Sin decirlo, Menem dijo que "Palito" Ortega no sería vicepresidente

Simplemente sonrió mientras soltaba el humo de su cigarrillo y sugirió que no era el momento para tomar esas decisiones.

Sin decirlo, Menem dijo que Palito Ortega no sería vicepresidente

“Van Mameren, esta tarde tenés que viajar a Buenos Aires para entrevistarlo al Turco Menem”. El aviso era de Arturo Alvarez Sosa, jefe de la Redacción. No era el anuncio de una entrevista más sino el desafío que implicaba estar cara a cara con el Presidente de la Nación. Pero, además, era un presidente que sabía ejercer el poder y que venía haciendo lo que quería: desde jugar en la selección de fútbol o de básquet hasta presumir ante otro presidente o con las estrellas de la farándula. Y ni hablar de algunos episodios siniestros que les costaron vidas a los argentinos.

Antes de partir a hacer la valija me llamó Rubén Rodó, secretario de Redacción y quien todo lo sabía en el área política, y me dio las instrucciones finales. No vas a estar solo. Te va a acompañar el vasco Arrigorriaga (corresponsal de LA GACETA), pero lo importante es que vos le saques si (Ramón) Ortega va a ser su compañero de fórmula en los próximo comicios. Mientras en Buenos Aires, Carlos Ruckauf tejía su madeja para ser vicepresidente, en Tucumán, el peronismo se entusiasmaba con el destino futuro del cantautor-gobernador.

Esa era la pregunta clave. Ese era el motivo en realidad del viaje. Al día siguiente de mi regreso llegaría Menem a Tucumán y LA GACETA iba a tener el título anunciando que el futuro vicepresidente de la Nación podía ser “Palito”. Pero era una oportunidad única. Iba a estar frente a frente al Presidente y tenía la oportunidad de desarmarlo, de preguntar lo que nadie había preguntado. Debía desnudar aquello que el riojano siempre ocultaba. Sólo tenía que encontrar la pregunta exacta para desarticularlo. Él era del interior, pero seguro no nos daría mucho tiempo, por lo tanto, tenía que encontrar las estocadas justas. Metí en la valija un traje y decenas de recortes de diarios donde estaban sus escándalos, sus entrevistas, sus pensamientos. También guardé varios ejemplares de Página/12 que aún no había recortado, y en el que estaban escritos y desarrollados varios casos de corrupción. Por aquel entonces, los periodistas que acabábamos de empezar mirábamos embelesados el coraje y el periodismo de investigación de Página/12 que tenía a maltraer a Menem quien perdía funcionarios cada vez que “página” daba en la tecla con algún caso.

A Menem no parecía afectarlo. Por entonces, los hombres del poder repetían una frase muy típica: “yo lo acompaño hasta la puerta del cementerio”. Y, era así. Los funcionarios son fusibles y al Presidente hay que cuidarlo, se solía escuchar. Ahora, 20 años después, se defiende al corrupto o al funcionario como si fuera un hermano, y ante cualquier cosa se le echa la culpa a la prensa.

Llegué a Buenos Aires con la adrenalina propia de quien va a jugar una final de fútbol. No cené. Me quedé en la habitación de hotel leyendo y repasando los casos de corrupción. Subrayaba los diarios y anotaba en un cuaderno preguntas para hacerle. Intuía los goles que iba a anotar. La corrupción era su punto débil. No debía dejarlo hablar de sus logros, para eso tenía un séquito de adulones que formaban la poderosa cohorte del riojano que ya no era patilludo y tampoco parecía muy federal que digamos. A las cinco de la mañana dejé de anotar preguntas.

Aquel mediodía la Casa Rosada no parecía la sede del Poder Ejecutivo de una Nación. Se había convertido en unas ruinas en reconstrucción. Andamios, pinturas, trabajadores de la construcción por doquier y tablones que marcaban un camino desconocido. El despacho del Presidente no era el que después ocuparían los cinco de la inestabilidad democrática ni Duhalde, ni Kirchner, ni su esposa, ni tampoco el de Macri o el de Alberto Fernández. En la antesala había dos gastados sillones y varios pintores. De pronto, apareció Manolo que ofreció cafés y avisó que el Presidente se demoraría un poco. Cuando ese poco ya era mucho, salió el secretario de Comunicación, Guillermo Seitas, un hombre de Domingo Cavallo que había heredado Menem y anunció que en 15 minutos nos atendería el Presidente.

Era el momento de revisar el grabador y de puntear las preguntas. Los grabadores siempre fallaban. Las cintas se salían. Había que anotar todo por las dudas el grabador fallara. Por las dudas encendí los dos grabadores antes de que nos hicieran entrar. Nada podía fallar.

Se abrió la puerta, Menem nos saludó. Recordó a LA GACETA de cuando él era gobernador de La Rioja. Se dirigió hasta su escritorio principal y, cuando se estaba por sentar, se volvió y dijo: “vamos a estar más cómodos en aquella mesita”. Nos sentamos alrededor de él y comenzó un gran show. El Presidente parecía un equilibrista sin red que se divertía con cada pregunta, sonreía, contestaba lo que preguntaran, pero siempre se ocupaba de no contestar nada. Los minutos pasaban y los casos de corrupción eran un problema que no le preocupaban porque eran cuestiones de la Justicia y las elecciones que se aproximaban eran para él un partido resuelto. Los goles no aparecían, daba vueltas las hojas del cuaderno y los nervios no me dejaban entender mi propia letra. Él seguía haciendo piruetas y yo no tenía ni un título. Se dio vueltas y miró si a sus espaldas: estaba Seitas. “Sonamos –pensé- aquí viene el Secretario de Comunicación y nos dice que hay algo urgente, y todo se termina”. Sentía el peso del poder y la incapacidad e ignorancia propia para por lo menos hacer una pregunta inteligente. Su funcionario se acercó y le dijo algo al oído. Buscaba desesperado alguna pregunta salvadora. Había dejado para el final la orden que me había dado Rodó antes de partir. Los manuales de periodismo dicen que es mejor hacer las preguntas más complicadas al principio. Pero no estaba para repasar lecciones. La entrevista era un desastre y no teníamos título.

-¿Ortega va a ser su candidato a vicepresidente?

Mis balbuceos sobre corrupción, sobre hiperinflación y las preguntas de Arrigorriaga sobre las economías regionales no habían podido ponerlo nocaut. Al contrario. Tampoco había podido –o sabido- preguntarle sobre sus vaivenes ideológicos y menos aún sobre su golpe a Alfonsín. Pero aquella pregunta al menos lo pondría contra las cuerdas. Un sí o un no eran decisivos en su visita a Tucumán.

Volvíó a mirar a Seitas y éste le acercó un cigarrillo. Eran de esos Particulares/30, negros. Cuando nos ofreció un cigarrillo supuse que estaba buscando tiempo para pensar. Pobre periodista iluso. Se rió y simplemente mientras soltaba el humo sugirió que todavía no eran momentos para tomar esas decisiones. Una de las herramientas fundamentales de estos encuentros son las repreguntas. Y ahí me empantané más porque bailaba sobre las indefiniciones como Fred Astaire.

El reloj avanzaba y por primera vez sentí que la entrevista la estaba terminando el periodista abatido y no el entrevistado agotado. Pero un minuto antes de la despedida, Menem nos dijo “voy a hacerles un pedido”. “Es un político más que se rinde ante las preguntas. Ahora nos va a pedir que no digamos nada de Ortega, de Tucumán, del tabaco, ni de algún tema que no le gustaría que se publique”: me apresuré en dictar sentencia y me sentí reconfortado porque en ese caso algo nos salió bien. En el avión, mientras escriba la nota, tomaré la decisión de aceptar su pedido o no. “Les pido –dijo el Presidente de la Nación- que no pongan que fumé dos cigarrillos porque le prometí a Zulemita que no iba a fumar más”. Demasiado pícaro para un periodista inexperto.

Esa misma tarde, al llegar a la Redacción, sabía que había fracasado. Todas las expectativas de la partida habían quedado en la valija. Me acerqué al despacho de Rodó y solté una confesión: “no tengo nada. No me dijo nada”. “Sólo me animo a sugerir que Ortega no será el candidato a vicepresidente pero sólo porque se rió y no sostuvo que será”, balbuceé.

El objetivo de la nota había sido saber sobre el futuro de Ortega y por allí fue la crónica. Terminamos sugiriendo que “Palito” no sería el bendecido. Tiempo después la historia nos dio la razón cuando el Presidente anunció la fórmula Menem-Ruckauf favoreciendo una vez más a Buenos Aires y dejando el interior desplazado.

Al día siguiente y con LA GACETA en la mano, varios adulones e hiperorteguistas subieron al Tango 01 para pedirle explicaciones a Menem sobre esta decisión de que el tucumano no fuera su vicepresidente en su último período de Gobierno. “Todo lo que dice LA GACETA no es verdad”, cuenta que respondió el Presidente. Y, aliviados todos, descendieron.

A la salida del salón VIP del aeropuerto Benjamín Matienzo estábamos todos los periodistas esperando para sacarle alguna declaración. Menem salió, dijo que no iba a hablar y se abrió paso entre los periodistas. En un momento, se detuvo, me miró, me estiró la mano y siguió caminando. Obviamente, no me salió ninguna pregunta, pero el gesto sirvió para corroborar que lo escrito era verdad.

Fue la última vez que entrevisté a Menem. Polémico, pícaro, corrupto, osado al punto de sacrificar vidas en pos de su poder, pusilánime como para utilizar los fueros para seguir libre, pragmático por ser capaz de responderle fielmente al kirchnerismo que lo pisoteó, o de no cumplir las promesas que le dieron sus triunfos, traicionero al terminar favoreciendo al centralismo y a las luces porteñas antes que a sus orígenes riojanos, y respetuoso de la prensa.

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