La atmósfera de la Tierra atrapa parte de la energía del Sol y la irradia; entonces la absorben gases de efecto invernadero y la remiten en todas direcciones. Sin este “efecto invernadero” la Tierra estaría unos 30°C más fría y sería muy hostil para la vida como la conocemos.
Pero hemos modificado el equilibrio: gases liberados por la industria y la agricultura hacen que se atrape más energía, aumente la temperatura y el planeta peligre. El gas más dañino es el dióxido de carbono (CO2), cuyo nivel, desde la revolución industrial, aumentó más de 30%. De hecho, la concentración de CO2 en la atmósfera es hoy la más alta en, por lo menos, 800.000 años. Y el proceso se ha acelerado: según la BBC, 2014, 2015 y 2016 fueron los años más calurosos desde que hay registros.
Por eso -añade el sitio británico- la Conferencia de las Partes de la Convención sobre el Cambio Climático, que arrancó ayer, es clave para que los países del mundo acuerden medidas para detener el proceso y sus consecuencias: derretimiento de hielos y aumento del nivel de los mares; eventos climáticos extremos, con falta de agua dulce, aumento de muertes por inundaciones, tormentas, olas de calor y sequías. “Los países más pobres son los que más sufren y sufrirán”, destaca el informe.