Tucumán, LA GACETA y la historia de una amistad

EN NUESTRO DIARIO. Tomás Eloy, entrevistado por Daniel Dessein en 1972 y 1973. EN NUESTRO DIARIO. Tomás Eloy, entrevistado por Daniel Dessein en 1972 y 1973.

Durante seis décadas se tejió una intensa amistad entre Tomás Eloy y mi padre. Así recordaba Daniel Alberto Dessein a su amigo en un artículo publicado en Adn, la revista cultural del diario La Nación, en febrero de 2010: “La muerte fue el lugar común por el que pasaron la mayor parte de sus personajes y nuestras conversaciones a través de los años. En la última entrevista que le hice para LA GACETA, a fines de 2008, me dijo que quería esperarla con los ojos abiertos para saber qué hay del otro lado. Después de enfrentarla varias veces (en un restaurant rodeado por matones de la Triple A, en distintos quirófanos o escribiendo para derribar un pronóstico médico que en 1998 le daba seis meses de vida), Tomás la recibió con el coraje y la curiosidad de siempre. Así se fue ese chico que me sorprendía con sus adjetivos, ese hombre que se convertiría en uno de los mayores escritores y periodistas de América latina. Y se fue, para mí, algo mucho más importante que eso. Se fue el amigo, el hermano”.

Tomás, por su parte, resumía así la relación con mi padre, en un artículo publicado en este suplemento en 1999: “Dessein fue uno de los mejores amigos que he tenido en la vida. Mucho tiempo después, cuando vivíamos ya en ciudades distintas y yo escribía reportajes a los narradores del ‘boom’ o largas crónicas sobre la muerte en Hiroshima, me descubría a mí mismo preguntándome si aquellos ejercicios periodísticos le gustarían a Daniel Alberto. Tanto confiaba en la inteligencia de sus lecturas que durante años -creo- escribí sólo para que él me leyera... Todas las semanas de ahora, cuando la página ya convertida en un suplemento admirable llega a mis manos, la imagen de aquellos comienzos pasa por mí como una ráfaga dulce. Yo sería alguien mucho más inseguro y más inhábil de lo que soy si Daniel Alberto no me hubiese abierto las puertas de LA GACETA”.

En su nota, mi padre repasaba la profunda influencia de los años vividos en Tucumán y de su paso por LA GACETA en el trabajo posterior de Tomás. En Purgatorio, su última novela, la escena en la que un personaje se mete dentro de un ideograma y aparece en Jerusalén está inspirada en la trama del primer cuento que Tomás escribió a sus nueve años. Su padre lo había condenado a un mes sin libros por haberse escapado de su casa y el relato, en el que el protagonista se introduce en una estampilla para recorrer el mundo, fue su manera de esquivar la sanción.

Entre 1951 y 1954 publicó cuentos, poemas y críticas en LA GACETA Literaria. Uno de los primeros, Noticia de Vicente Barbieri, es la semilla de Purgatorio. El protagonista, un Vicente Barbieri resucitado, prefigura a Simón Cardoso, el personaje de la última novela.

“El aprendizaje y la plenitud de los poetas está, como el de los ángeles, fuera de toda limitación temporal, y esto debiera recordarse siempre”, escribía Tomás en una de sus comentarios bibliográficos de esos años particularmente ligados a la poesía. A los 14 años había ganado un concurso de poesía y durante la década del 50 aparecieron en las páginas de LA GACETA Literaria muchos de sus poemas, cuyos títulos obtenía apoyando un dedo sobre la línea de una página de la Biblia elegida al azar.

También se pueden encontrar allí numerosos comentarios de libros de poesía.

A partir de una dura observación de María Elena Walsh sobre su poesía, se alejó del género y se concentró en la narrativa. Unos pocos años más tarde publicaría en LA GACETA Literaria excelentes relatos, como los reunidos después de su muerte por su hijo Ezequiel en el libro Tinieblas para mirar.

Tucumán, LA GACETA y la historia de una amistad

Corrector, cronista político y crítico

En 1954 se incorporó a LA GACETA como corrector de pruebas y, posteriormente, como cronista político y crítico de cine y teatro. En sus comienzos en la actividad periodística pueden encontrarse marcas que caracterizarían sus piezas más notables y recordadas. En sus primeras crónicas ya está presente su actitud sacrílega frente a las cinco W y a la pirámide invertida, o giros que se repiten en textos como los de Lugar común la muerte (1978).

Tomás Eloy recuerda esa etapa en una entrevista que le hizo mi padre en 2008: “En el diario primero me propusiste que hiciera las pizarras con letras movibles. Luego pasé a Corrección de Pruebas, que creo que fue mi verdadera escuela de periodismo. Había una comunidad intelectual riquísima en esa sección, dirigida por Luis Véliz Toscano, en la que estaban Roger Labrousse, María Elena Vela, Selma Agüero, Raúl Dorronzoro. Hablábamos de Platón, de Sartre, de Kafka. Yo les mostraba, osadamente, mis ejercicios de literatura. Eran amigos que nunca me desalentaban, nunca se burlaban de mí, a pesar de que eran ejercicios horribles. Luego me trasladaste a hacer los títulos de las páginas Nacional e Internacional, que armaba luego en el taller. Finalmente fui cronista de temas universitarios y, ocasionalmente, de temas políticos. La primera -e inolvidable- nota política que hice fue durante la convención radical de 1957, que proclamó candidato a presidente a Frondizi. Por azar, me tocó entrevistar a quien sería candidato a vicepresidente, vicepresidente fallido, Alejandro Gómez. También escribí críticas de cine, como segundo de Julio Ardiles Gray, que era el crítico titular de LA GACETA. Una de esas notas le gustó a Juan Valmaggia, entonces subdirector del diario La Nación, que pasaba por Tucumán. El diario se había quedado sin críticos de cine y yo entré a ocupar ese espacio… Allí conocí a Mallea, a Manucho Mujica Láinez, a Octavio Hornos Paz. La literatura entraba por todos los poros. Seguí unido a Tucumán, a través de mis colaboraciones en LA GACETA Literaria, que nunca se interrumpieron... LA GACETA fue una escuela entrañable. Había gente de primer nivel y todavía la hay. Pero en ese entonces lo notable era su generosidad intelectual. Con María Eugenia Valentié, Labrousse y Dorronzoro compartíamos las lecturas de los presocráticos, de Husserl. LA GACETA Literaria me permitió tener mis primeros amigos literatos en Buenos Aires, como Augusto Roa Bastos y una de las más grandes poetas argentinas, la injustamente olvidada Amelia Biaggioni, una poeta, para mi gusto, mejor que Alejandra Pizarnik. También me permitió pelearme, a través de las polémicas literarias que estimulaban y que oxigenaban el clima cultural. Lo que Tucumán dio y da a la literatura argentina lo hizo a través del caldo de cultivo que LA GACETA Literaria fue siempre”.

Tucumán desde Buenos Aires

En 1957 se radicó en Buenos Aires y se sumó a las filas del diario La Nación. Después se convirtió en jefe de redacción de Primera Plana, la mítica revista desde la que Martínez comenzó a transformar la forma de hacer periodismo en América latina. El fue quien prendió allí la mecha del boom latinoamericano y fue también ahí donde publicó la primera crítica de Cien años de soledad, revelando la magia de un desconocido llamado Gabriel García Márquez.

En los 60 publica en LA GACETA Literaria pero también en otras secciones del diario. Una serie interesante sigue la vida de tucumanos en Buenos Aires. Hay allí extraordinarias piezas de periodismo narrativo con el estilo de las crónicas con las que deslumbraría más tarde a los lectores porteños.

En 1969 publica Sagrado, su primera novela y una de las dos “puramente tucumanas”. Su provincia sigue siendo un eje clave de sus textos. Meses antes de su aparición dedica un artículo a Tucumán, que se publica en LA GACETA. “Hace ya mucho tiempo que vivimos conformes con lo que somos, orgullosos de los próceres y de las tradiciones que hemos atesorado, sin tolerar a los iconoclastas ni a los malditos reformadores de nuestro Jardín de la República. Con la ayuda de Dios y de la Santísima Virgen de las Mercedes, los hemos radiado por completo. ¿De qué serviría cambiar, entonces? A mí también me gustaba pensar, como a casi todos los tucumanos de mi especie zoológica, que estábamos gestando una cultura latinoamericana para darle por las narices a la europeidad de Buenos Aires. Pasé años compartiendo ese consuelo. Ya llegaría el momento (pensábamos) de demostrar que teníamos razón. Pues bien: el momento ha llegado hace rato, y la razón no estaba de nuestro lado ni del contrario, sino junto a los revoltosos como Roberto Arlt, como Macedonio Fernández o como Julio Cortázar; junto a los que hacían pedazos la literatura, la gramática, la vida burguesa, la felicidad de dormirse una buena siesta e irse luego a discutir sobre Borges en La Cosechera. Esos locos sueltos conseguían cambiar el clima de todos sus alrededores, como una repentina corriente cálida, sin afligirse demasiado por su lugar de nacimiento o sus señas particulares. Hablaban claro y punto. Hacían la revolución porque no estaban conformes con lo que habían heredado, porque eran vulgares y desvergonzados aguafiestas. Para ninguno de ellos el amor a la patria consistía en homenajes florales, alabanzas pampeanas u odas al Aconquija y a Palermo. Nada de eso. Enseñaron que pelearse a muerte con el paraje natal era la mejor manera de serle fiel “, afirmaba Tomás.

Perón

Su vida cambió para siempre cuando entrevistó a Juan Domingo Perón en Puerta de Hierro. De ese encuentro derivaron una serie de notas periodísticas y un clásico, La novela de Perón. A partir de ese momento el periodismo y la literatura se convirtieron en, como solía decir, dos afluentes de un mismo mar. A través del periodismo intentaba reflejar la cara visible de la realidad; con la literatura pretendía llenar sus lagunas. Y con el cruce de ambos, explicar ese misterio que es la Argentina.  

Después de La novela de Perón (1985), el pasado y su provincia natal vuelven a ocupar el centro de la escena con La mano del amo (1991), su segunda novela tucumana. Su psicoanalista y luego amigo Luis Hornstein cree que es el libro en el que está más presente el autor. “Si publicaba inmediatamente Santa Evita, libro que ya estaba en mi cabeza, corría el riesgo de quedar encasillado como ‘peronólogo’. Por eso intercalé La mano del amo y el costo fue el desconcierto de la crítica y de los lectores”, me dijo Tomás, en una entrevista, años más tarde.  

Recién en 1995 llegaría Santa Evita, la más exitosa de sus “ficciones verdaderas”. Con ella se convierte en el novelista argentino más traducido de todos los tiempos. García Márquez, Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes se cuentan entre los primeros en reconocer el valor de esa obra protagonizada por un cadáver que no puede morir, primo literario de su Vicente Barbieri y de Simón Cardoso.

La última novela

Cardoso es uno de los protagonistas de Purgatorio (2008), el libro con el que el escritor intentó cubrir el hueco que le habían dejado los años vividos en el exilio. Es un muerto que no puede ser olvidado, un cartógrafo que surge de los pliegues de la nada y que traza una frontera coherente en un mundo que ha perdido la razón. En Purgatorio, el autor no intenta reconfigurar la imagen de personajes distorsionados por el mito o por los documentos. Hay, en la novela, una perfecta recreación del clima de una época, de la vida cotidiana de los argentinos en los 70; una extraordinaria descripción de una realidad que se resiste a ser descripta. A través de un abordaje oblicuo de un pasado reciente y violento, a suficiente distancia de los hechos y de los nombres de los manuales, la novela posibilita una revisión que elude el maniqueísmo habitual de las incursiones históricas en épocas cercanas.

Un episodio central de Purgatorio transcurre en Tucumán. La provincia también está también presente, a través de referencias o personajes, en El vuelo de la reina y El cantor de tango. En La novela de Perón aparece a través de Arcángelo Gobbi, criado en el Mercado de Abasto, quien aprende a leer al revés, como el propio Tomás Eloy aprendió observando el armado de las linotipos de LA GACETA.  Hay cuentos cien por ciento tucumanos como Bazán, publicado en LA GACETA Literaria en 2006 y luego como libro por la editorial Eloísa cartonera. E infinidad de artículos periodísticos y crónicas como Primavera del 55 (1994), donde cuenta el dilema que afrontó mientras hacía el servicio militar y le ordenaron reprimir una manifestación; La luz y la oscuridad (1995), sobre los 70 en Tucumán; o Tucumán arde, acerca del triunfo electoral de Antonio Domingo Bussi en 1991. Sobre este último y la desaparición de un grupo de linyeras narrada en Purgatorio, publicó un artículo simultáneamente en La Nación y en LA GACETA del que derivó un juicio por calumnias e injurias, ganado por el autor años más tarde.

Su provincia natal -representada a través de su familia, los años de la infancia y la juventud, los amigos que conservaría a lo largo del tiempo, su relación con LA GACETA, los personajes que reaparecerían en sus libros o en sus notas- ejerció una fuerte influencia en su vida y en su obra. “Tucumán fue siempre para mí el resumen del mundo -decía en el prólogo de Tucumán por Imagen- Aun ahora, cuando ha pasado tanto tiempo desde que me fui, sigo pensando que fue en Tucumán donde pude ver, de una vez y para siempre, todo lo que después encontré en la vida.”

© LA GACETA

* Este texto fue publicado originalmente en el libro Relatos infieles (Edunt).

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