa tienen que tener esa mentalidad”, sostiene. Para el regreso de Las Águilas Doradas, los ensayos comenzarán en septiembre para salir en febrero del año siguiente, como siempre fue. Los carteles de su grupo son obra de un pintor del barrio, que colabora desinteresadamente con el grupo y su proyecto.

Viajar para revalidar título
En mayo, el Indio Teuco debe viajar a Gualeguaychú (Entre Ríos) a revalidar sus pergaminos como pasista, pero aún no sabe cómo cubrirá sus costos. “Tengo que estar allá el 8, si Dios quiere, pero está todo muy caro”, reconoce. La batucada Los Infernales de Famaillá también deben defender su título nacional y afrontan el mismo desafío. Los primeros corsos de los cuales participó fue a título individual, sin agrupación. “Salía con mi hijo nomás, y él llevaba el gorro grande, que tenía más de 2.5 metros de altura. Yo iba como un apache”, menciona, acerca del estilo que mantiene vivo. Tener una comparsa tiene un aspecto social en su barrio Santa Rita: “hay muchos chicos muy pobres y estar con la comparsa los aleja de las tentaciones y las adicciones; he sacado a muchos de las drogas pero veo a otros que siguen y me da mucha pena que estén así”. “Acá se divierten, se ponen de novio y se emparejan; no vuelven al año siguiente porque ya tienen un bebé. Este es un barrio muy humilde y el carnaval los saca de esta realidad”, concluye.
