30 Septiembre 2014
DE TODO UN POCO. De la novela a la no ficción, un vuelo rasante por la magnífica obra de Capote.
“No se enamore nunca de ninguna criatura salvaje, Mr. Bell. Esa fue la equivocación de Doc. Siempre se llevaba a su casa seres salvajes. Halcones con el ala rota. Otra vez trajo un lince rojo con una pata fracturada. Pero no hay que entregarles el corazón a los seres salvajes: cuanto más se lo entregas, más fuertes se hacen. Hasta que se sienten lo suficientemente fuertes para huir al bosque. O subirse volando a un árbol. Y luego a otro árbol más alto. Y luego al cielo. Así terminará usted, Mr. Bell, si se entrega a alguna criatura salvaje. Terminará con la mirada fija en el cielo”. (“Desayuno en Tiffany’s)
Sólo Audrey Hepburn podía ponerle cuerpo y voz a Holly Golightly y sólo Blake Edwards podía capturar el espíritu de época que contagia la novela de Truman Capote. Detrás de la mirada inocente y asombrada de Holly, de su decidida entrega a un hedonismo sofisticado, hay una capa de dolorosa sabiduría. Holly es la máscara de un engaño, un objeto de deseo más peligroso de lo que parece. Así la escribió Capote, así la filmó Edwards y así la entendió Audrey. Holly mirando de costado a la cámara, con el cigarrillo empinado en la coronación de la boquilla y las perlas que la estrangulan como una suave boa constrictor representa infinitamente más que un icono pop. Es la prosa de Capote llevada a la vida.
El aspirante a escritor que espía a Holly en “Desayuno en Tiffany’s” carece del cinismo de ese Capote que trajinó los pueblerinos sillones del interior de Kansas hasta deconstruir el aberrante crimen de “A sangre fría”. Capote no paró hasta meterse en la celda y arrancarle el corazón a Perry Smith. Cruzó límites que ni Tom Wolfe ni Gay Talese, puestos a investigar el caso, se habrían animado a traspasar.
Porque Capote no era un periodista, por más que “A sangre fría” sea un clásico de la investigación periodística. A su contrato con los lectores no lo estableció el decálogo de una Redacción. El escritor no está encadenado al rigor de ciertos procedimientos.
Pero además aparece el hecho de que Capote era un hombre encantador, un gay capaz de meterse en el bolsillo a una comunidad tan cerrada y homofóbica como la de Holcomb. Ese rincón de la nada en el que una masacre a sangre fría valió un antes y un después en la literatura de la segunda mitad del siglo XX.
Hollywood hace cosas tan extrañas como producir en paralelo dos películas sobre Capote. Una la protagonizó Philip Seymour-Hoffman y le reportó un Oscar. En la otra el elegido fue Toby Jones, cuya interpretación es tan buena como la de Seymour-Hoffman, pero la Academia ya tenía suficiente con un solo Capote. En ambos casos queda subrayada la amistad de Capote con Harper Lee (encarnada, alternativamente, por Catherine Keener y Sandra Bullock, las dos soberbias). Lee, autora de la imprescindible “Matar un ruiseñor”, acompañó a Capote a Kansas y sus apuntes fueron claves para orientarlo en la dirección correcta.
Capote siguió martillando sobre el tema en “Ataúdes tallados a mano”, formidable relato incluido en la recopilación “Música para camaleones”. Este libro, editado a principios de los 80, es el vehículo perfecto para quienes no recorrieron todavía la autopista Capote. Las piezas que lo integran son milagros literarios, perfectos y tan naturales como la relación de Capote con Marilyn Monroe. Vaya como comprobante este diálogo:
- Capote: ¿te parece que podemos irnos de una vez? Me prometiste champagne, ¿recuerdas?
- Marilyn: recuerdo. Pero no tengo dinero.
- C: siempre llegas tarde y nunca tienes dinero. Por casualidad, ¿no estás bajo la impresión de que eres la reina Isabel?
- M: ¿quién?
- C: la reina Isabel. La reina de Inglaterra.
- M (frunciendo el ceño): ¿qué tiene esa mierda que ver conmigo?
- C: La reina Isabel nunca lleva dinero encima. No le está permitido. El vil metal no debe mancillar la palma de la mano real. Hay una ley, o algo así.
- M: ojalá pasaran una ley parecida para mí.
C: sigue así y a lo mejor sucede.
M: ¿cómo paga cuando va de compras?
C: su dama de compañía trota a su lado con una bolsa llena de peniques.
M: ¿sabes una cosa? Te apuesto a que le dan todo gratis. Como pago cuando ella dice que usa el producto.
C: es muy posible. No me sorprendería en lo más mínimo. Proveedores de Su Majestad. Perros galeses. Todas esas golosinas Fortum & Mason. Marihuana. Preservativos.
M: ¿para qué quiere ella preservativos?
C: ella no, tonta. Para ese bobo que la sigue dos pasos atrás. El príncipe Felipe.
Capote, nacido en Nueva Orleans y fallecido el 25 de agosto de 1984 en Los Ángeles, hubiera cumplido hoy 90 años.
Sólo Audrey Hepburn podía ponerle cuerpo y voz a Holly Golightly y sólo Blake Edwards podía capturar el espíritu de época que contagia la novela de Truman Capote. Detrás de la mirada inocente y asombrada de Holly, de su decidida entrega a un hedonismo sofisticado, hay una capa de dolorosa sabiduría. Holly es la máscara de un engaño, un objeto de deseo más peligroso de lo que parece. Así la escribió Capote, así la filmó Edwards y así la entendió Audrey. Holly mirando de costado a la cámara, con el cigarrillo empinado en la coronación de la boquilla y las perlas que la estrangulan como una suave boa constrictor representa infinitamente más que un icono pop. Es la prosa de Capote llevada a la vida.
El aspirante a escritor que espía a Holly en “Desayuno en Tiffany’s” carece del cinismo de ese Capote que trajinó los pueblerinos sillones del interior de Kansas hasta deconstruir el aberrante crimen de “A sangre fría”. Capote no paró hasta meterse en la celda y arrancarle el corazón a Perry Smith. Cruzó límites que ni Tom Wolfe ni Gay Talese, puestos a investigar el caso, se habrían animado a traspasar.
Porque Capote no era un periodista, por más que “A sangre fría” sea un clásico de la investigación periodística. A su contrato con los lectores no lo estableció el decálogo de una Redacción. El escritor no está encadenado al rigor de ciertos procedimientos.
Pero además aparece el hecho de que Capote era un hombre encantador, un gay capaz de meterse en el bolsillo a una comunidad tan cerrada y homofóbica como la de Holcomb. Ese rincón de la nada en el que una masacre a sangre fría valió un antes y un después en la literatura de la segunda mitad del siglo XX.
Hollywood hace cosas tan extrañas como producir en paralelo dos películas sobre Capote. Una la protagonizó Philip Seymour-Hoffman y le reportó un Oscar. En la otra el elegido fue Toby Jones, cuya interpretación es tan buena como la de Seymour-Hoffman, pero la Academia ya tenía suficiente con un solo Capote. En ambos casos queda subrayada la amistad de Capote con Harper Lee (encarnada, alternativamente, por Catherine Keener y Sandra Bullock, las dos soberbias). Lee, autora de la imprescindible “Matar un ruiseñor”, acompañó a Capote a Kansas y sus apuntes fueron claves para orientarlo en la dirección correcta.
Capote siguió martillando sobre el tema en “Ataúdes tallados a mano”, formidable relato incluido en la recopilación “Música para camaleones”. Este libro, editado a principios de los 80, es el vehículo perfecto para quienes no recorrieron todavía la autopista Capote. Las piezas que lo integran son milagros literarios, perfectos y tan naturales como la relación de Capote con Marilyn Monroe. Vaya como comprobante este diálogo:
- Capote: ¿te parece que podemos irnos de una vez? Me prometiste champagne, ¿recuerdas?
- Marilyn: recuerdo. Pero no tengo dinero.
- C: siempre llegas tarde y nunca tienes dinero. Por casualidad, ¿no estás bajo la impresión de que eres la reina Isabel?
- M: ¿quién?
- C: la reina Isabel. La reina de Inglaterra.
- M (frunciendo el ceño): ¿qué tiene esa mierda que ver conmigo?
- C: La reina Isabel nunca lleva dinero encima. No le está permitido. El vil metal no debe mancillar la palma de la mano real. Hay una ley, o algo así.
- M: ojalá pasaran una ley parecida para mí.
C: sigue así y a lo mejor sucede.
M: ¿cómo paga cuando va de compras?
C: su dama de compañía trota a su lado con una bolsa llena de peniques.
M: ¿sabes una cosa? Te apuesto a que le dan todo gratis. Como pago cuando ella dice que usa el producto.
C: es muy posible. No me sorprendería en lo más mínimo. Proveedores de Su Majestad. Perros galeses. Todas esas golosinas Fortum & Mason. Marihuana. Preservativos.
M: ¿para qué quiere ella preservativos?
C: ella no, tonta. Para ese bobo que la sigue dos pasos atrás. El príncipe Felipe.
Capote, nacido en Nueva Orleans y fallecido el 25 de agosto de 1984 en Los Ángeles, hubiera cumplido hoy 90 años.