Por Nicolás Iriarte
07 Diciembre 2012
EN LA SUYA. Calgaro cierra los ojos y arranca el punteo con su amiga la guitarra (foto de cuando jugaba en Central). FOTO GENTILEZA DIEGO CALGARO
Es el verano europeo de 2008 y un actual jugador de Atlético ya recorrió en auto los 200 kilómetros que separan la ciudad de Trencín, (Eslovaquia) de Viena, capital de Austria. En un barcito escondido en el centro, Diego Calgaro comparte una mesa con gente desconocida, sin hablar una sola palabra y escucha a una banda de punk checa integrada por compañeros de su equipo. Ahí se da cuenta de que esa melodía no es lo suyo. Igualmente, aquellos sonidos rústicos son su compañía por esos tiempos. Los que emanan esos pálidos y lúgubres músicos amateurs y los que él mismo intenta generar con su guitarra en ratos libres. "La música me da mucha paz", dice el volante que será titular esta noche.
Es por eso que la escucha y la toca. Cuando niño, el reemplazante de Diego Barrado veía a sus primos mayores cómo tocaban la guitarra y casi que por obligación debió aprender. "Estaba en el colegio, todavía no sabía qué iba a hacer de mi vida", confiesa. Como se lo contó hace tiempo a LG Deportiva, terminó jugando un año y medio en Eslovaquia, en el FC Trencín. Allí, además de darse cuenta de que el punk no era su estilo favorito, supo que la música era su fiel compañera. "Era lo único que tenía a mi lado. Lo que me ayudaba a aguantar la lejanía. Me dio fuerzas para seguir", dice Calgaro, que llegó a vivir un tiempo en Austria, ya que Eslovaquia ni siquiera contaba con embajada argentina y allí se sentía más protegido.
Curioso que semejante revelación haya llegado a metros de donde vivieron colosos de la música como Beethoven, Mozart o Joseph Haydn y donde nació Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis. "Ahora estoy acá pero igual vivo solo y cuando llego al departamento escucho música o toco la guitarra", confiesa Calgaro, admirador del rock nacional. "Sé lo básico. Si me pedís que saque una canción, lo hago pero nada más", dice quien es devoto de Ricardo Mollo.
Con esa premisa, trata de ir a cuanto recital se produce en las ciudades que está jugando. En Viena, asistió a uno de la Vela Puerca, en mayo de 2009. En estos meses aprovechó las visitas de Los Cafres y Las Pastillas del Abuelo a Tucumán. Con Las Pelotas, le sucedió lo que ya muchas veces y que podría llamársele su karma o el de cualquier futbolista con gustos musicales fuertes: no pudo llegar.
Es que Calgaro compra las entradas con anticipación, pase lo que pase, pero el evento, al ser generalmente los fines de semana, se superpone con partidos, viajes o concentraciones. "La mayoría de las veces las pierdo pero las compro por las dudas", dice.
Una vez, en Rosario, jugando para Central, se arriesgó y fue a un recital de la banda Kapanga un par de horas antes de tener que entrar a la concentración previo a un juego. Se hicieron las 23.30, hora tope para ingresar al hotel y él seguía allí. "Un ratito más, un ratito más", se decía así mismo. Al final, acabó llegando dos horas tarde y tuvo su precio. "Ni hablar de la multa que tuve que pagar...".
Konciencia Natural y Salvador Lingote son otras bandas de su agrado, compuestas por sus compañeros de secundaria en González Catán, Buenos Aires, cuando jugaba en las inferiores de Los Andes. Aquí, Calgaro ha empezado a contagiar a todos con su música y la de los que oye. Varias guitarreadas comandadas por el volante central ya se han sucedido entre los integrantes del plantel y pocas cosas parecen ponerlo de tan buen humor.
"Hay varios a los que le gusta el rock y otros que cantan", admite. Esta noche es tiempo de rockearla para Calgaro, pero en la cancha. De sentirse acompañado por su equipo y por los todos los sonidos que puedan salir de la pelota. Si es posible, de los que hace cuando toca la red.
Es por eso que la escucha y la toca. Cuando niño, el reemplazante de Diego Barrado veía a sus primos mayores cómo tocaban la guitarra y casi que por obligación debió aprender. "Estaba en el colegio, todavía no sabía qué iba a hacer de mi vida", confiesa. Como se lo contó hace tiempo a LG Deportiva, terminó jugando un año y medio en Eslovaquia, en el FC Trencín. Allí, además de darse cuenta de que el punk no era su estilo favorito, supo que la música era su fiel compañera. "Era lo único que tenía a mi lado. Lo que me ayudaba a aguantar la lejanía. Me dio fuerzas para seguir", dice Calgaro, que llegó a vivir un tiempo en Austria, ya que Eslovaquia ni siquiera contaba con embajada argentina y allí se sentía más protegido.
Curioso que semejante revelación haya llegado a metros de donde vivieron colosos de la música como Beethoven, Mozart o Joseph Haydn y donde nació Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis. "Ahora estoy acá pero igual vivo solo y cuando llego al departamento escucho música o toco la guitarra", confiesa Calgaro, admirador del rock nacional. "Sé lo básico. Si me pedís que saque una canción, lo hago pero nada más", dice quien es devoto de Ricardo Mollo.
Con esa premisa, trata de ir a cuanto recital se produce en las ciudades que está jugando. En Viena, asistió a uno de la Vela Puerca, en mayo de 2009. En estos meses aprovechó las visitas de Los Cafres y Las Pastillas del Abuelo a Tucumán. Con Las Pelotas, le sucedió lo que ya muchas veces y que podría llamársele su karma o el de cualquier futbolista con gustos musicales fuertes: no pudo llegar.
Es que Calgaro compra las entradas con anticipación, pase lo que pase, pero el evento, al ser generalmente los fines de semana, se superpone con partidos, viajes o concentraciones. "La mayoría de las veces las pierdo pero las compro por las dudas", dice.
Una vez, en Rosario, jugando para Central, se arriesgó y fue a un recital de la banda Kapanga un par de horas antes de tener que entrar a la concentración previo a un juego. Se hicieron las 23.30, hora tope para ingresar al hotel y él seguía allí. "Un ratito más, un ratito más", se decía así mismo. Al final, acabó llegando dos horas tarde y tuvo su precio. "Ni hablar de la multa que tuve que pagar...".
Konciencia Natural y Salvador Lingote son otras bandas de su agrado, compuestas por sus compañeros de secundaria en González Catán, Buenos Aires, cuando jugaba en las inferiores de Los Andes. Aquí, Calgaro ha empezado a contagiar a todos con su música y la de los que oye. Varias guitarreadas comandadas por el volante central ya se han sucedido entre los integrantes del plantel y pocas cosas parecen ponerlo de tan buen humor.
"Hay varios a los que le gusta el rock y otros que cantan", admite. Esta noche es tiempo de rockearla para Calgaro, pero en la cancha. De sentirse acompañado por su equipo y por los todos los sonidos que puedan salir de la pelota. Si es posible, de los que hace cuando toca la red.
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