19 Septiembre 2016
FIESTA. Jugadores y cuerpo técnico al frente de los festejos con los fanáticos argentinos. El reconocimiento británico no fue menor para los ganadores, y hasta hicieron el baile del “Yacaré” en honor a Mayer. reuters
Tantas veces hemos escrito que un quinto punto de una serie de Copa Davis se juega como se puede. Para este caso de la victoria sobre Gran Bretaña, me permito afirmar que el cuarto punto también. Imagino que algo así, jugué como me dejaron, es algo de lo que debe haber sentido Guido Pella ante Andy Murray, que borró las incógnitas con un categórico 6-3, 6-2 y 6-3.
Otra vez, como en gran parte de 2016, el número dos del ranking mundial fue una máquina exacta de jugar al tenis. No es arriesgado afirmar que en su cabeza diera vueltas su condición física. Después de jugar y perder un single de más de cinco horas, y tras sumarle a eso un dobles de cuatro sets, valía preguntarse cuánto aguantarían sus piernas, y si esa duda le cambiaría su habitual ritmo para trabajar los partidos.
Las dudas huyeron espantadas de la escena del Emirates Arena de Glasgow. El escocés dictó cátedra sin siquiera inmutarse, haciendo un perfecto equilibrio entre no jugar más cantidad de puntos por querer jugar menos golpes en cada uno. ¿Se entiende el concepto? Hay que ganar rápido porque estoy cansado. Perfecto, entonces no me apuro, así termino antes. Sí: una versión tenística del “vísteme despacio que estoy apurado”.
Cumplida la lógica del triunfo de Murray, otras dudas se despejaron en simultáneo. Del Potro afuera, tal como contábamos ayer, aunque no Federico Delbonis y si Leonaro Mayer para ganar la serie frente a Daniel Evans. Después se supo que ya el viernes “Delpo” había quedado virtualmente out y que solo el sábado a la noche, el estratega Daniel Orsanic le dijo al correntino que sería, otra vez, el protagonista de un partido eventualmente histórico de la Davis. Le costó dormir, se levantó temprano y llegó a la cancha un set más tarde. En realidad fue puntual y a fuerza de impactos nerviosos convertidos en errores no forzados pudo sacudirse la tensión.
Ya más suelto, las piezas de su tenis encajaron hasta funcionar como parte de un armónico engranaje. Saques ganadores, drive y revés agresivos, lucidez mental para detectar y administrar momentos, y decisión para tomar la iniciativa de entrada. El partido tuvo su bisagra de desarrollo en el final del primer set y los números son muy elocuentes al respecto: 4-6, 6-3, 6-2 y 6-4. Tanta fue la diferencia que ni siquiera hubo espacio para la siempre dispuesta duda del game final.
El festejo fue un conjunto de imágenes rescatables, bien sanas, de esas que como padres solemos destacarles a nuestros hijos. Un grupo unido, que respeta jerarquías, que entiende de roles momentáneos y no reclama derechos adquiridos. Así es más simple, aunque no sea fácil. Así hay más chances, aunque no siempre se pueda. Se pudo esta vez, la tercera seguida como visitantes. Ojalá se pueda también a fines de noviembre, contra Croacia, en la quinta final copera en la historia de nuestro tenis.
Otra vez, como en gran parte de 2016, el número dos del ranking mundial fue una máquina exacta de jugar al tenis. No es arriesgado afirmar que en su cabeza diera vueltas su condición física. Después de jugar y perder un single de más de cinco horas, y tras sumarle a eso un dobles de cuatro sets, valía preguntarse cuánto aguantarían sus piernas, y si esa duda le cambiaría su habitual ritmo para trabajar los partidos.
Las dudas huyeron espantadas de la escena del Emirates Arena de Glasgow. El escocés dictó cátedra sin siquiera inmutarse, haciendo un perfecto equilibrio entre no jugar más cantidad de puntos por querer jugar menos golpes en cada uno. ¿Se entiende el concepto? Hay que ganar rápido porque estoy cansado. Perfecto, entonces no me apuro, así termino antes. Sí: una versión tenística del “vísteme despacio que estoy apurado”.
Cumplida la lógica del triunfo de Murray, otras dudas se despejaron en simultáneo. Del Potro afuera, tal como contábamos ayer, aunque no Federico Delbonis y si Leonaro Mayer para ganar la serie frente a Daniel Evans. Después se supo que ya el viernes “Delpo” había quedado virtualmente out y que solo el sábado a la noche, el estratega Daniel Orsanic le dijo al correntino que sería, otra vez, el protagonista de un partido eventualmente histórico de la Davis. Le costó dormir, se levantó temprano y llegó a la cancha un set más tarde. En realidad fue puntual y a fuerza de impactos nerviosos convertidos en errores no forzados pudo sacudirse la tensión.
Ya más suelto, las piezas de su tenis encajaron hasta funcionar como parte de un armónico engranaje. Saques ganadores, drive y revés agresivos, lucidez mental para detectar y administrar momentos, y decisión para tomar la iniciativa de entrada. El partido tuvo su bisagra de desarrollo en el final del primer set y los números son muy elocuentes al respecto: 4-6, 6-3, 6-2 y 6-4. Tanta fue la diferencia que ni siquiera hubo espacio para la siempre dispuesta duda del game final.
El festejo fue un conjunto de imágenes rescatables, bien sanas, de esas que como padres solemos destacarles a nuestros hijos. Un grupo unido, que respeta jerarquías, que entiende de roles momentáneos y no reclama derechos adquiridos. Así es más simple, aunque no sea fácil. Así hay más chances, aunque no siempre se pueda. Se pudo esta vez, la tercera seguida como visitantes. Ojalá se pueda también a fines de noviembre, contra Croacia, en la quinta final copera en la historia de nuestro tenis.