Silencio y caras largas. En ese contexto, con el reciente 4-1 propinado por Sarmiento todavía sin digerir, es difícil pensar que el plantel de Atlético haya podido disfrutar del sabor de las pizzas que les fueron ofrecidas en el vestuario del Eva Perón antes de subirse al micro para empezar a pegar la vuelta a Tucumán con la frente machucada y marchita.
Insípido, en todo caso, fue el devenir del equipo en Junín. Le faltó chispa para crear y para atacar, y careció de solvencia y pecó de ingenuidad para retroceder y para defender ante un equipo con reconocidas limitaciones pero agigantado ante las muchas facilidades otorgadas por su rival de ocasión.
En definitiva, Atlético le abrió la puerta al “verde” para salir a jugar (y divertirse) como dice alguna letra de una canción infantil.
Errores, errores y más errores. Algunos de ellos infantiles, más propios de un partido intercountry que de un cotejo profesional de Primera División.
“Todos los goles llegaron por errores propios, no hay mucho por explicar cuando perdés 4-1”, concedió Lucas Pusineri tras la goleada. El técnico, como es habitual, no le sacó el pecho a las balas.
Hay instancias en la que los entrenadores pueden incidir con sus decisiones, y otra en que no. Es imposible que no se cometan errores individuales: un equipo de fútbol es, en última instancia, similar a un ser humano, también en su complejidad. El desafío es aprender de ellos para próximas ocasiones, buscar no repetirlos. Y también intentar que queden subsumidos en los aciertos.
Precisamente eso no ocurrió en la noche del domingo. Porque en ese primer cuarto de hora en el que Atlético entregó buenas sensaciones, con dominio de pelota y aproximaciones, le faltó punch para lastimar a su oponente “de a de veras” (como decía el Chavo del Ocho).
No es un problema nuevo. Los goles escasean esta temporada en el campamento “decano”. Mucho más cuando juega de visitante, condición en la que su poder de fuego suele extinguirse: apenas siete tantos a domicilio, y tres de ellos fueron en la noche mágica de Avellaneda.
Es decir, en los restantes 10 partidos fuera de casa solo gritó en cuatro ocasiones, tres veces gentileza de Mateo Coronel, también en Junín la excepción a la regla con su golazo. Marcelo Estigarribia –en casi todos los encuentros yerra alguna situación muy favorable- apenas festejó dos veces fuera del José Fierro. Y el resto de los delanteros del plantel cuando ingresan no aprovechan las situaciones.
Claro, tampoco es que Atlético genera demasiado. En ese “no nos encontramos con lo que queríamos” que deslizó Pusineri en la conferencia pospartido seguramente también se cuenta el fallido intento de reeditar el esquema coronado con éxito ante Godoy Cruz la fecha anterior: con tres jugadores ofensivos, esta vez con Braian Guille como enlace entre mediocampo y ataque, ante la ausencia de Ramiro Ruiz Rodríguez.
“La propuesta siempre es que tratemos de dar algún protagonismo diferente”, explicó el entrenador, al que hay que reconocerle su valentía básica, la de (casi) nunca salir a jugar de visitante aferrado al deseo de rescatar un empate.
El problema es que Guille (a veces peca de trasladar en exceso) se diluyó pronto y Joaquín Pereyra prácticamente estuvo desaparecido. Para colmo, con un Guillermo Acosta en horas bajas, a Adrián Sánchez no se le puede exigir que le crezcan tentáculos para conseguir tapar todos los agujeros en el medio.
Y finalmente, y no es menor, la defensa no ofrece hoy las garantías exhibidas durante algunos pasajes del torneo, sobre todo con la inclusión de Marcelo Ortiz (estuvo en el banco en Junín) como tercer central. Y hasta el habitualmente sólido Tomás Marchiori se equivocó frente al “verde” (más allá de algunas buenas intervenciones previas) y le costó el cuarto gol.
Para cerrar una noche aciaga, Pusineri dijo lo obvio: “lo de hoy (por el domingo) no fue bueno”.
La única buena noticia para Atlético en los últimos días no se produjo en Junín, sino que provino de Ezeiza, el jueves: de no haberse eliminado uno de los dos descensos por promedio, el partido con Sarmiento se hubiera transformado en un clásico por la permanencia, flagrantemente perdido.