El insondable destino de Silvina Ocampo

La hermana menor de Victoria Ocampo vivió siempre a la sombra de las tres grandes figuras que la rodearon: su marido, Adolfo Bioy Casares; su gran amigo, Jorge Luis Borges, y su hermana, la fundadora de la revista “Sur”. Sin embargo, escribió algunos de los cuentos más perfectos de la literatura criolla

REFLEXIVA.  Silvina, retratada por Bioy Casares. REFLEXIVA. Silvina, retratada por Bioy Casares.
13 Mayo 2014

Es tal vez una de las mejores cuentistas argentinas. Sin embargo, durante décadas, estuvo injustamente relegada a la condición de escritora consorte, de hermana fiel y de amiga incondicional. Y es que Silvina Ocampo vivió toda su vida a la sombra de las tres grandes figuras que la rodearon: su marido, Adolfo Bioy Casares; su amigo Jorge Luis Borges y su hermana, la gran Victoria Ocampo. Sólo en los últimos años de su existencia, la crítica literaria comenzó a echar luz sobre esa penumbra y la reivindicó como una de las grandes escritoras criollas.

Claro que esa vida en las sombras; esa manera suya de existir casi sin ser tenida en cuenta, le permitió construir un universo en el que las palabras y las imágenes -porque también era pintora- tenían vida propia.

El inicio
Silvina Inocencia Ocampo Aguirre -tal era su nombre completo- nació en Buenos Aires el 28 de julio de 1903, en el seno de una tradicional familia porteña. Era la menor de seis hermanas: la mayor era justamente la emblemática Victoria. Como era tradición en toda familia aristocrática de aquella época, Silvina fue educada por institutrices y aprendió a hablar primero en francés. “Yo no me crié con el español, sino con el francés y el inglés, cuando tenía cuatro años y estaba en París. Los sentía como idiomas ya hechos; en cambio, el español sentía que tenía que inventarlo, que había que rehacer el idioma”, contó una vez.

Por intermedio de Borges, a quien la unió una gran amistad, conoció al Bioy Casares (nueve años menor que ella). Su belleza, según confesó en sus memorias, le resultó “una puñalada”. A ella le bastó verlo para sentirse desesperada de celos. “Algo había en él peor que su hermosura: sus ojos hundidos bajo unas cejas despeinadas por un viento invisible que revelaban su desamparo”, escribió. Silvina en eso no era diferente de cualquier otra mujer: podía resistirse a la salud y a la fuerza; al desamparo nunca. Poco tiempo después, ese muchacho irresistible publicó “La invención de Morel” (quizás la mejor novela argentina jamás escrita) y se casó con ella en el frío invierno de 1940.

Fue en esa época que Silvina comenzó a escribir cuentos y, al mismo tiempo, a experimentar una misteriosa transformación. Acaso para ocultar sus ojos “grotescos” (como ella los llamaba) comenzó a usar los típicos lentes oscuros con montura blanca de las hermanas Ocampo que, con el tiempo, se convirtieron en su sello personal. Por esa época también comenzó a quejarse de su boca que, con los años, según sus propios ojos, se había vuelto “obscena”. Para sus amigos, en cambio, Silvina podía ser atractiva de un modo irresistible; pero había tenido la mala suerte de nacer en una familia donde había mujeres de una hermosura más convencional, casi clásica, como la de su hermana Victoria. Tal vez por eso no le gustaba mostrarse en público con demasiada frecuencia y evitaba las reuniones masivas. En cambio, se sentía feliz leyéndole las líneas de las manos a Borges y a Bioy, a quienes llamaba “sus dos debilidades”. Junto a ellos, precisamente, escribió la famosa “Antología de la literatura fantástica” (1940) y la siempre vigente “Antología de la poesía argentina” (1946).

Su primer libro de cuentos fue “Viaje olvidado” (1939), que le dedicó a su hermana Angélica. Pero Victoria lo defenestró. En la emblemática revista “Sur” escribió una crítica en la que definió a la obra como recuerdos de su infancia tergiversados y puntualizó: “los cuentos son recuerdos enmascarados de sueños; sueños de la especie que soñamos con los ojos abiertos. Y todo eso está escrito en un lenguaje hablado, lleno de hallazgos que encantan y de desaciertos que molestan”. Para Silvina, fue un golpe durísimo recibir estas palabras. Tal vez por eso, la relación entre ambas nunca volvió a ser la misma. Hay quienes dicen, incluso, que cuando viajaban a Mar del Plata, cada una se alojaba en su casa, y sólo se encontraban en contadas ocasiones. De todas formas, las personas que las conocieron de verdad aseguran que ambas sentían una mutua admiración y un respeto sin igual.

Pocos días después de la muerte de Victoria (ocurrida el 27 de enero de 1979), Silvina le dedicó un hermoso poema titulado “El Ramo” que dice: “Yo no te conté nada. Sabías todo. / Reinabas sobre el mundo más adverso / como si no te hubiera lastimado. / Nos une siempre la naturaleza: / el árbol una flor las tardes las barrancas / misterios que no rompen la armonía”.

La crítica literaria ignoró a Silvina hasta finales de los 80, sin advertir la complejidad, el humor y la originalidad de su obra, que también se caracterizó por una crítica tajante a los convencionalismos sociales de la época y a las normas literarias establecidas.

El dolor
Pese a los celos y las numerosas infidelidades de su marido, Silvina integró con Bioy el matrimonio literario más destacado de la Argentina. En cierto sentido, los Bioy (como eran conocidos en Buenos Aires) disfrutaban mucho juntos. Vivían, como decía Victoria Ocampo, en una “torre de marfil, si es que alguna vez existió algo así”.

Pero, hacia el final de sus vidas sobrevino el dolor y la tragedia. En sus últimos años, Silvina tuvo que soportar una tremenda enfermedad que no sólo minó su mente, sino también su cuerpo. Falleció la calurosa tarde del 14 de diciembre de 1994. Trágicamente, veinte días después, su hija Marta Bioy Ocampo, de 39 años, murió atropellada por un automóvil. Bioy Casares las sobrevivió sólo cinco años. Por esas cosas del destino finalmente, fue Silvina la que lo abandonó a él.

SUS LIBROS

Autobiografía de Irene (1948)
Cinco cuentos, en los que se explora la identidad, la mentira, la muerte, la melancolía, los sueños.

Los días de la noche (1970)
Reúne 29 relatos breves que subyugan hasta desarmar al lector.

La furia (1976)
Integrado por 33 cuentos de género fantástico. Borges sugirió el título.

Cornelia frente al espejo (1988)
Su libro más aclamado. Fue llevado al cine en 2012.

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