El “996” no es una fórmula matemática ni un código secreto del mundo tech. Es la abreviatura de un modelo laboral que significa trabajar de 9 de la mañana a 9 de la noche, seis días a la semana. Nació en China, en el corazón de sus gigantes tecnológicos, y durante años fue símbolo de disciplina, productividad y éxito. Pero también de cansancio extremo, protestas y muertes que revelaron el lado oscuro de la competitividad digital.
El concepto comenzó a viralizarse en 2019 cuando empleados de Alibaba y Pinduoduo denunciaron en redes como Weibo las jornadas interminables y los abusos laborales que se escondían detrás del lema “trabajar duro para cambiar el mundo”. Las críticas crecieron durante la pandemia, cuando los casos de colapsos y suicidios dentro de las compañías tecnológicas salieron a la luz. Finalmente, en 2021, el Tribunal Supremo de China declaró ilegal el 996. Pero el modelo no desapareció: por el contrario, se expandió, como muestra un cambio reciente en la legislación griega.
Silicon Valley y la obsesión por la productividad
Cuatro años después, el fenómeno reapareció en otro punto del mapa: Silicon Valley (Estados Unidos). En un tiempo caracterizado por la competencia feroz en inteligencia artificial y la cultura del rendimiento extremo, algunas startups y ejecutivos estadounidenses adoptaron el “996” como un estilo de vida laboral.
Según The New York Times, empresas del sector comenzaron a incluir entre sus condiciones de empleo semanas de más de 70 horas. Y en redes como X y LinkedIn proliferan publicaciones que glorifican la idea de “romperse el lomo” para llegar a la cima.
Detrás del entusiasmo por la productividad se esconde una nueva versión del viejo mito del emprendedor incansable. “Es una versión de alto octanaje de algo que Silicon Valley siempre tuvo: la devoción casi religiosa por el trabajo”, explicó Margaret O’Mara, historiadora de la Universidad de Washington, en la publicación de The New York Times. Esa cultura, que mezcla idealismo, masculinidad heroica y culto al sacrificio, se adaptó a los tiempos del boom de la inteligencia artificial.
La tecnología que exige más que talento
En un mercado donde cada avance puede cambiar una industria completa, trabajar más horas parece sinónimo de compromiso. Los grandes incentivos económicos y la promesa de ser parte de “la próxima revolución tecnológica” alimentan un ambiente donde la autoexplotación se disfraza de vocación.
Elon Musk, con su lema de “trabajar extremadamente duro”, se convirtió en referente de esta nueva etapa del Silicon Valley pospandemia, más austero y menos glamoroso, pero igual de competitivo. En ese ecosistema, las jornadas de doce horas y los fines de semana laborales ya no sorprenden: son parte de la normalidad.
Sin embargo, este modelo no es accesible para todos. La “cultura del ajetreo” excluye a quienes tienen otras responsabilidades o condiciones de vida distintas, y refuerza una homogeneidad que la industria tecnológica arrastra desde sus orígenes: jóvenes, hombres y disponibles las 24 horas.
Del orgullo a la crítica
Aunque el 996 llegó a California como una práctica de élite, su expansión volvió a abrir el debate sobre la salud mental, la desigualdad y los límites del trabajo en la era digital. La ironía es evidente: el sector que promete automatizar tareas y liberar tiempo es el mismo que normaliza jornadas imposibles.
La tecnología no sólo está moldeando el futuro del empleo, sino también los valores que lo sostienen. En tiempos donde la inteligencia artificial domina las agendas y los discursos, Silicon Valley parece haber adoptado una premisa tan antigua como efectiva: para competir con las máquinas, hay que trabajar como ellas.






















