Francisco y los jóvenes: ¿qué cambió en la Iglesia con su mensaje renovador?
Por María Fernanda Viruel
Federación Ambiental de Tucumán
Con la partida del papa Francisco, el mundo pierde a un defensor de la Tierra, a un aliado de los pueblos oprimidos. Francisco no fue un papa indiferente. Se atrevió a romper el silencio donde el poder mandaba callar. Lo hizo por los pueblos indígenas, por las mujeres, por la diversidad, por la Casa Común y por nuestros derechos.
La encíclica Laudato Si’, publicada por el Papa Francisco en 2015, se erige como un hito en la historia de la Iglesia Católica al abordar con profundidad y urgencia la crisis ambiental global. En ella, Francisco no solo denuncia la degradación del medio ambiente, sino que también establece una conexión intrínseca entre esta y la injusticia social, proponiendo el concepto de "ecología integral". Este enfoque subraya que el deterioro ambiental y la pobreza están interrelacionados, y que la solución requiere una transformación profunda en nuestra relación con la naturaleza y entre nosotros mismos. Cuando leo Laudato Si’, siento que el Papa nos habla como un amigo preocupado: nos invita a escuchar el latido de la Tierra y a reconocer cómo nuestras decisiones de todos los días impactan a quienes más sufren. No es un texto ajeno, ni sermoneador; es una conversación íntima sobre cuidar la “casa común” que compartimos.
La relevancia de Laudato Si’ radica en su llamado a una "conversión ecológica", instando a individuos y comunidades a adoptar un estilo de vida más sostenible y solidario. Francisco enfatiza que el cuidado de la "casa común" es una responsabilidad compartida que trasciende fronteras religiosas y políticas, apelando a la conciencia colectiva para enfrentar los desafíos del cambio climático y la pérdida de biodiversidad. Francisco nos recuerda que la crisis ambiental y la pobreza caminan de la mano. Cada bosque que desaparece o cada río contaminado afecta primero a los más vulnerables: familias que dependen de la tierra y el agua para vivir. Por eso insiste en una “conversión ecológica”: no basta con reciclar un par de botellas, hace falta replantear cómo producimos, consumimos y nos relacionamos entre nosotros. Reflexionar acerca de esto, es un hábito que no se practica ante la vorágine de lo cotidiano y la era digital.
En el contexto argentino, y especialmente en provincias como Tucumán, donde la riqueza natural es parte esencial de la identidad regional, la encíclica adquiere una dimensión particular. Invita a reflexionar sobre prácticas locales y a fomentar políticas públicas que armonicen el desarrollo económico con la preservación ambiental. Si contaminamos el río que riega nuestras huertas, no solo perdemos biodiversidad, sino el sustento de una familia completa e incluso una comunidad que habite el territorio. La encíclica nos empuja a pensar políticas públicas que armonicen el desarrollo con el cuidado ambiental, y también a asumir esa responsabilidad en nuestro día a día: desde lo que compramos hasta cómo nos movilizamos. El legado de Laudato Si’ perdura como una guía ética y espiritual que desafía a repensar nuestras acciones y su impacto en el planeta. En un mundo cada vez más consciente de la urgencia ecológica, las palabras de Francisco resuenan con fuerza, recordándonos que el cuidado del medio ambiente es, en última instancia, un acto de amor y justicia hacia las generaciones presentes y futuras.
El legado del Papa Francisco queda impreso en sus gestos, sus palabras y en la impronta que supo darle al Vaticano en una época de profundos desafíos globales. Su partida deja un vacío inmenso, pero también una huella imborrable en la historia de la humanidad como un gran defensor de la Tierra, nuestra Casa Común.

















