Una rara huella poscovid: vivir entre olores fétidos

Dos tucumanos cuentan cómo cambió su vida desde que el virus se fue dejándoles una horrible condición: parosmia, la distorsión de los olores y sabores. Su vida social se trastornó

Imaginemos por un segundo cómo sería nuestra vida si perdiéramos tan solo uno de los sentidos. O si se distorsionaran y dejaran de cumplir su función. El mundo no sería el mismo. Si de pronto, el aroma al café de la mañana se volviera una daga que entra por nuestra nariz como un hisopo gigantesco y removiera nuestras tripas. Si olor a la carne a la parrilla se transformara en un hedor insoportable a carroña. Y si todo eso solo nos pasara a nosotros. Los demás estuvieran compartiendo un asado entre risas, y nosotros, a un costado, conteniéndonos las ganas de vomitar. Así es la vida de quienes padecen una rara secuela del coronavirus. Parosmia es su nombre. La distorsión de los olores a causa de una alteración de las células nerviosas. Dos tucumanos que la sufren cuentan cómo les cambió la vida.

“Tuve covid en la segunda ola, a fines de mayo, principios de junio de 2021. Al principio estaba contento por no haber perdido el gusto y el olfato porque sabía que mucha gente empieza con eso, pero me pasó al quinto día. Desde entonces nada volvió a ser igual. Lo que más me llamo la atención es que lo perdí al 100% durante tres semanas en cuestión de horas. Recuerdo que me ardía muchísimo la nariz, como cuando te entra cloro en la pileta. Después me explicaron que era el virus que estaba dañando las células nerviosas del olfato”, relata el joven J. M.

“Esas primeras semanas fueron muy frustrante porque solamente podía sentir la textura y la temperatura de la comida, nada más. Era muy extraño comer, pero al fin y al cabo podía hacerlo, e incluso comía un poco más porque me daba ansiedad no sentir el gusto ni los olores. Después de mi alta médica, comencé a mejorar de los otros síntomas pero ahí empezó lo que arrastro desde entonces: parosmia. Se trata de la distorsión de la mayoría de los olores y sabores. Esto empeoró demasiado mi calidad de vida. Era desesperante, no sabía lo que me pasaba. Cuando ya empezaba a recuperar el sentido del gusto y del olfato todo empezó a saber y oler mal, como a podrido”, cuenta el veinteañero.

“Cada semana era sentir un nuevo sabor y olor desagradable. Yo decía prefiero no sentir nada a esto. Cada semana dejaba de comer cosas que antes me gustaban, su sabor era insoportable. Ya no sabía cómo alimentarme, bajé ocho kilos. Me volví vegetariano porque la carne es uno de los peores olores y sabores que puede haber para mí".

"Recuerdo que el primer olor y sabor que volví a sentir fue el del café, pero totalmente distorsionado. Yo que era cafetero ahora no lo tolero. Me encantaba la pizza y ya no la aguanto. Hoy estoy en una meseta, sé lo que puedo y lo que no puedo comer. Pero todo esto alteró muchísimo mi vida social. Ya no me atrae ir a un bar y menos salir a comer afuera”, dice.

A J. M. le llevó mucho tiempo encontrar un profesional que sepa cómo tratar su afección. “Ahora estoy bajo tratamiento desde septiembre. Tomo complejo vitamínico B, suplementos nutricionales por la pérdida de peso y una pastilla neuroregeneradora del ácido teóctico, para estimular la plasticidad de lo que fue dañado”, explica.

Pero una de las cosas que más le cuesta es la aceptación social de su problema. “Mucha gente no te entiende y veces me siento muy juzgado. Muchos subestiman este tema y no se imaginan cuán duro puede ser realmente”, se lamenta.

Fernanda Gramajo tiene 25 años, es docente y tuvo covid en octubre de 2020. Además de dolor de cabeza, fiebre, tos y resfrío tuvo anosmia, que al principio pensó que era el más leve de los síntomas. Pero se equivocó. La enfermedad transcurrió en su casa, sin complicaciones, hasta que le dieron el alta, allí realmente pudo evaluar lo que el covid había dejado en su cuerpo. “Habían desaparecido todos los síntomas menos la anosmia que me duró hasta diciembre que comencé a tener recuperar el olfato. Pero ya entrado el 2021 noté que algunas cosas olían a podrido. Las demás personas me decían que las cosas estaban en excelente estado, pero yo insistía. Hasta que consulté con un médico que me confirmó que lo que me estaba pasando era real”, recuerda la joven.

Fernanda no puede comer carnes, cebolla, ajo, huevo ni alimentos que contengan esos ingredientes, como tampoco soporta los olores a combustible y a gas, entre otros. “Esta condición afecta mucho mis planes de mi vida, sobre todo en lo que hace a la nutrición porque me veo obligada a ser vegetariana. No puedo permanecer en algún lugar donde alguien esté cocinando carne o cebolla porque para mí es intolerable. Tampoco puedo ir a bares y restaurantes y cuando voy a reuniones sociales me llevo mi propia comida o permanezco alejada de las otras personas porque no soporto el olor de lo que comen. Ya fui a varios otorrinolaringólogos, probé con aromaterapia, stray nasales y nada me ha funcionado hasta ahora. Vivir así es horrible”.

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