La paz se encuentra en los textos sagrados

Hay que reconciliar amor y justicia.

HISTORIA ARMÓNICA. Libertad, igualdad y fraternidad, lema de la República Francesa. reuters HISTORIA ARMÓNICA. Libertad, igualdad y fraternidad, lema de la República Francesa. reuters
28 Noviembre 2015

David Brooks

Es fácil pensar que Estado Islámico es algún tipo de cáncer maligno y medieval que ha resurgido de alguna manera en el mundo moderno. Pero en su libro “No en el nombre de Dios: enfrentando la violencia religiosa”, el brillante rabino Jonathan Sacks argumenta que el EI es típico de lo que veremos en las próximas décadas.

El siglo XXI no será un siglo de secularismo, escribe. Será una era de desecularización y conflictos religiosos. Una parte de esto es meramente demográfico. Comunidades religiosas producen muchos bebés e inflaman sus filas, en tanto comunidades seculares no lo hacen.

Los seres humanos buscan significado. Vivimos, como escribe Sacks, en un siglo que nos ha dejado con un máximo de opciones y un mínimo de significado. Los sustitutos seculares a la religión -nacionalismo, racismo e ideología- han conducido al desastre.

Esto ya está conduciendo a la violencia religiosa. En noviembre de 2014, sólo por hablar de un mes, hubo 664 ataques yihadistas en 14 países, matando a 5.042 personas. Desde 1984, se estima que 1,5 millón de cristianos fueron asesinados por milicias islamistas en Sudán.

Sacks hace énfasis en que no es la religión en sí la que causa violencia. En su libro “Enciclopedia de Guerras”, Charles Phillips y Alan Axelrod sondearon 1.800 conflictos y encontraron que menos de 10% tenía algún componente religioso.

La religión puede dar origen a densas comunidades morales, pero en formas extremas también puede conducir a lo que Sacks llama dualismo patológico, mentalidad que divide al mundo entre quienes son buenos fuera de cualquier reproche y aquellos que son malos.

El dualista patológico no puede reconciliar su humillado sitio en el mundo con su propia superioridad moral. Acoge una religión politizada -la restauración del califato- y busca destruir a aquellos fuera de su grupo. Esto da lugar a actos de lo que Sacks llama mal altruista, o actos de terrorismo en los que se cree que el propio sacrificio confiere el derecho a ser cruel. Eso vimos en París.

Sacks argumenta que necesitamos armamento militar para ganar la guerra en contra de fanáticos como EI, pero necesitamos ideas para establecer una paz perdurable.

Es improbable que el pensamiento secular ofrezca una réplica eficaz. Entre personas religiosas, los cambios mentales se encontrarán mediante una reinterpretación de los mismos textos sagrados. Tiene que haber una Teología de los Otros: una compleja comprensión bíblica de cómo ver el rostro de Dios en extraños. Eso es lo que Sacks se propone hacer.

Las grandes religiones tienen su fundamento en el amor. Pero el amor es problemático. La Biblia está llena de rivalidades entre hermanos compitiendo incluso por el amor de Dios.

Si se leen de manera simplista, las rivalidades entre hermanos en la Biblia parecen meros relatos de victoria o derrota: Isaac sobre Ismael. Pero las tres religiones abrahamicas tienen sofisticadas tradiciones interpretativas que socavan interpretaciones fundamentalistas.

A la par de la ética del amor está una directriz de acoger una ética de justicia. El amor es particular, pero la justicia es universal. El amor es apasionado, la justicia es desapasionada.

La reconciliación entre amor y justicia no es simple, pero para los creyentes, los textos señalan el camino.

La gran contribución de Sacks consiste en destacar que la respuesta a la violencia religiosa probablemente se va a encontrar dentro de la religión.

Pudiera parecer extraño que en este siglo de tecnología, la paz esté dentro de estos antiguos textos. Pero, como destaca Sacks, Abraham no tenía imperio, ni milagros y nada de ejército… Sólo un ejemplo diferente de cómo creer, pensar y vivir.

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