Jóvenes tucumanos dicen por qué no se vacunan, sin ser antivacuna

LA GACETA habló con defensores de estas ideas. “En un cuerpo sano un virus no ingresa”, afirman.

Jóvenes tucumanos dicen por qué no se vacunan, sin ser antivacuna

Médicos, enfermeros y el personal de salud en general vienen luchando, agotados, contra una pandemia hace más de 18 meses. También se vieron negocios destruidos y familias endeudadas por el impacto económico que generó el virus. Además, por supuesto, está el dolor que causó en todos los que perdieron un ser querido a causa del coronavirus, quienes debieron despedir antes de tiempo a su padre, madre, hermano, pareja, amiga, y la lista sigue. Pese a todo ello, aún hay jóvenes (menores de 35) que deciden no vacunarse, jóvenes que atribuyen su decisión a diferentes razones.

“El año pasado, siguiendo una dieta con un nutricionista, aprendí que mi cuerpo se encuentra sano si me alimento sanamente. Entonces en un cuerpo sano un virus no ingresa”, explica Sebastián Raya, de 30 años, sobre su decisión de no vacunarse contra la Covid-19. “Es un virus como todos, y la cura es exactamente a través de la alimentación, no a través de una vacuna”, sostiene, seguro de su argumento.

Si bien los menores de 30 que no se inocularon no alcanzan la mayoría, el dato llama la atención: apenas arriba del 50% de ellos se inscribió para recibir la vacuna, nada a comparación con el 95% de adultos mayores que se inscribieron para ser inoculados.

“De hecho hasta estuve con mucho miedo por ser grupo de riesgo, pero me puse a investigar y experimentar con la dieta, convivo y conviví con gente que estaba contagiada, y mi cuerpo ni bola al virus”, dice Sebastián, a quien ni el hecho de ser asmático lo convenció de inocularse. “Lo que menos tengo es miedo de contagiar, ya que no considero que mi cuerpo contagie algo que no tengo a otro”, sostiene, convencido de que es imposible contagiar a alguien cercano.

Laura Rojas (25), otra de las jóvenes consultadas por LA GACETA, hace un planteo similar: “creo que soy una persona muy sana, que mi cuerpo es perfecto y capaz de generar anticuerpos por sí solo. Además no quiero actuar desde el miedo y elegir vacunarme sería temerle al virus”.

Al comenzar la pandemia, Laura creyó que lo ideal sería cuidarse a través de un estilo de vida saludable, con buena alimentación y actividad física, para evitar padecer cualquier virus.

Sus familiares están al tanto de su decisión y le piden que se vacune. Laura no hace caso, está segura. Sus amigos, mientras, desconocen sobre la situación: “no hablo de eso con ellos, no pienso en el tema, no lo tengo en la cabeza y creo que la mente puede mucho con el tema del virus así que hago de cuenta que no existe”.

Otros van más allá y aseguran que AstraZeneca, Sputnik V, Pfizer y las demás ni siquiera son vacunas y que todo esto se trata de un experimento a escala planetaria.

“Somos voluntarios pero no te lo dicen de esa manera, te la pintan para que pienses que si no te la ponés te vas a morir”, dice un estudiante de Medicina de la UNT que prefiere mantenerse en el anonimato para no ser “juzgado por los profesores”.

Aunque el joven admite que se demostró que las vacunas generan anticuerpos, duda sobre los efectos secundarios que puedan tener. Su experiencia en el hospital -es alumno rotante de la carrera de Medicina- hace que su desconfianza aumente. Además, atribuye que la baja de casos en los países donde la vacunación es un completo éxito se debe a una “evolución natural, normal en todas las enfermedades”.

Por último, plantea dos cuestiones que considera fundamentales: la obligatoriedad de las vacunas y los contratos con los laboratorios.

El joven aclara que no se trata de una vacuna obligatoria, pero que sí hay muchas que lo son y alude que debería tratarse de una decisión personal.

“Las farmacéuticas tienen inmunidad y confidencialidad. La confidencialidad es gravísima porque no dicen qué componente tiene un remedio, y la inmunidad hace que no se los pueda denunciar ni que indemnicen, no se hacen cargo de lo que pasa después”, concluye.

Pese a sus posturas y opiniones, ni Sebastián, ni Laura, ni el estudiante de medicina se consideran “antivacunas”.

Efecto en las redes: "hay que pensar bien por qué no se vacunan"

Paula Storni, filósofa, piensa el tema de los jóvenes y fue consultada por LA GACETA. En primer lugar, la mujer no cree que el porcentaje de jóvenes que deciden no vacunarse sea tan alto, en segundo término, dice que en cuanto a quienes efectivamente no se vacunan habría que pensar bien el por qué. Como filósofa, Storni saca de su reflexión preguntas más que respuestas. “Habría que ver cuál es el porcentaje y por qué se visibilizó más en esta capa etaria que en otras”, dice.
Si bien no está de acuerdo con esa visión de oposición que se presenta entre el mundo adulto y el mundo de los jóvenes, Storni piensa que las redes sociales jugaron su papel. “Las redes sociales tienen un impacto fuerte en cuanto a la campaña de vacunación. Eso habla también del valor de las redes en cuestiones que tienen que ver con la salud pública y el bienestar público en general. Más allá de vincularla solamente al ocio, al entretenimiento, etcétera, me parece que con las redes sociales se puede concientizar, se puede apelar a la concientización de la cosa pública”, opina la filósofa que investigó sobre temáticas de culturas juveniles.

Ver la muerte desde lejos: "piensan que se llevan el mundo por delante"

Ana María Benítez, psicoanalista, no se sorprendió al enterarse de cuántos jóvenes decidieron no vacunarse. “El joven no le tiene la misma confianza y van a elegir cuál vacuna ponerse, entonces no tienen calendario porque ven a la muerte muy lejos todavía”.

En este sentido, habla de la “petulancia del joven”, en quienes no está todavía la idea de la finitud. “Uno fue joven y es así, sorprende, pero es por  tiempo vivido. Uno cuando es joven piensa que se lleva el mundo por delante. En cambio una persona mayor que ha vivido una vida cambia su perspectiva, y al joven le falta caminar esa vida”, reflexiona.

También atribuye esta situación a una forma de ser narcisista e individualista de los miembros de la sociedad, características que no son ajenas a los menores de 35. “Hay una tendencia al individualismo, a borrar todo compromiso social, pero no sólo de los jóvenes. Lo podemos ver también con las vacunas, unos países tienen más que otros”.

Por último, la mujer dice que la campaña de comunicación para convencerlos debe ser diferente a la usada para rangos etarios más ancianos.

Cambiar la comunicación: "un mensaje segmentado", pide una médica

Adriana Bueno, infectóloga, sostiene que al tratarse de una vacuna voluntaria es esperable que no se una el 100% del padrón y es optimista de cara al futuro: “creo que vamos a llegar al 80% de cada uno de los grupos etarios”.
Bueno es otra de las que cree que el tema se debe abordar también desde la comunicación con el objetivo de atraer a los jóvenes a la vacunación.

“Hay que utilizar las redes, los spots, para determinado grupo etario, para eso está la gente que sabe de comunicación y debe haber una campaña con un mensaje segmentado para el grupo que se debe vacunar”, opina.

Además -insiste- se trata de una campaña de vacunación voluntaria en la que el número de inoculados nunca será el mismo que el que se en los casos de vacunaciones coercitivas. Es por eso que Bueno considera que se debe encarar como un gesto de solidaridad.

“La vacunación es un gran acto de amor y solidaridad en una comunidad donde vivimos, y el interés común tiene que ser antepuesto al interés personal. Esa es la esencia de la vacunación”.

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