Cartas de lectores: La avaricia de la corrupción

02 Diciembre 2025

La vida acontece en una sucesión de hechos y también en un interminable y recurrentes ciclos que derivan en análogas similitudes y semejanzas con el pasado y la actualidad. En los albores del siglo XIX el romántico poeta Pushkin le sugería a su amigo Nikolai Gogol el argumento de la obra “Las almas muertas” al relatarle una aventura sucedida en los alrededores de su propiedad. La trama giraba en torno a un petimetre y bribón llamado Pavel Chichicov que intenta consumar una gigantesca estafa recorriendo las grandes extensiones de la Rusia rural, adquiriendo las almas muertas, es decir, los siervos ya fallecidos sujetos durante años a un impuesto de capitación, aprovechando la tardanza e incuria en realizar un nuevo censo. Hoy asistimos en nuestro país a dos siglos de distancia, a un desfile incesante de “almas vivas” que valiéndose de su cercanías y participación en el poder, usufructuaron en beneficio propio una desmedida riqueza, esquilmando al estado en una colosal rapiña. La imagen difundida años atrás de un ex presidente abrazando jocosamente una caja de bienes, es el símbolo mórbido del síndrome hidrópico, una representación de la avaricia que recuerda al viejo y tacaño tonelero Grandet de la obra cumbre de Balzac. La avaricia, uno de los siete pecados capitales, es un constante ejercicio del poder humano puesto al servicio de la personalidad; se apoya sobre dos sentimientos: el amor propio y el interés. El alimento de la avaricia se compone de dinero y de desdén. “El tanto por ciento”, obra del dramaturgo español López de Ayala (1828-1879), nos revela: “Ese afán de enriquecer el cuerpo a costa del alma, es universal veneno, de la conciencia del hombre que nos tapa con el nombre de negocio, tanto cieno”. Una sentencia festiva sobre la avaricia es de Voltaire: “Los hombres no odian al avaro, sino porque no hay nada que ganar con él”.

Alfonso Giacobbe                                                                

24 de Septiembre 290 - S. M. de Tucumán

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