Al Qaeda es un tío cauteloso al lado del EI

Cobertura internacional elaborada por periodistas del New York Times el desafío de enfrentar y vencer al terrorismo. Como siempre prometió, el Estado Islámico fue brutal en sus ataques y asesinatos, grabados en video para difundirlos en las redes sociales.

PRISIONEROS. No hay piedad para quienes son capturados en Siria y en Irak. captura de video PRISIONEROS. No hay piedad para quienes son capturados en Siria y en Irak. captura de video
28 Noviembre 2015

Ian Fisher

Al momento en que Estados Unidos se retiró de su larga y sangrienta guerra contra Irak en 2011, creyó que había acabado con la amenaza de lo que solía ser un temible enemigo: el Estado Islámico (EI). En esa época no era temible ni tampoco era un Estado.

Obligado a retroceder por los golpes de las tropas estadounidenses y de los combatientes tribales suníes, se consideraba que el EI era una amenaza tan disminuida que la recompensa ofrecida por EEUU por uno de sus líderes había bajado de cinco millones de dólares a 100.000 dólares. Sin embargo, cinco años más tarde, el Estado Islámico está siguiendo una trayectoria muy diferente.

EI ha pelado hasta el hueso una frontera colonial de 100 años en Oriente Medio, controlando a millones de personas en Irak y en Siria. Ha superado a su ex socio, Al Qaeda, primero en batalla y después como el grupo preeminente del yihadismo en alcance y reclutamiento.

Los orígenes del EI se ubican tanto en los campos de entrenamiento terrorista del Afganistán de Bin Laden como en la invasión estadounidense de Irak en 2003. Hoy se consolida a través de dos medios enfocados: control de territorio y crueldad indecible.

Los emblemas

Desde marzo pasado el grupo se ha expandido más allá de su lucha local, hasta el terrorismo internacional. En las últimas semanas lo hizo de manera espectacular, primero adjudicándose la responsabilidad por el derribo de un avión ruso con 224 pasajeros, después enviando escuadrones de asesinos que acabaron con las vidas de 43 personas en Beirut y otras 129 en París.

A medida que aumentan las cifras de muertos las preguntas continúan acumulándose: ¿quiénes son? ¿Qué quieren? ¿Hubo señales perdidas que pudieran haber detenido al Estado Islámico antes de que se volviera tan letal?

La decisión del presidente George Bush y sus aliados de marginar a la élite política y militar de Irak enfureció y privó de derechos a algunos de los que formaban el corazón del Estado Islámico. En fechas más recientes, el presidente Barack Obama y sus aliados han sido criticados por no tomarse con seriedad el ascenso del EI.

“Prevalecía una firme creencia en el sentido de que las insurgencias brutales fracasan”, dijo William McCants, de la Brookings Institution y prominente experto en Estado Islámico, explicando la aparente indiferencia de los oficiales estadounidenses.

No hay evidencia alguna de que las dos figuras centrales en el ascenso de Estado Islámico se hayan conocido alguna vez, pero una fe en la brutalidad -como estrategia en sí- era una creencia compartida. Ambos venían de Irak, al parecer una clave para la alta dirigencia de Estado Islámico. Por lo demás, no podrían ser más diferentes.

El primero, al-Zarqawi, ladrón en otra época, era un jordano tatuado y bebedor reformado de violencia personal extrema, cuya propia madre había proclamado que su hijo no era muy listo.

Los detalles del segundo, un iraquí conocido como Abu Bakr al-Bagdadí, aislado líder del grupo, están incompletos. Es más conocido como un tranquilo clérigo suní, con probabilidades de tener un diploma avanzado en estudios islámicos, cuya tribu remonta su linaje hasta el mismo Profeta Mahoma.

Atizando ataques en contra de soldados estadounidense y tensiones con chiíes, al-Zarqawi construyó una insurgencia responsable de momentos clave en las primeras etapas de la guerra.

Estados Unidos elevó la recompensa por él a 25 millones de dólares, equivalente a la de Bin Laden. Un ataque aéreo mató a al-Zarqawi en junio de 2006. Cuatro meses más tarde, sus sucesores declararon la fundación del Estado Islámico de Irak. En marzo de 2008, Rod Coffey, teniente coronel de Estados Unidos, recuerda haber encontrado la bandera negra del EI a 80 kilómetros de Bagdad.

“Estas eran personas que, a diferencia de Bin Laden, dijeron: ‘nosotros vamos a controlar terreno ahora, crear un gobierno, crear una sociedad, manejar este lugar sobre un trampolín para crear un califato”, recordó Coffey, actualmente de 54 años y retirado. Cerca de la bandera había una fosa común con 30 cuerpos.

En junio de 2010, el General Ray Odierno, líder de las tropas estadounidenses en Irak, informó: “a lo largo de los últimos 90 días, aproximadamente, hemos detenido o matado a 34 de los 42 líderes principales de Al Qaeda en Irak”. Estaba usando un nombre anterior de Estado Islámico.

Los estadounidenses querían creer que la guerra de Irak había terminado en triunfo y las tropas fueron retiradas al poco tiempo. Pero las tensiones empezaron a subir casi de inmediato entre los suníes y el gobierno dominado por chiíes del primer ministro Nouri al-Maliki.

A medida que el EI se fue estableciendo, sus combatientes generaban curiosidad. Colocaron letreros en caminos que controlaban, en los que se podía leer: “Bienvenidos al Estado Islámico”.

Tuvieron éxito en la construcción de una semblanza de Estado. Suministraban servicios e imponían las reglas más severas. Trabajaron para financiarse a través del petróleo, del comercio de antigüedades invaluables, del secuestro y de la extorsión.

Además, como siempre prometió, Estado Islámico es brutal, aterrando a otros grupos y al mundo en general con prácticas como esclavitud sexual, inmolaciones, crucifixiones y decapitaciones. El reguero de asesinatos grabados en video se extendió a través de las redes sociales.

EI rechazó la propuesta de Al Qaeda de quedar bajo su dominio. El Estado Islámico es supremo. La central de Al Qaeda se había convertido, de alguna forma, en el tío cauteloso y cada vez más irrelevante. El viernes 13, París fue la prueba de eso.

Publicidad
Comentarios