Cartas de lectores: De Galeno a Vesalio y de Vesalio a Tucumán: la Cátedra de Anatomía

17 Noviembre 2025

Durante siglos, conocer el cuerpo humano fue casi más un acto de fe que de ciencia. En el siglo II después de Cristo, Claudio Galeno, médico griego al servicio de gladiadores y emperadores romanos, realizó las primeras descripciones anatómicas sistemáticas. Pero existía una gran limitación: disecar cadáveres humanos era considerado un pecado y una herejía. Por eso, Galeno estudió animales -monos, cerdos y perros- y trasladó sus observaciones al hombre. Su obra fue monumental y, durante más de mil años, sus textos fueron palabra santa en todas las universidades del mundo. Recién en el siglo XVI, con el soplo renovador del Renacimiento, un joven médico flamenco, Andreas Vesalio, se animó a mirar con sus propios ojos. En 1543 publicó su célebre De Humani Corporis Fabrica, basado en disecciones humanas reales, y corrigió así los errores que durante siglos se repitieron sin revisión. Desde entonces, la Anatomía se volvió exacta, científica, y el cuerpo humano comenzó a revelarse tal como es: un territorio de maravilla y misterio. En lo personal, tuve el privilegio de ser ayudante de la Cátedra de Anatomía de la Facultad de Medicina de la Universidad Central, en Ayacucho y La Madrid -al fondo, donde se encontraba la morgue y los preparados anatómicos- durante los años 70 y 80. Allí, con respeto y dedicación, realizábamos las mostraciones anatómicas para los estudiantes. Era un ámbito de estudio, pero también de profunda humanidad. Recuerdo que cada año, para el Día de Todos los Muertos, el profesor titular Jorge Farall convocaba a un sacerdote para rezar por las almas de quienes habían donado su cuerpo a la ciencia. Algunos eran NN, fallecidos en hospitales; otros, hombres y mujeres que habían decidido donar su cuerpo para la formación de futuros médicos. A todos se los recordaba con respeto y gratitud. Fue una cátedra ejemplar, con un equipo docente de excelencia. Recuerdo a los profesores Farall, Erwin Koch, Martínez Ribó y Adalberto Ruiz; a los JTP, doctores Beltramino, Audi, Mattas, Sabeh y Silberstein; y a los entonces estudiantes que por años oficiamos de ayudantes: Alfonso Pacios, Deleveaux, Manuel Brahim, González Plaza, Benedek, Ponce de León, René Boggione, Sequeira, Vicente Arias, Avellaneda, los hermanos Zarbá, Patricio Navarro Zavalía, Marta Ganim y Lelia Corral, entre otros tantos que sería interminable nombrar. Amábamos la cátedra. Lo hacíamos con pasión, con respeto por el cuerpo humano y por el legado que representaba. Cada disección era también una lección de humildad ante la vida. Y aunque el tiempo haya pasado y cada uno haya seguido su camino y su especialidad, aquella experiencia nos marcó para siempre. En lo personal, fui ayudante durante largos cuatro años. En más de una oportunidad, el profesor Jorge Farall, además de impulsarnos a participar en congresos de Anatomía, tenía la generosidad de invitar a Tucumán a un verdadero maestro argentino de la disciplina: el doctor Alfonso Albanese. Tuve el honor de conocerlo. Era un hombre de sapiencia profunda y humildad ejemplar, siempre dispuesto a enseñar y a escuchar. Proveniente de Buenos Aires, fue una figura central de la enseñanza de la Anatomía en nuestro país. El profesor Farall le profesaba una gran amistad y admiración, y con su ejemplo nos enseñó también a nosotros a respetar a los maestros. Porque estudiar Anatomía, ayer como hoy, es estudiar la vida desde dentro: con los ojos, con la mente y con el alma. Es mirar lo que somos, con respeto y asombro, y entender que la ciencia no nació solo de los libros, sino de la mirada atenta del ser humano sobre su propia fragilidad.

Juan L. Marcotullio                           

marcotulliojuan@gmail.com

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