Eduardo Sacheri: “Cuando escribo, no hay pretensión de verdad”

Acaba de publicar Nosotros dos en la tormenta, historia que narra un año en la vida de dos amigos que militan en distintos bandos de la lucha armada de los 70, antes del Golpe de Estado. Aquí cuenta detalles de la escritura de su novela, explica por qué prefiere la verosimilitud sobre la verdad y habla acerca de los momentos que lo marcaron en su infancia y adolescencia, que transcurrió en los mismos tiempos que los de su nuevo libro. “Todas mis novelas buscan un contexto histórico verosímil; pero verosímil, no verdadero”, aclara.

20 Agosto 2023

Por Alejandro Duchini

Para LA GACETA - BUENOS AIRES

476 páginas escritas en Castelar, al oeste de la Provincia de Buenos Aires. Cuatro estaciones del año, a lo Karl Ove Knausgård: otoño, invierno, primavera, verano. El noruego lo hizo en cuatro libros, Eduardo Sacheri en uno solo: en su reciente Nosotros dos en la tormenta (Alfaguara) tituló así cada capítulo. “Claramente no es un libro sobre la dictadura”, aclara el escritor y profesor de Historia respecto de este trabajo iniciado antes de la pandemia y que abarcó lecturas y entrevistas sobre el tema.

-¿Cuándo empezaste a pensar la historia de Nosotros dos en la tormenta y en qué momento comenzaste a escribirla?

-En 2018 la empecé a pensar. Dediqué mucho tiempo en el 18, en el 19 y en parte del 20 a investigar, antes de ponerme a escribir. Hay mucho material académico de muy buen nivel en Argentina sobre las organizaciones armadas y me dediqué a leer eso y a hacer entrevistas. Pero la estructura en sí la inicié durante lo más duro de la pandemia.

-¿Ubicarías esta novela entre las que refieren a la dictadura o se limita sólo a los tiempos previos?

-Claramente no se refiere a la dictadura; está situada íntegramente en 1975, termina en el verano de ese año. No tiene que ver con la dictadura ni con el golpe inminente. Por supuesto, quien lee sabe que unos meses después se inició la dictadura. Respecto de la dictadura hay, muy entendiblemente, un montón de literatura y cine. No siento que tenga nada más para agregar a un panorama tan diverso y tan amplio.

-¿Cuánto hay del Sacheri historiador y cuánto del Sacheri novelista en Nosotros dos en la tormenta?

-Todas mis novelas buscan un contexto histórico verosímil; pero verosímil, no verdadero. Cuando uno estudia y enseña Historia, intenta una aproximación a la verdad. En cambio, cuando escribe o lee ficción me parece que en todo caso lo que se busca es que las historias que se crean reboten dentro de la cabeza, de nuestros pensamientos, de nuestros sentimientos.

-¿En qué sentido?

-Que estimulen, que profundicen las preguntas, las sensaciones. Pero no hay pretensión de verdad cuando escribo. Lo que pretendo, por respeto a mis lectores y a los momentos que involucro en mi literatura, es que sea verosímil, que no haya desafinaciones groseras ni estereotipos. Eso implica investigar. Por eso dediqué mucho tiempo a reconstruir del modo más genuino posible ese contexto histórico, pero sólo a nivel de generar un contexto histórico con un buen nivel de verosimilitud.

-La historia refiere a la derecha y a la izquierda, debates que continúan. ¿Eso dice algo de los argentinos?

-Me parece que las discusiones de derecha e izquierda no abarcan sólo a la Argentina sino que abarcan la discusión política del mundo occidental, desde la Revolución Francesa para acá. Es natural que esas discusiones se produzcan. Pero también me parece interesante evitar los trazos gruesos, esto de utilizar categorías de derecha e izquierda como insultos. Eso habla de un debate público bastante empobrecido. Insisto: no la discusión sobre derechas e izquierdas sino el uso de esas categorías como insulto para los adversarios. Eso me parece empobrecedor, burdo, poco interesante y poco útil.

Regreso a la infancia

-¿Cómo te recordás en los 70?

-Por cuestiones biográficas, familiares, mi niñez se divide en dos niñeces. Hasta la muerte de mi padre, en el 78, fue una niñez muy de puertas adentro, de hijo menor muy cuidado, de lectura y juegos solitarios dentro de mi casa. A partir de la muerte de mi papá, lo que hubo fue una niñez de puertas afuera, de calle, de fútbol, de amigos que suplieran de alguna manera esa gran herida que acababa de sufrir. Era un pibe que soñaba, básicamente, con jugar en Independiente.

-¿Escribir sobre esos años es volver a tu infancia?

-En general escribir siempre es volver sobre mi propia biografía: distintos momentos, distintos roles, distintos vínculos.

-¿Te hace bien ese regreso?

-Siempre me hace bien porque me permite encontrar sentidos nuevos, entender de manera más profunda qué me condujo a ser quién soy en la actualidad. Entonces te diría que me hizo bien, sí, pero en eso no se distingue de cualquiera de mis otros libros.

-En la dedicatoria escribís: “Para vos, papá. Por lo mucho que aprovechamos el tiempo que tuvimos. Y por esa única vez que te vi llorar”. ¿Hasta dónde te marcó ese momento?

-Lo que recuerdo… es una época en la que había un solo teléfono fijo en las casas. El mío estaba en la cocina, en un lugar muy incómodo, colgado en altura, no estaba sobre una mesa. Recuerdo a mi papá recibiendo una terrible noticia y encorvándose en su tristeza. Y sobre todo lo que recuerdo es eso: a los seis o siete años mi papá era Superman para mí, y ver llorar a Superman fue un recuerdo muy vivo, que todavía permanece en mí.

-En esta novela volvés a apelar, algo que no es nuevo en tu literatura, a la figura paterna. ¿Hay algo que te lleve a ese tema?

-A lo largo y en el fondo de todo lo que escribo, lo que intento es entender mi propia vida. Hay ciertas cuestiones u obsesiones que prevalecen y tienden a volver recurrentemente. Sin duda, la pérdida de mi padre es una herida fundante en mi propia personalidad. Entonces creo que inevitablemente va a aparecer en mi literatura. En esta novela me interesaba explorar esto de una relación padre-hijo en la que lo afectivo sigue siendo sólido y profundo, mientras lo intelectual, lo racional, los separa. Las perspectivas de cada uno.

-¿Y tu rol de padre te ronda al escribir?

-Mi propio ejercicio como padre de hijos ya veinteañeros, bueno, también. Y mi propia reflexión, mis propios deseos, dudas, temores, también a su manera pueblan este y todos mis libros.

-Desde tus inicios, además de la relación padres-hijos, también referís a los amigos, al barrio y al fútbol. ¿Son obsesiones?

-La amistad, el barrio, la paternidad son asuntos fundantes de mi vida, no de mi literatura. O lo son de mi literatura en tanto lo son de mi vida, casi como una consecuencia. Me parece, no sé si le pasa a todas las personas, sospecho que sí, que los vínculos nos definen. Mi barrio, los amigos, mi familia, mis amores son los que construyen mi biografía y por eso aterrizan en mi literatura.

Un tipo de barrio

-¿Seguís viviendo en Ituzaingó?

-En Castelar (al oeste del conurbano bonaerense), que es donde me crié. Castelar e Ituzaingó son estaciones sucesivas del Ferrocarril Sarmiento. Me crié en la de Castelar. Cuando pudimos, con Gabi, mi mujer, que es de Ramos Mejía, otra estación del mismo ferrocarril, compramos un dúplex en Ituzaingó. Nuestros hijos nacieron allá y cuando la cosa empezó a prosperar regresamos a Castelar. Pero entre esas dos estaciones van los 55 años de mi vida.

-Sos el vecino conocido de la cuadra.

-No creo que mi presencia les modifique demasiado, porque uno con los vecinos se ve en cosas cotidianas: cortando el pasto, haciendo las compras, en mi caso saliendo a correr, además de cortar el pasto y hacer las compras. Tal vez lo que haya cambiado es que, sobre todo en un lugar no tan grande como Castelar, vas a hacer las compras y alguno se te queda mirando como “yo a vos te saco de los medios”. Pero no va más allá de eso. Los escritores podemos ser un poco conocidos pero no tenemos la masividad que tiene la gente de la televisión, actores, músicos. Entonces es un nivel de exposición relativamente pequeño.

-¿Quiénes leen tus novelas antes de que las entregues a la editorial?

-Un par de amigas mías: dos buenas lectoras con quienes comparto también lecturas. Son casi las dos únicas lectoras antes de que el escrito final lo lea mi editora en Alfaguara, Julia Saltzman. A partir de que lo lee mi editora, se incorporan mi esposa y mis hijos. Cada lectura tiene esas etapas sucesivas.

© LA GACETA

Todo lo que crece*

Por Clara Obligado

“¿Y si cada vida fuera un paisaje? ¿Si fuéramos llanos, selvas, médanos? Hay un término que define lo que comienzo a entender, lo que, en algún momento, representará la vida que me ha tocado: tierras escarpadas, pendientes, bancales y terrazas labradas hasta la extenuación, paredes de piedra que exhiben  hermosas esculturas de esfuerzo. A ese tipo de cultivos se los llama “agricultura heroica”. Encuentro esta definición que, de alguna manera, me representa. ¿Qué se puede plantar, cuando tu tierra ha desaparecido?

Conozco nuevos territorios, nuevas formas de labrar. No es un continente joven como aquel en el que nací, sino un territorio devastado por miles de generaciones y arados. Cultivos en terrazas, viñas nudosas, dehesas.

Empiezo a entender el paisaje”.

*Fragmento.

Perfil

Eduardo Sacheri (Buenos Aires, 1967) es profesor y licenciado en Historia, guionista y escritor. Publicó, entre otros títulos, los libros de relatos Esperándolo a Tito, Te conozco, Mendizábal y Los dueños del mundo, y las novelas La pregunta de sus ojos, Aráoz y la verdad, Papeles en el viento, Ser feliz era esto, La noche de la Usina (Premio Alfaguara 2016), Lo mucho que te amé y El funcionamiento general del mundo. La pregunta de sus ojos fue llevada al cine por Juan José Campanella como El secreto de sus ojos, film distinguido con el Oscar a la mejor película extranjera (2010) y cuyo guion estuvo a cargo de Sacheri y Campanella. Papeles en el viento fue filmada por Juan Taratuto y La noche de la Usina tiene su versión cinematográfica con el título La odisea de los giles, dirigida por Sebastián Borensztein. En 2022, publicó Los días de la revolución. Una historia de Argentina cuando no era Argentina. (1806-1820), el primero de sus libros de divulgación histórica.

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