La respiración del pasado

Repertorio de postales recuperadas de la infancia.

21 Junio 2020

MEMORIAS

ME ACUERDO

MARTÍN KOHAN

(Godot - Buenos Aires)

“Un libro digno de ser copiado. George Perec sobre Me acuerdo de Joe Brainard”. Con esa cadena de referencias a modo de epígrafe arranca el Me acuerdo de Martín Kohan. El de Perec es de 1978, y contiene 480 recuerdos; el original, de 1970, 1.500, y todos, excepto uno, arranca con un I remember. Incluso algunas revistas utilizaron el enfoque como sección fija para sus publicaciones. Lo cierto es que, más allá de la reproducción del formato, hay algo que resulta irreproducible: la experiencia de quien narra.

La primera entrada de Kohan rememora una “remera azul y blanca, a rayas horizontales, que no me quise sacar durante todo el mes de vacaciones, ni siquiera para entrar al rio”, y a partir de ahí comienza a desplegarse un extenso y variopinto repertorio de postales recuperadas de la infancia: la casa en La Serranita, Córdoba (“A todo el que lo saludaba: ‘Adiós, Patiño’, él le respondía ‘Patiño murió’”), el barrio, los amigos, las hermanas de los amigos, la propia hermana, los primeros -inocentes- amores, los padres, los abuelos, las marcas de autos, el judaísmo, la música, el cine, “el olor de la plasticola”, imágenes familiares (vacaciones, actos escolares, escenas hogareñas, primeros planos, publicidades). Reconstrucción de época -la década del 70 en Argentina- a través del ojo de un niño de clase media que conjuga lo íntimo y cotidiano con la cultura popular.

Así es el Me acuerdo de Kohan: flashes, fotografías quietas en el tiempo, destellos de la memoria; enumeración, inventario; la respiración del yo en el pasado, regresos fugaces a esa poética; la infancia y el lenguaje como las dos patrias de un escritor, según el adagio de Abelardo Castillo inspirado en Rilke.

La ultima entrada: “Con un muñeco bebé de mi hermana, yo a veces jugaba. Incluso le puse nombre”. ¿Cuál es ese nombre? No lo sabemos. Será el que figure en uno de esos libros que podrían seguir escribiéndose de por vida y que nunca leeremos. “Veo argumentos ambulantes, más que personas”, solía decir Gabriel Báñez. Algo de eso hay.

© LA GACETA

Hernán Carbonel

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