Por Federico Türpe
22 Junio 2013
La señora apunta su dedo índice hacia el cielo de El Calafate y cientos de gobernadores, intendentes y dirigentes caen de rodillas por todo el país. El poder político en Argentina es unitario, centralista, verticalista, autoritario, prebendario, clientelar y corporativo. Fondos frescos y cargos se reparten entre los obedientes y las cifras oscilan dentro de una escala de obsecuencia directa. Decir "no" equivale a traición. Así se tejen alianzas surrealistas e incoherentes en pos de un bien mayor que, deliberadamente, nunca está del todo claro. Es un estado de confusión intencional, una especie de nihilismo ideológico que permite sofismos desopilantes y tan mutantes como necesarios. Cuanta menos perspicuidad exista más chances habrá de cambiar las reglas de juego sobre la marcha. Privatizar, estatizar y volver a privatizar con argumentos idénticos o absolutamente contrarios, da lo mismo. La pizza con champán mutó en asado con fernet, pero en las mismas quintas y con los mismos cocineros que desde hace 30 años. La Corte que hasta hace sólo tres meses era "la mejor de la historia", durante el discurso de apertura de sesiones del Congreso, hoy es la Corte golpista de las corporaciones.
Se han eliminado las plataformas políticas de las campañas electorales, porque encorsetaban los discursos y la capacidad de maniobra. Se han reemplazado por eslóganes de pasacalles, cuyo significado puede ser tan relativo como efímero. "El modelo", "el relato", "la corpo", "la década ganada", "nunca menos", "vamos por todo", "no se hagan los rulos" o "la vaca viva", son frases que se pintan en banderas detrás de las cuales marchan esquimales, menemistas, comunistas, adoradores del sahumerio, organizaciones villeras y millonarios de Puerto Madero. Los valores se han corrido como rimel de mujer abandonada. "Todos y todas" en realidad quiere decir el 54% -en 2011- y "la soberanía popular" equivale a lo que desea y ordena una sola persona. Las ideas y los guarismos se resignifican de acuerdo a quién y cuándo las exprese. Las mismas plumas optimistas que por la mañana escriben inflación del 10 %, por la tarde, paritarias mediantes, reclaman el 25 %.
La anarquía doctrinaria no es oficialista ni opositora, falsa dicotomía cuya denominación más acertada podría ser "con poder" y "sin poder", ya que conviven tantas vertientes ideológicas/empresarias en el gobierno como en la oposición.
El gobernador José Alperovich viajó el martes a Buenos Aires con su lista de candidatos en el bolsillo. No fue el único. Uno por uno todos los dirigentes de la supremacía K rindieron examen en la Casa Rosada y regresaron con los candidatos que aprobó o impuso la señora. En Argentina, el federalismo es la doctrina que más se nombra y menos se utiliza. Está muy bien guardada en las bóvedas del Banco Central, desde donde se disparan los cheques unitarios a los subyugados caudillos.
En este escenario, es una utopía hacer política sin la caja del Estado. El que llega se queda para siempre, salvo que la Constitución se lo impida, a veces. Porque ni la Carta Magna fue obstáculo para presidentes (Carlos Menem) o gobernadores (Alperovich) con ambiciones monárquicas. Hablan de "voluntad popular" como si fuera un mandamiento de rango divino, cuando en términos de la realpolitik, "voluntad popular" no es otra cosa que llegar a fin de mes. Cuando esto no ocurre la "voluntad popular" empieza a virar. Por ello, la "voluntad popular" se construye, a fuerza de empleos, cargos, obra pública para amigos, clientelismo, asignación arbitraria de planes, persecución impositiva, premios publicitarios y otra decena de herramientas coercitivas. No es el amor el que nos une, es el espanto.
Se han eliminado las plataformas políticas de las campañas electorales, porque encorsetaban los discursos y la capacidad de maniobra. Se han reemplazado por eslóganes de pasacalles, cuyo significado puede ser tan relativo como efímero. "El modelo", "el relato", "la corpo", "la década ganada", "nunca menos", "vamos por todo", "no se hagan los rulos" o "la vaca viva", son frases que se pintan en banderas detrás de las cuales marchan esquimales, menemistas, comunistas, adoradores del sahumerio, organizaciones villeras y millonarios de Puerto Madero. Los valores se han corrido como rimel de mujer abandonada. "Todos y todas" en realidad quiere decir el 54% -en 2011- y "la soberanía popular" equivale a lo que desea y ordena una sola persona. Las ideas y los guarismos se resignifican de acuerdo a quién y cuándo las exprese. Las mismas plumas optimistas que por la mañana escriben inflación del 10 %, por la tarde, paritarias mediantes, reclaman el 25 %.
La anarquía doctrinaria no es oficialista ni opositora, falsa dicotomía cuya denominación más acertada podría ser "con poder" y "sin poder", ya que conviven tantas vertientes ideológicas/empresarias en el gobierno como en la oposición.
El gobernador José Alperovich viajó el martes a Buenos Aires con su lista de candidatos en el bolsillo. No fue el único. Uno por uno todos los dirigentes de la supremacía K rindieron examen en la Casa Rosada y regresaron con los candidatos que aprobó o impuso la señora. En Argentina, el federalismo es la doctrina que más se nombra y menos se utiliza. Está muy bien guardada en las bóvedas del Banco Central, desde donde se disparan los cheques unitarios a los subyugados caudillos.
En este escenario, es una utopía hacer política sin la caja del Estado. El que llega se queda para siempre, salvo que la Constitución se lo impida, a veces. Porque ni la Carta Magna fue obstáculo para presidentes (Carlos Menem) o gobernadores (Alperovich) con ambiciones monárquicas. Hablan de "voluntad popular" como si fuera un mandamiento de rango divino, cuando en términos de la realpolitik, "voluntad popular" no es otra cosa que llegar a fin de mes. Cuando esto no ocurre la "voluntad popular" empieza a virar. Por ello, la "voluntad popular" se construye, a fuerza de empleos, cargos, obra pública para amigos, clientelismo, asignación arbitraria de planes, persecución impositiva, premios publicitarios y otra decena de herramientas coercitivas. No es el amor el que nos une, es el espanto.
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