Tucumán y una despedida imponente a Juan B. Terán

Miles de personas recibieron los restos del ex rector que venían de Buenos Aires. Silencio y congoja

MULTITUD. El reconocimiento que los tucumanos tenían hacia el ex rector. El féretro fue llevado a pulso desde el furgón hasta la carroza que lo trasladó hasta el Cementerio del Oeste. MULTITUD. El reconocimiento que los tucumanos tenían hacia el ex rector. El féretro fue llevado a pulso desde el furgón hasta la carroza que lo trasladó hasta el Cementerio del Oeste.

“Su ciudad natal, en su más amplia y auténtica representación, ha rendido a Juan B. Terán, en el acto de la inhumación de sus restos, el homenaje que se merecía. Se lo había ganado con su lucha permanente por el bien público, cultivando la inteligencia y tratando de llevar a su pueblo y a su patria por los mejores caminos hacia el porvenir. Por eso se preocupó, en primer término de la educación de la infancia y de la juventud y animó con su soplo la luz de la inteligencia, siendo el primero en encender la propia antorcha de su mente, para ser el guía de las jóvenes generaciones”. Con estas palabras nuestro periodista iniciaba la crónica sobre las ceremonias que se realizaron el 11 de diciembre de 1938 cuando los restos del fundador de la Universidad Nacional de Tucumán llegaron de Buenos Aires. Había muerto allí el 8 de aquel mismo mes, para recibir sepultura en el Cementerio del Oeste. “Fueron imponentes las exequias del Dr. Juan B. Terán”, tituló nuestro diario y la bajada decía: “Tucumán le tributó un amplio y sentido homenaje”. El reconocimiento social se demostró en la multitud que participó de los actos y acompañó el cortejo hasta el cementerio.

En la estación estaban el gobernador Miguel Campero; el obispo Agustín Barrére; representantes de la justicia, tanto provincial como federal; el rector Julio Prebisch, miembros del consejo consultivo y estudiantes universitarios; y miembros de los poderes legislativos provincial y nacional. El convoy hizo su ingreso poco después de las 12. Al abrirse el furgón, fue bajado el ataúd por amigos y familiares del ex rector. La estación quedó en un profundo y respetuoso silencio.

El traslado del ataúd estuvo a cargo de los hijos del extinto a los que intentaron ayudar muchas personas en la penosa carga. El féretro fue llevado hasta una carroza fúnebre que esperaba fuera de la estación. “Seguidos de una multitud reverente en cuya expresión se evidenciaba el estupor que causara la comprobación de la amarga realidad”, expresaba la noticia, y agregaba: “el sentimiento de pesar se contagiaba irremediablemente”. La multitud dejaba “ver más claro que nunca el alto valor moral, social, intelectual y humano de la obra que realizara en vida el doctor Terán”.

Al llegar la carroza los presentes bajaron el féretro que fue llevado hasta el pórtico del camposanto, donde se pronunciaron las oraciones fúnebres. Tras los discursos fue llevado hasta el mausoleo familiar por sus más allegados que eran acompañados por el obispo y otros sacerdotes de diferentes congregaciones, al tiempo que rezaban oraciones.

Discursos

Personalidades de la época se dieron cita en el cementerio, algunos de ellos dieron un significado aún mayor a la figura de Terán al hablar sobre él. Uno de ellos, Alberto Rougés expresó: “esta es la hora en que el Ser que sabe que ha de morir, esta es la hora, decimos, en que el hombre se siente morir en el amigo que muere”. Otra de las figuras que recordó a Terán fue el rector Prebisch quien consideró que su “vida fue una trayectoria de acción y pensamiento” y agregó: “la historia dirá cómo la Universidad sobrellevó su existencia precaria a través de las más graves y a veces tumultuosas transformaciones políticas, gracias al respeto que infundió siempre el doctor Terán, a su tacto, a su habilidad, a su desinterés insospechable, en una palabra a su personalidad excepcional”. Además dijo que “su obra -es decir su vida- lo hizo inmortal. Su cuerpo inerte ha de reposar algún día en el Panteón de los Próceres como recuerdo de uno de los forjadores más ilustres de la argentinidad”. A su tiempo y en nombre del Instituto Miguel Lillo habló el doctor Antonio Torres, quien expresó: “señores, no el doctor, no el magistrado, no el escritor, tampoco el hombre público, sino simplemente Juan Terán ha muerto“- Por su parte, Alfredo Coviello homenajeó a Terán en nombre de la Sociedad Sarmiento, al decir: “este espíritu grande que había rebalsado hace tiempo la modestia de nuestro ambiente provinciano, retorna a nuestro hogar, por el camino de las estrellas vuelve lleno de grandeza, vencedor en las más difíciles contiendas del pensamiento “.

De los estudiantes

El estudiante Alfredo Turbay en nombre de la Federación señaló: “fue un visionario que se adelantó al futuro con el sueño poético de nuestra universidad; porque fue luego capaz del tránsito dificilísimo del sueño a la realidad; porque vivió empeñado en trazar nuevos derroteros a la juventud, porque fue un hombre logrado plenamente, es que nos congregamos en dolorosa multitud al pie de este féretro para tributar, no un homenaje póstumo, sino un homenaje más a quien es acreedor de nuestra eterna gratitud”. Enfatizó: “porque él espiritualmente vivirá en nosotros y en sus obras. Ahí están sus libros, ahí está su ejemplo, y ahí está la Universidad Nacional de Tucumán pujante y activa, joven y grande“.

Varios oradores expresaron con tristeza que el fundador no alcanzara a ver su gran obra educativa, la Universidad, cumplir su primer cuarto de siglo pocos meses después, en mayo de 1939.

Tucumano de cepa

Terán nació en Tucumán el 26 de diciembre de 1880, hijo del doctor Juan Manuel Terán y de doña Sofía López Mañán. Por línea paterna era nieto de un gobernador de tiempos de la organización nacional, don Juan Manuel Terán. Y su madre era nieta del gobernador Javier López.

Según Carlos Páez de la Torre (h), Terán “se sentía tucumano. Escribió orgulloso que su “rancio provincianismo” era seguro que venía “del cántabro Ascensio de Lizarralde y Aráoz, que fundó hace 315 años una descendencia con trazas de inextinguible, en este cálido subtrópico habitado por gente parsimoniosa y holgona, y donde se puede vivir porque Dios le ha dado dos ilusiones: la nieve de la montaña y la música de su selva”.

Se recibió de bachiller en el Colegio Nacional en 1895: tenía entonces 15 años y ya dirigía un semanario, “El Curioso”. Pasó a estudiar a Buenos Aires. La Universidad lo saludó doctor en Jurisprudencia a los 21 años, con la tesis “La Escuela Histórica en Derecho”. Volvió a la ciudad natal. Entró al bufete de su padre, donde le llovieron los clientes más importantes.

Evitaba la política pero no pudo negar a su gran amigo Luis F. Nougués su concurso en el partido Unión Popular. Fue elegido diputado a la Legislatura por tres períodos, y tuvo una banca en la Convención Constituyente de 1907. Su primer libro fue “Estudios y notas”, en 1908. En 1912 se sancionó su proyecto de creación y en 1914 se puso en marcha su sueño de la Universidad de Tucumán, de la que fue rector hasta 1929.

Fue presidente del Consejo Nacional de Educación y vocal de la Corte Suprema de Justicia de la Nación hasta su fallecimiento.

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