No maten a la “gallina de los huevos de oro”

El campo argentino debe ser tomado como una conjunción de tierras y de seres humanos, que se juntaron para producir alimentos agrícolas ganaderos de calidad, con el fin dar de comer a sus pobladores y a otros muchos millones de habitantes que viven fuera de su territorio. El productor evalúa, financia, siembra, realiza sus labores, cosecha y luego comercializa, para lograr bienes y servicios que favorecen con lo producido a una cadena interminable de eslabones.

Actualmente este campo, en el cual los productores tucumanos están insertos, está sufriendo las consecuencias de un fenómeno “Niña” que se viene manifestando muy fuerte desde hace tres años, con una irregularidad de precipitaciones y un aumento de las temperaturas pocas veces vistos.

Esto hizo que los campos sintieran sus efectos de manera muy diversa ; por lo que hoy pueden verse un mosaico de situaciones, en el cual la pérdida de rendimiento es, en mayor o en menor grado, el factor común. Incluso muchos de ellos muestran pérdidas totales.

Esta situación se observa, principalmente, en la cadena de producción de granos del país y en muchas de las economías regionales que se desarrollan en el vasto territorio argentino, dentro de las cuales se inscriben las actividades azucarera, citrícola y demás producciones de nuestra provincia.

Los diferentes medios de difusión argentinos -relacionados o no a las actividades agropecuarias- de manera permanente están informando sobre los efectos y sobre los daños que el fenómeno climático está ocasionando sobre las diversas producciones. Se publican diferentes artículos sobre las pérdidas productivas y económicas que esta situación está generando.

Solo basta analizar las estimaciones de producción de soja y de maíz elaboradas por técnicos de la Bolsa de Cereales de Buenos Aires (BCBA). La entidad afirma que para la actual campaña, de la oleaginosa solo se produciría unas 25 millones de toneladas, la cifra más baja que se dio desde la campaña 2000-2001.

Los profesionales de la BCBA indican que el clima fue determinante para la drástica baja de la producción sojera. En primer lugar, la sequía viene golpeando las principales zonas productoras de granos desde junio del año pasado. Después se sumaron las heladas tempranas durante febrero. Y, finalmente, la gran ola de calor que azotó al país desde el 27 de febrero, con temperaturas que superaron los 40° C.

Los autores del informe señalan que esto causó que los rendimientos sean muy pobres y los más bajos en 22 años, a lo que se suman importantes pérdidas del área cosechable. Debido a esto, la BCBA bajó a 25 millones de toneladas la proyección, lo que representa una caída de un 42%, respecto del ciclo anterior.

En este mismo sentido, la Bolsa de Comercio de Rosario (BCR) también había bajado considerablemente sus estimaciones en soja a 27 millones de toneladas. Los técnicos de esta institución precisaron que solamente en los cultivos de soja, de trigo y de maíz -que constituyen el 87% de la producción de granos en la Argentina y un 43% de las exportaciones totales del país- las pérdidas superan los U$S 14.140 millones.

Los expertos de la BCR puntualizaron que esta pérdida de dinero implica el mismo costo monetario que se requiere para sembrar la próxima campaña. Pero lo más grave es que no solo afecta a los productores de granos, sino también a todas las demás actividades vinculadas a este sistema productivo.

La entidad rosarina añade que si se suma la menor demanda de fletes, de mano de obra y de servicios financieros, las pérdidas totales para la actividad económica nacional llegan a U$S 19.000 millones.

Lo más grave es que a pesar de todo lo que viene perdiendo el campo con los golpes que le da el clima, la inflación y la suba de costos, las retenciones a las exportaciones seguirán, como si nada.

Según diferentes especialistas en estos temas , en los 20 últimos años el Estado recaudó unos U$S 175.000 millones provenientes de los ingresos que genera el campo.

Los que conocen de estos temas indican que los derechos de exportación (DEX) son probablemente el impuesto más distorsivo para el presente y para el futuro del agro, porque operan sobre el precio; es decir, sobre los ingresos. Estos DEX representan un golpe directo al punto de inflexión de seguir adelante o no con un sistema productivo, sin que interese si se trató de una buena o de una mala campaña agrícola.

Está claro que debe analizarse esta situación para no seguir matando a las “gallinas de los huevos de oro”. Porque si se sigue perdiendo capacidad productiva en todas las producciones agropecuarias del país se generará menos producción y, en consecuencia, menos ingresos de divisas para el país.

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