Por Marcelo Androetto
16 Abril 2015
SE SACÓ LA MUFA. “Teo” Gutiérrez marcó el tercer gol del “millonario”. En el Monumental se vivió una noche dramática. telam
BUENOS AIRES.- Una noche increíble. A dos puntas. Un dramón deportivo, una coproducción argentino-mexicana que puso a River en los octavos de final de la Copa Libertadores, contra todo pronóstico, con chapeau incluido para un Tigres que con suplentes despejó suspicacias e hizo honor a su nombre en Perú.
Porque River goleó por 3 a 0 a San José de Oruro en el Monumental, pero el equipo mexicano pegó los arañazos que los hinchas del “millonarios” esperaban, para vencer a Juan Aurich por 5 a 4, en Chiclayo.
Se sabe, es inconveniente depender de otros, tanto en la vida como en el fútbol. Y en esa situación se puso a sí mismo River. Sus hinchas y sus jugadores se prepararon para vivir una noche de esas inolvidables, por un motivo u otro. Una noche ventosa, llena de fantasmas.
El primero se apareció a los tres minutos nomás, cuando Rodrigo Mora reventó el travesaño desde el borde del área chica. El Monumental se heló, parecía la remake de la película de terror protagonizada ante Juan Aurich, en una noche embrujada.
El gol atragantado, fue convertido siete minutos más tarde por Tigres en Chiclayo y se gritó en Núñez, claro, casi como aquel de Pisculichi ante Boca. Poco después, silencio por el empate de Aurich. Tres minutos después, otro grito de Tigres, otro alarido en Buenos Aires.
Curiosamente (o no), las noticias que bajaban desde la tribuna, lejos de potenciar el juego del conjunto de Núñez, lo sumieron en un mayor desorden. El pecado capital del equipo de Marcelo Gallardo era la ansiedad. Sólo cuando el “Pity” Gonzalo Martínez agarraba la bola, bien de extremo izquierdo, el gol parecía estar al caer. Pero ante un San José limitadísimo, a River le faltaba decisión y precisión en los últimos metros para abrir el marcador.
A la media hora, el escenario más temido se hacía presente: ¿y si Tigres termina ganando y River no puede con su rival boliviano? Nadie lo quería poner en palabras, pero el rumor y los rezongos que se escuchaban en las plateas preanunciaban la peor de las pesadillas. Ni hablar cuando Marcelo Barovero se mandó un atajadón de aquellos.
Pero claro, cuando parecía que los de Oruro le perdían el respeto a la banda, y además Aurich empataba en Perú, el uruguayo Mora sacó un latigazo bajo, perfecto, para que entonces estallara el Monumental, ahora por motivos propios. 1 a 0 para River.
El sermón de Gallardo y el cambio en el vestuario de Sebastián Driussi por un inexpresivo Pisculichi, le hizo bien a River. Y ahí nomás Mora acertó desde los 12 pasos y el colombiano Teófilo Gutiérrez al fin la metió en casa por la Copa Libertadores. Pero ni con el segundo ni con el tercero el “millonario” se metía en octavos, porque allá lejos, en Chiclayo, el árbitro había cobrado un penal inexistente y Tejada le daba a Aurich una clasificación soñada.
El fantasma, ahora, viajaba desde Perú a Argentina. Pero Villalpando le sacó la sábana con el tercero de Tigres. Faltaban poco más de 20 minutos en Perú y en Buenos Aires. El Monumental era una locura, ni hablar cuando Esqueda selló su “hat trick” en Chiclayo. Menos aún cuando Espiricueta puso el 5-3. Enseguida descontó Aurich. Ya no había dos partidos, sino uno solo: los hinchas de River miraban los monitores, se colgaban de cualquiera que tuviera una radio para saber qué pasaba en tierras peruanas. Allá ganó Tigres, 5 a 4. Y al final, River pasó nomás.
Porque River goleó por 3 a 0 a San José de Oruro en el Monumental, pero el equipo mexicano pegó los arañazos que los hinchas del “millonarios” esperaban, para vencer a Juan Aurich por 5 a 4, en Chiclayo.
Se sabe, es inconveniente depender de otros, tanto en la vida como en el fútbol. Y en esa situación se puso a sí mismo River. Sus hinchas y sus jugadores se prepararon para vivir una noche de esas inolvidables, por un motivo u otro. Una noche ventosa, llena de fantasmas.
El primero se apareció a los tres minutos nomás, cuando Rodrigo Mora reventó el travesaño desde el borde del área chica. El Monumental se heló, parecía la remake de la película de terror protagonizada ante Juan Aurich, en una noche embrujada.
El gol atragantado, fue convertido siete minutos más tarde por Tigres en Chiclayo y se gritó en Núñez, claro, casi como aquel de Pisculichi ante Boca. Poco después, silencio por el empate de Aurich. Tres minutos después, otro grito de Tigres, otro alarido en Buenos Aires.
Curiosamente (o no), las noticias que bajaban desde la tribuna, lejos de potenciar el juego del conjunto de Núñez, lo sumieron en un mayor desorden. El pecado capital del equipo de Marcelo Gallardo era la ansiedad. Sólo cuando el “Pity” Gonzalo Martínez agarraba la bola, bien de extremo izquierdo, el gol parecía estar al caer. Pero ante un San José limitadísimo, a River le faltaba decisión y precisión en los últimos metros para abrir el marcador.
A la media hora, el escenario más temido se hacía presente: ¿y si Tigres termina ganando y River no puede con su rival boliviano? Nadie lo quería poner en palabras, pero el rumor y los rezongos que se escuchaban en las plateas preanunciaban la peor de las pesadillas. Ni hablar cuando Marcelo Barovero se mandó un atajadón de aquellos.
Pero claro, cuando parecía que los de Oruro le perdían el respeto a la banda, y además Aurich empataba en Perú, el uruguayo Mora sacó un latigazo bajo, perfecto, para que entonces estallara el Monumental, ahora por motivos propios. 1 a 0 para River.
El sermón de Gallardo y el cambio en el vestuario de Sebastián Driussi por un inexpresivo Pisculichi, le hizo bien a River. Y ahí nomás Mora acertó desde los 12 pasos y el colombiano Teófilo Gutiérrez al fin la metió en casa por la Copa Libertadores. Pero ni con el segundo ni con el tercero el “millonario” se metía en octavos, porque allá lejos, en Chiclayo, el árbitro había cobrado un penal inexistente y Tejada le daba a Aurich una clasificación soñada.
El fantasma, ahora, viajaba desde Perú a Argentina. Pero Villalpando le sacó la sábana con el tercero de Tigres. Faltaban poco más de 20 minutos en Perú y en Buenos Aires. El Monumental era una locura, ni hablar cuando Esqueda selló su “hat trick” en Chiclayo. Menos aún cuando Espiricueta puso el 5-3. Enseguida descontó Aurich. Ya no había dos partidos, sino uno solo: los hinchas de River miraban los monitores, se colgaban de cualquiera que tuviera una radio para saber qué pasaba en tierras peruanas. Allá ganó Tigres, 5 a 4. Y al final, River pasó nomás.