Vandalismo con la escultura del sánguche de milanesa

Pasan a menudo inadvertidas. No molestan a nadie. Aportan su cuota de belleza en las plazas, los parques, los bulevares, en los jardines y en las entradas de los edificios públicos. Pero no siempre las estatuas y monumentos son valorados por los ciudadanos. A menudo suelen ser víctimas de los inadaptados sociales que destruyen el patrimonio urbano.

El sábado pasado, fue blanco de estos depredadores la escultura “Homenaje al sánguche de milanesa”, del artista tucumano Sandro Pereira. La réplica del monumento se halla emplazada desde marzo de 2013, en la esquina de Pellegrini y Mate de Luna. El original había sido adquirido años atrás por un ex presidente de ArteBA y destacado coleccionista nacionales; en los primeros tiempos se lo había ubicado en el parque 9 de Julio. La obra que le permitió al plástico abrirse camino en el mundo de las artes de Buenos Aires, evoca uno de los manjares típicamente tucumanos.

Con alguna frecuencia las estatuas suelen padecer mutilaciones o el deterioro que les ocasiona de la inclemencia climática. Hay monumentos de envergadura que no han sido restaurados y que permanecen en el olvido como “Parábola”, escultura de Pompilio Villarrubia Norri (1886-1966), que se halla en la plazoleta Alfredo Gramajo Gutiérrez, frente al Cementerio del Norte. La imponente obra fue colocada en la plaza Independencia el 7 de diciembre de 1911, en los jardines que miraban hacia la Casa de Gobierno. En esa oportunidad, una crónica del diario El Orden señalaba que tenía cierta analogía con “El Pensador” de Rodin, “sin que la reminiscencia reste sus indiscutidos méritos”. Representa “un austero filósofo que se halla bajo el poder de una profunda meditación... Petrificada la terrible obsesión de Hamlet, el severo perfil del meditativo nos dice la amarga simplicidad de la muerte”. Destacaba que, en su lateral derecho, “un niño, símbolo de la inocencia, se llega hasta el grave filósofo en el afán de ahuyentar los tristes pensamientos que ensombrecen su frente, y lo invita a contemplar las dulces escenas de la vida”. La obra fue trasladada en julio de 1928, a su actual emplazamiento. “Embarcada en un camión, donde la actitud de constante meditación de su figura principal tornábase ridícula, recorrió la ciudad como un trasto cualquiera, en un carro de mudanza”, relataba la crónica de LA GACETA. Actualmente, varios dedos del pie le faltan al pensador; el mármol luce manchado y sucio. Sin duda, la obra merece un destino más digno donde pueda ser apreciada en su real dimensión.

Nos parece que se debería atinado destinar un presupuesto específico para la restauración de los monumentos. Al vandalismo hay que combatirlo con educación, enseñándoles a los chicos en la escuela, desde la infancia, a cuidar el patrimonio urbano que nos pertenece a todos. La obra de Pereira es, sin duda, un símbolo de la gastronomía tucumana y por lo tanto, de nuestra idiosincrasia.

“Las estatuas son lo que fuimos, somos nosotros, nuestra frente que miraba las olas, nuestra materia a veces interrumpida, a veces continuada en la piedra semejante a nosotros... Así nacieron, fueron vidas que labraron su propia celda dura, su panal en la piedra. Y esta mirada tiene más arena que el tiempo. Más silencio que toda la muerte en su colmena. Fueron la miel de un grave designio que habitaba la luz deslumbradora que hoy resbala en la piedra”, escribió el poeta chileno Pablo Neruda.

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