El último concierto de Los Beatles en 1966

Víctor Chocobar, fundador de la banda tributo "La Terraza de Apple".

EN AQUEL GLORIOSO AÑO. Los Beatles tocaron su último concierto pago en público en San Francisco, en 1966.  EN AQUEL GLORIOSO AÑO. Los Beatles tocaron su último concierto pago en público en San Francisco, en 1966.
29 Agosto 2016
El Candlestick Park (Parque de las farolas) es un lugar particularmente frío de San Francisco. Junto a la bahía, por un extraño efecto, el aire marino da vueltas y vueltas ahí y lo hace inhóspito.

En ese lugar estaba el gigantesco estadio de los Giants de San Francisco, el primer campo de beisbol íntegramente construido en hormigón en el mundo, inaugurado por Richard Nixon en 1960. Luego fue escenario de futbol americano y desde principios de 2015, ya no existe, demolido completamente.

Allí, el mayor fenómeno de la música popular, Los Beatles, daban hace hoy 50 años, su último concierto pago ante público, pues su última aparición como banda, en la semiimprovisación, fue en la terraza de Apple, el edificio de su compañía discográfica, el 30 de enero de 1969.

El concierto formó parte de la última gira de los fabulosos cuatro. Entre el 6 de abril y el 17 de julio habían grabado su séptimo álbum, el extraordinario “Revolver”, que marcó un enorme salto cualitativo de sonido y expresión.

Ellos mismos ya sabían que se trataba de la última gira. Desde que había explotado la Beatlemanía, a mediados de 1963, Los Beatles estaban en medio de una vorágine, y ya a fines de 1965 buscaban la forma de salir de ella. En junio de 1966, luego de una agotadora tournée por Alemania, viajaron a Oriente para presentarse en Tokio entre el 30 de junio y el 2 de julio y luego en Manila el 4 de julio. En ambos lugares actuaron en medio de una situación muy alterada, primero por considerar los japoneses tradicionalistas que profanaban el semisagrado sitio del Budokan, un estadio cerrado dedicado a la práctica de las artes marciales; y luego en Filipinas debieron soportar un malentendido al no presentarse a almorzar con la primera dama, lo que les significó perder la custodia y, con el avión de British ya en la pista, su manager hasta debió devolver el dinero del cachet, en medio de amenazas y atropellos.

No menos tomentoso fue el período entre su regreso a Londres y el vuelo a los Estados Unidos, donde llegaron el 11 de agosto para una gira por 14 ciudades. El 26 de julio, la revista norteamericana Datebook publicó una extensa nota que John Lennon había dado a Maureen Cleave del Morning Star, en la que –fuera de contexto- Lennon parecía decir “Los Beatles somos más populares que Jesucristo”. Estas declaraciones provocaron la ira de los sectores conservadores de EEUU. Se organizaron manifestaciones de repudio a John y a Los Beatles, se organizaron hogueras para quemar discos, fotografías y publicaciones que los tuvieran como protagonistas, y para que fueran boicoteados sus conciertos. Toda esta campaña no hizo más que acrecentar la fama del cuarteto: nunca antes vendieron tantos discos y, como en los años anteriores, los estadios volvieron a colmarse.

No era esta la primera locura colectiva en la que se habían visto envueltos, sobre todo en Norteamérica. En la gira de 1964, que los llevó por 32 ciudades del continente, al llegar a Canadá quedaron en el medio de una grave polémica sobre la “desbritanización” de ese país. En Montreal fueron amenazados por una organización terrorista marxista-leninista, la “Asamblea para la Independencia Nacional” que por esa época produjo numerosos atentados y crímenes contra cualquier símbolo del Reino Unido. Otra: como en los contratos pedían expresamente que la población de raza negra fuera admitida en un pie de igualdad en sus conciertos en EEUU, se pusieron en contra de aquellos que propiciaban la segregación, y estuvieron en la mira de fanáticos como el Ku-Kux-Klan.

No menor era la lucha para abstraerse de sus propios fanáticos. Asedios, apretujones; puesta en peligro la seguridad de aviones y coches en los que se trasladaban; madres que les acercaban a sus hijos tullidos para que los curaran, atribuyéndoles que tenían dotes de sanadores; mercachifles de todo tipo que vendían por centímetros cuadrados las sábanas de los hoteles donde dormían, baldosas que ellos pisaban, y por cierto, millones de discos, revistas, fotos. “El mundo estaba loco, y nosotros metidos sin querer en esa locura” declaró George Harrison cuando todo pasó…

Era bastante para cuatro muchachos sencillos que lo único que querían era ser la mejor banda de Rock. Y vaya si lo consiguieron.

Venían de reunir 50.000 personas en el Shea Stadium de Nueva York el 23; unos 30.000 en el Seattle Coliseum de Washington el 25; 45.000 más en el Dodger’s Stadium de Los Ángeles el 28. Así, subieron ese 29 de Agosto al escenario montado en el centro del gigantesco estadio de 42.500 asientos, aunque se especula que en ese concierto hubo alrededor de “solamente” 30.000 pagantes. Las fotografías del show tienen algo de patetismo, al que Los Beatles no quisieron volver jamás: un escenario cuadrado, en medio del césped, con sonido deficiente, a una altura de 2,5 metros y rodeados por una cerca de alambre de 1,5 metros de altura es un lugar donde a ningún artista digno le gusta estar. Y, para peor, como dijimos al comienzo, en medio de una ventolera marina fría y húmeda.

El repertorio de escena de la gira estaba compuesto por números fuertes como “Rock and Roll Music”, “She’s a woman”, “I feel fine”, “I wanna be your man”, “Long tal Sally”, “I’m down”, y seguramente debieron sentirse defraudados de ellos mismos al ni siquiera poder escucharse en las bellas melodías e intrincados arreglos de temas como “Yesterday”, “If I needed someone”, “Day tripper”, “Paperback writer” y la dulcísima “Nowhere man”, que también interpretaron esa noche.

John Lennon tocó su célebre guitarra Epiphone, modelo Cassino, de color original borravino, luego rebautizada “modelo Lennon” al devolvérsele el color madera natural; George Harrison empleó su Rickenbaker Fireglo 360 de doce cuerdas; Paul McCartney el clásico bajo Hofner Contemporary modelo violín y Ringo Starr la batería Ludwig con tres platos, que usó ininterrumpidamente entre octubre de 1963 y las grabaciones del álbum blanco en octubre de 1968.

El cansancio de haber actuado unas 1.400 veces desde sus inicios en 1957, haber actuado por 16 países en cientos de ciudades de las que sólo conocían los aeropuertos, los hoteles y los estadios y el huracán de pasiones que desataron los llevó esa noche en San Francisco a poner fin a la etapa de giras. Los Beatles no necesitaban tampoco ya más fama, más ventas, más suceso. Lo habían conseguido todo, inspiraron la música que vendría después, y sólo ellos mismos superaron sus propios records. A las multitudes que los vieron actuar, Paul McCartney sumó la mayor que registra la historia de un concierto con entradas pagas: 186.000 personas en el Maracaná de Río en 1990. Las ventas de sus discos llegan hoy a casi 1.500 millones de ejemplares en todo el mundo, cifra a la que ningún otro artista llega ni por asomo. La reproducción de sus éxitos, casi 2.800 ediciones grabadas de la canción más versionada de la historia: “Yesterday”, que sólo en los EEUU fue difundida por radio más de 7 millones de veces, esto es, como si estuviéramos unos 26 años escuchándola ininterrumpidamente.

El concierto de Candlestick Park, hace hoy 50 años, quedó registrado en unas pocas fotos y trozos de filmaciones, desenfocadas y en blanco y negro. Tony Barrow, a pedido de Paul McCartney grabó el audio en un rudimentario artefacto a cinta abierta, quedando incompleta la última canción porque se terminó el carrete de 30 minutos, lo que duraba un concierto de ellos, ya que la efervescencia del público no podía ser contenida por más tiempo.

Cuentan, quienes estuvieron, que Los Beatles, pese a todo, sonaron inusualmente bien esa noche. El mayor fenómeno de la música universal daba allí su canto de cisne. Vendrían nuevas etapas hasta la disolución del grupo en abril de 1970, pero en la fría bahía de San Francisco nacería –hace hoy 50 años- una leyenda.

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