El clan que mudó su riqueza de Tucumán al mundo

DISPONIBLE EN YOUTUBE. El corto muestra a la nieta de Clodomiro Hileret, de 11 años, manejando un auto. DISPONIBLE EN YOUTUBE. El corto muestra a la nieta de Clodomiro Hileret, de 11 años, manejando un auto.

¿Quién puede resistir un gran relato? El de la familia Hileret parece imaginado por Kipling y narrado con la pasión del más puro realismo mágico latinoamericano. Es un cuento tallado desde los aromas y los ardores de la exuberante flora tucumana, un verde apabullante que cobija pactos diabólicos, perros infernales y la manteca al techo arrojada por una familia cuyas aspiraciones de realeza venían flojas de títulos nobiliarios. Pero con un apellido francés y la riqueza proporcionada por un ingenio descomunal, ¿a quién podía importarle ese detalle en aquel aldeano Tucumán decimonónico, sin duques ni marqueses con los que intimar? Da la sensación de que los Hileret -el patriarca Clodomiro y sus hijos- no fueron seres de carne y hueso; asoman como personajes de ficción, más bien lejanos, pasajeros de una permanente sensación de extrañamiento. Como si en Santa Ana no hubiera historia, sino un tiempo infinitamente detenido. Los Hileret, clan tan efímero como poderoso, se desembarazaron de Tucumán y puede que allí radique una razón. Se fueron para no volver. Hasta su palacete se extinguió por culpa de un incendio. Queda apenas una foto como testimonio, nada menos que la fachada de un castillo, con sus torres magníficas y cierto perfil gótico que remite a Poe. Porque, como la Casa Usher, la mansión de Hileret cayó. Pero quedó en pie el mito, que es subyugante, pero que tan mal le hace a la verdad histórica.

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Ahí está la leyenda de María Luisa, la hija quinceañera que sueña con un parque frondoso y principesco, capricho que papá Clodomiro convertirá en realidad mientras la nena y su mamá andan de paseo por Europa. María Luisa vuelve a Tucumán, le vendan los ojos antes de llegar a casa y el velo se corre para sorprenderla con ese mágico jardín francés. ¿No es un cuento maravilloso? El problema es que María Luisa había nacido el 18 de octubre de 1892, así que cumplió 15 años en 1907. En ese momento su mamá -Luisa Ángela Cayetana Dode- llevaba muerta varios años. Había fallecido el 3 de mayo de 1900, en Buenos Aires. No hubo entonces un periplo en el que la madre presentara en la sociedad europea a su hija ya señorita. En cuanto al parque, no hay documentos que certifiquen la fecha exacta de su construcción ni quién estuvo a cargo de la obra. Según la leyenda fue el francés Carlos Thays y así lo repite Internet hasta el cansancio, sin consignar la fuente de semejante afirmación. Ningún estudioso del vasto legado de Thays ni sus descendientes encontraron evidencia de que eso sea cierto. No hay nada que demuestre, ni siquiera que sugiera, que Tahys haya aceptado ese encargo ni -mucho menos- que haya estado en Santa Ana. Según la “tradición” el parque se inauguró en 1901, cuando María Luisa tenía 9 años (otra contradicción respecto del “sueño quinceañero”), pero ¿quién lo hizo en realidad? Es interesante y verosímil la teoría que lo atribuye al paisajista danés Federico Forkel, cuyos diseños se reparten -y repiten- en numerosas estancias y chalets que las clases altas fueron construyendo en aquella Argentina previa al Centenario. Forkel trazó varios parques privados que todavía pueden admirarse, sobre todo en el interior agrícola-ganadero de la Provincia de Buenos Aires. Parecidos al de Santa Ana.

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De Hileret, el pionero francés que de la nada construyó un imperio, se sabe poco y se especula mucho. Sí hay registros de sus osadas maniobras comerciales, que le permitieron alzar la mayor industria de Sudamérica relacionándose con las personas indicadas -Belisario López a la cabeza- y en el momento justo. Cuando fundó el ingenio Santa Ana ya estaba casado con Ángela Dode: habían dado el sí en el antiguo templo de La Merced el 30 de octubre de 1880. Tuvieron cuatro hijos: Luis (en 1883, fallecido poco después), Edmundo (en 1884, nacido en Francia), René (en 1890) y María Luisa (en 1892). A los tres les cayó como una bomba la muerte de Clodomiro, cuya vida se apagó en alta mar en 1909, en pleno viaje a Europa. Debieron hacerse cargo del negocio familiar, pero en la cabeza no tenían zafras ni chimeneas, sino la voluntad de poner distancia con Tucumán y con Santa Ana. Se inició entonces el lento e inexorable camino del adiós para los Hileret, que iban mudando la fortuna a Buenos Aires y a Europa mientras la suerte del ingenio se torcía. Hacia 1930, ya quebrada, la fábrica quedó en manos del Banco Nación. Cuando el barco se enderezó, gracias en buena medida a la prolija administración de un hermano de Ernesto Padilla, José, los Hileret ya eran leyenda en la provincia que los había hecho ricos.

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¿Qué fue de los hermanos Hileret entonces?

- A Edmundo no lo amedrentó el glacial invierno inglés y se casó en Londres, el 2 de enero de 1912, con María Inés Aldao Freyre. En segundas nupcias lo haría con Angélica Bunge Guerrico. Murió sin dejar descendencia.

- René repetiría el patrón de su hermano: casarse con una genuina representante del patriciado argentino. Valen para analizar este sistema de alianzas matrimoniales establecido entre los grupos del poder económico en los primeros años del siglo XX, conformando una suerte de aristocracia nacional, los trabajos del historiador Norberto Galasso. Con Odila Dufaur Jaquinet, René se casó el 8 de noviembre de 1914. Tuvieron tres hijos: Clodomiro, María Magdalena y María Luisa, bautizada así en homenaje a su inquieta tía. Esta es la rama que mantuvo vigente el apellido Hileret en el país, más no en Tucumán.  

- María Luisa, la “luz de los ojos de Clodomiro” que perdió a su madre siendo una niña, mantuvo intereses agrícolas en la provincia -la finca La Invernada fue un clásico en aquellos años- y hoy un campo experimental en La Cocha lleva su nombre. De todos modos, se radicó en Europa y allí formó familia. Se casó a los 19 años, en París, con Louis Francois Aubert, y tuvieron dos hijas: Beatrice y Marie-Jose. Divorciada de Aubert en 1939 -año de inicio de la Segunda Guerra Mundial-, volvió a casarse con Jean Bovet. María Luisa, la quinceañera que según el mito había soñado el parque digno de una reina, murió en Francia en 1965.

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YouTube esconde joyas. Hay que buscar con paciencia y aparecen. Una de ellas tiene la forma de un corto documental perteneciente al Archivo Histórico de la Nación y dura apenas 88 segundos. Filmado en 1928, cuenta una historia brevísima y sorprendente. Estamos en un parque, en el porteñísimo Palermo, donde una niña juega en las hamacas. De pronto aparece un coche imponente, un Jordan descapotado. El chofer, de riguroso uniforme -con botas y gorra- baja a buscarla y la acompaña hasta el auto. Y, aquí el impacto, ella toma el volante y sale manejando. El estado de conservación de la película es perfecto, la edición impecable y el tono de la historia, explicado con las placas propias del cine mudo, subraya el contexto. A la nena se le ha ocurrido conducir el auto y la narración, jocosa, lo celebra. En aquella Argentina de la abundancia había voluntades que no se discutían y el corto expone, con una potencia inapelable, esa condición de clase. Por más que la niña tuviera 11 años y apenas llegara a pisar los pedales. La protagonista del filme es María Luisa Hileret Dufaur, hija de René, nieta de Clodomiro. El orgullo que habría sentido su abuelo ante la determinación de la pequeña María Luisa es fácil de imaginar. En ese momento -el 28, “años locos” que precedían al crack de Wall Street- Santa Ana languidecía. Pero los Hileret, ajenos, protagonizaban sus propias películas.

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