“Lo que inquieta del discurso de Francisco es que es muy cuestionador”

El sociólogo Fortunato Mallimaci y la historiadora María Elena Barral -ambos investigadores del Conicet- coinciden en su visión de un Papa -Francisco- que ratifica la tradición de la Iglesia en tanto factor político, tanto como social y religioso. La tensión entre capitalismo y catolicismo.

GESTOS QUE HABLAN. El Papa, en Santiago, con la presidenta Bachelet. reuters GESTOS QUE HABLAN. El Papa, en Santiago, con la presidenta Bachelet. reuters
21 Enero 2018

“La Iglesia es un factor político, social y religioso de largo plazo en la sociedad y en el Estado argentino. Desde hace décadas hay una utilización política de lo religioso y una utilización religiosa de lo político”, afirma Fortunato Mallimaci, profesor en la Universidad de Buenos Aires (UBA), doctor en Ciencias Sociales y autor de “El mito de la Argentina laica. Catolicismo, política y Estado”, entre otros títulos de su especialidad, la sociología de las religiones. “El Papa está híperpresente en la política argentina, lo ves en los movimientos sociales, en los partidos, en los dirigentes que siguen yendo a Roma. La utilización política de unos y otros hace que -en Argentina- Francisco sea Bergoglio”, opinó Mallimaci, ante el requerimiento de LA GACETA.

- ¿Tiene sentido el debate que se ha generado alrededor de la “no visita” del Papa a la Argentina?

- El “debate” ha sido generado por un sistema de medios y grupos de poder afines a un Gobierno y proyecto neoliberal de mercado y de globalización excluyente. En ese debate hay tanto católicos en la oposición como en el Gobierno actual. Y hay que recordar que la Conferencia Episcopal ha pasado de una situación de pasividad y complacencia ante las críticas al Papa a una postura activa de defensa del Papa y de crítica a las políticas de ajuste y de persecución, en especial a los pobres y pueblos originarios.

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- ¿Qué significado tienen los viajes en la cultura papal?

- Los viajes son una práctica iniciada por Juan Pablo II, y los seis viajes de Francisco se le parecen, en el objetivo de pregonar por el mundo la importancia social y religiosa del catolicismo, que desde hace décadas se presenta como una religión pública y no sólo como algo privado y espiritual. Y lo que inquieta del discurso de Francisco es que es muy cuestionador, porque impulsa lo que es de larga tradición en América Latina, que es el “mundo de los pobres”. En ese contexto, el proyecto del actual Gobierno choca con una larga tradición de la Iglesia católica que se enfrenta al mundo burgués. El discurso del Papa es el de promover un nuevo humanismo; de la dignidad de las personas. Pero, al mismo tiempo, sigue postergando el papel de las mujeres, así como una mayor democratización interna, y sigue manteniendo el poder en Roma para el nombramiento de obispos. En la visita de un Papa, lo político y lo religioso van juntos. Hay una sensibilidad vaticana muy antiburguesa, sobre la meritocracia. Ya lo hacía Juan Pablo II, a su manera; pero entonces estaba el comunismo. Hoy, el principal enemigo de ese catolicismo es el mercado; el capitalismo autorregulado, que se convierte en una religión. Es el discurso del “hay que creer; los brotes verdes, vamos, sacrifícate, sí se puede”. Es el capitalismo que se transforma en religión.

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- Volvamos por un minuto a los viajes. Tanto Benedicto como Juan Pablo II -los otros dos papas no italianos- no dudaron en visitar sus países natales ...

- En el primer viaje de Juan Pablo a Polonia, él tiene el apoyo del pueblo, cuando se enfrenta al comunismo; pero eso no ocurrirá después cuando comienza a apoyar la organización de sindicatos de trabajadores, y hay resistencia católica hacia él. Y en cuanto a Benedicto -cuya renuncia al papado transformó brutalmente a la Iglesia como institución- hay que recordar el revuelo que generó en los países musulmanes su discurso en la Universidad de Ratisbona, en su Alemania natal. Los viajes son políticos, sociales y religiosos, con todos los problemas y virtudes que ello trae a lo largo de la historia. Francisco dice que hay que acompañar a los pobres, y crear condiciones para que dejen de ser pobres. Lo mismo con los pueblos originarios; la Iglesia católica ha reconocido los delitos que cometió, y ahora avanza en reconocer sus derechos; lo mismo con los migrantes. En cuanto al tema de los pederastas; es muy fuerte en el caso de Chile; en la Argentina hay decenas de sacerdotes pederastas, pero no tiene el impacto que tuvo en Chile, porque ahí se movilizó la sociedad, se hicieron películas sobre el tema; y hay una sensibilidad muy fuerte; él intentó pedir perdón; pero no alcanza con pedir perdón si no hay reparación: y sobre todo si se trata de un obispo que él nombró.

- ¿Cómo analiza la tensión que ha generado en algunos sectores la “no visita” del Papa al país?

- Hay un proceso fuerte de secularización en la Argentina; mucho más que la chilena, que tiene un partido -la Democracia Cristiana- que ha gobernado por décadas. Una secularización que se observa en que las personas, por su propia cuenta, deciden su vida sexual, religiosa, hasta su vida política, sin tener en cuenta los mandatos religiosos. Pero esa secularización no necesariamente quiere decir laicidad; porque en la Argentina los partidos políticos han ido a pedir apoyo a la Iglesia, a los grupos católicos; ha habido apoyo a las dictaduras; el peronismo fue un ejemplo de esos lazos con ese mundo católico. El actual Gobierno tiene muchos cuadros que vienen del mundo católico. Stanley, Rodríguez Larreta, Vidal, entre otros, han sido socializados en el mundo católico. Mucha militancia católica apoyó al macrismo; el mundo católico tiene tanta presencia en el oficialismo como en la oposición. Parte de la Iglesia argentina apoyaba hasta hace poco tiempo al actual Gobierno; y ahora toman distancia. Los obispos de la Patagonia condenan el crimen de Maldonado y el asesinato de Nahuel. Y, a su vez, hay una crítica política y religiosa de los grandes medios: y los investigadores vemos cómo en 2013 los mismos grupos que hoy lo critican eran los que más lo salían a defender, creyendo que con el Papa argentino se iba a terminar el populismo; que él los iba a ayudar a tomar distancia del gobierno populista encarnado entonces en el kirchnerismo.

Un Papa cuyas acciones están teñidas del arte de la política
Por María Elena Barral, historiadora, Investigadora de CONICET (Instituto Ravignani/UBA) y Profesora Universidad Nacional de Luján - Autora del libro “Curas con los pies en la tierra”.
La visita del Papa a Chile y Perú de este enero de 2018 se ha convertido en la no-visita a nuestro país. Las interpretaciones sobre razones de la no-visita han direccionado las lecturas de una visita que efectivamente se está llevando a cabo desde el 15 de enero en otros países de la región. 
Para los argentinos -católicos o no- tener un Papa con quien compartimos el origen nacional es un gran desafío. ¿Podemos resistir la tentación de interpretar todos sus gestos -muchos y muy elocuentes- desde nuestra realidad local y a través de la lente de los conflictos políticos de la coyuntura actual? Pareciera que a los argentinos no nos resulta fácil procesar la mutación del Cardenal Bergoglio en Papa Francisco, un cambio que el Pontífice parece haber metabolizado sin demasiados contratiempos y sin renunciar a la fascinación por la política entendida como herramienta de transformación. Pero el registro cambió y es evidente que hoy el Papa no puede concebir su rol político de la misma manera que lo hacía aquel joven que la serie Llamame Franciso de Netflix no ha ocultado. Allí puede verse su militancia peronista y sus discusiones con posturas antiperonistas tanto de izquierda como de derecha.
Su prédica actual, que es política, también es global e incluye la crítica al neoliberalismo, a los mercados ultradesrregulados y al imperialismo del dinero. Y su mensaje apela a la articulación de un tipo de respuesta basada en la integración y la búsqueda de la unidad, definida en sus palabras pronunciadas en la Araucanía como un arte, una forma de construir la historia, que “no nace ni nacerá de neutralizar o silenciar las diferencias”. Una definición muy cercana al arte de la política.
En los países latinoamericanos este mensaje de la integración y de unidad se formula desde una interpretación de la historia atravesada por una serie de conflictos que incluyen algunos tópicos que Francisco ha privilegiado en su actual visita a Chile y a Perú como el problema de la tierra y los que enfrentan las comunidades indígenas. 
Su mediación a favor del diálogo en algunos conflictos que involucran a países de la región no es una novedad: el acercamiento entre Cuba y Estados Unidos, el proceso de paz en Colombia o salida al mar de Bolivia se cuentan entre este tipo de intervenciones. La actual visita se presenta como una oportunidad para profundizar su preocupación por América Latina que abreva en una Teología que pone en el centro a los “sencillos”.
¿De qué manera sus mensajes en la Araucanía, en las cárceles de mujeres o en Iquique pueden ser vividos y apropiados por quienes se sientan parte de la Iglesia católica en nuestro país y de este modo la no-visita se transforme en visita? 
Mucho se ha dicho de las visitas de los papas no italianos a sus países de origen en los últimos cincuenta años y de la no-visita de Francisco a la Argentina. Los primeros casos se reducen a dos pontífices y cualquier conclusión al respecto adolece de precariedad estadística. Pese a ello nadie podría negar la enorme influencia que ha tenido Juan Pablo II en el cambio político que atravesó Polonia y el bloque soviético en las primeras décadas de su pontificado. Hoy Francisco interviene en la política reconociendo los cambios de época y las nuevas problemáticas de ese mundo global y retomando tradiciones políticas e históricas propias del espacio latinoamericano.

Un Papa cuyas acciones están teñidas del arte de la política

Por María Elena Barral, historiadora, Investigadora de CONICET (Instituto Ravignani/UBA) y Profesora Universidad Nacional de Luján - Autora del libro “Curas con los pies en la tierra”.

La visita del Papa a Chile y Perú de este enero de 2018 se ha convertido en la no-visita a nuestro país. Las interpretaciones sobre razones de la no-visita han direccionado las lecturas de una visita que efectivamente se está llevando a cabo desde el 15 de enero en otros países de la región. 

Para los argentinos -católicos o no- tener un Papa con quien compartimos el origen nacional es un gran desafío. ¿Podemos resistir la tentación de interpretar todos sus gestos -muchos y muy elocuentes- desde nuestra realidad local y a través de la lente de los conflictos políticos de la coyuntura actual? Pareciera que a los argentinos no nos resulta fácil procesar la mutación del Cardenal Bergoglio en Papa Francisco, un cambio que el Pontífice parece haber metabolizado sin demasiados contratiempos y sin renunciar a la fascinación por la política entendida como herramienta de transformación. Pero el registro cambió y es evidente que hoy el Papa no puede concebir su rol político de la misma manera que lo hacía aquel joven que la serie Llamame Franciso de Netflix no ha ocultado. Allí puede verse su militancia peronista y sus discusiones con posturas antiperonistas tanto de izquierda como de derecha.

Su prédica actual, que es política, también es global e incluye la crítica al neoliberalismo, a los mercados ultradesrregulados y al imperialismo del dinero. Y su mensaje apela a la articulación de un tipo de respuesta basada en la integración y la búsqueda de la unidad, definida en sus palabras pronunciadas en la Araucanía como un arte, una forma de construir la historia, que “no nace ni nacerá de neutralizar o silenciar las diferencias”. Una definición muy cercana al arte de la política.

En los países latinoamericanos este mensaje de la integración y de unidad se formula desde una interpretación de la historia atravesada por una serie de conflictos que incluyen algunos tópicos que Francisco ha privilegiado en su actual visita a Chile y a Perú como el problema de la tierra y los que enfrentan las comunidades indígenas. 

Su mediación a favor del diálogo en algunos conflictos que involucran a países de la región no es una novedad: el acercamiento entre Cuba y Estados Unidos, el proceso de paz en Colombia o salida al mar de Bolivia se cuentan entre este tipo de intervenciones. La actual visita se presenta como una oportunidad para profundizar su preocupación por América Latina que abreva en una Teología que pone en el centro a los “sencillos”.

¿De qué manera sus mensajes en la Araucanía, en las cárceles de mujeres o en Iquique pueden ser vividos y apropiados por quienes se sientan parte de la Iglesia católica en nuestro país y de este modo la no-visita se transforme en visita? 
Mucho se ha dicho de las visitas de los papas no italianos a sus países de origen en los últimos cincuenta años y de la no-visita de Francisco a la Argentina. Los primeros casos se reducen a dos pontífices y cualquier conclusión al respecto adolece de precariedad estadística.

Pese a ello nadie podría negar la enorme influencia que ha tenido Juan Pablo II en el cambio político que atravesó Polonia y el bloque soviético en las primeras décadas de su pontificado. Hoy Francisco interviene en la política reconociendo los cambios de época y las nuevas problemáticas de ese mundo global y retomando tradiciones políticas e históricas propias del espacio latinoamericano.

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