Salón Nacional: Carlota Beltrame se ganó el gran Premio a la Trayectoria

El reconocimiento nacional. La artista se concentrará en adelante su propia obra. Los referentes en su extensa carrera y sus iniciativas para actualizar los discursos estéticos en la provincia. Una cachiporra de mármol

Salón Nacional: Carlota Beltrame se ganó el gran Premio   a la Trayectoria

Desde hace algunos años Carlota Beltrame ha sido favorita de algunos premios. Con su instalación “La utopía” ganó el primer premio del Salón Nación de Artes Visuales (2018) y en 2022 la Fundación Konex le otorga el diploma al mérito.

En esta oportunidad fue elegida como una de los ochos artistas a los que el Palais de Glace, el Salón Nación de Artes Visuales, concedió el Premio Nacional a la Trayectoria, que reconoce a artistas mayores de 60 años y reciben una pensión vitalicia equivalente a cinco jubilaciones mínimas y ceden, en donación al Estado nacional, una obra significativa de su producción. Las obras donadas pasarán a integrar el patrimonio del Museo Nacional de Bellas Artes, lo que constituye, en rigor, otro reconocimiento.

La artista comenzó a exponer sus obras hace más de 30 años: objetos, instalaciones, textil, y, por supuesto, dibujos y diseños. Del cuero de vaca y la estructura de alambre y el mármol hasta los tejidos de randa, pasando por instalaciones de luz, la artista califica como investigadora de los propios materiales que utiliza. Carlota Beltrame contó que ahora desea abrazar a tiempo completa el trabajo con su obra y ya prepara una muestra individual en la Fundación Klemm.

- Que te den un premio a la trayectoria, ¿lo entendés como el cierre de un ciclo? No deben ser pocos los que lo deben asumir como una jubilación.

- No para nada. Hoy siento que puedo dedicarme de lleno a mi propia obra. Durante años fui una “artista-etc”, esa categoría de la que habla el brasileño Ricardo Basbaum y que, habiendo pertenecido a una escena incompleta y en transición como la nuestra, me empujó a construir conexiones entre el arte y mi vida. Quiero decir que tuve que ser profesora, curadora, investigadora, gestora cultural y una larga lista de etcéteras, de tal suerte que en medio de esta variopinta multiplicidad de roles, llegué a ser amiga de mis alumnos, aprender de ellos, curar muestras de los que se convertían en artistas verdaderamente admirados por mí y que me superaban por mucho, defender intereses comunes, estudiar, teorizar y escribir sobre sus procesos, arriesgar relatos posibles sobre el devenir de nuestro arte… y equivocarme mucho por supuesto. Todo esto me hizo crecer muchísimo y espero también haber aportado en algo a un mayor compromiso con lo contemporáneo por parte de nuestra escena artística. Sin embargo, no tomo este Premio a la Trayectoria como una jubilación, sino como una oportunidad de profundizar en mi propio trabajo. Creo que ha llegado la hora de abrazar ese desafío por tiempo completo.

- En esa trayectoria, supongo que puedes elegir tres o cuatro obras que, para vos, dan cuenta de ella.

- ‘S/T’, la cachiporra de mármol de Carrara que hice en Alemania y que en 2016 pasó a integrar el acerbo de Museo Nacional de Bellas Artes; ‘Polizeipiestole’ la traducción en rodocrosita de una Ballester-Molina y que integra la colección Bruzzone; ‘Luz’, mi primera instalación lumínica integrada por luminarias con la forma del mapa de Tucumán; ‘Lugar común,’ mi instalación con baldosas en cuyo centro se halla calado el contorno político de nuestra provincia y, por supuesto, mi larga serie de piezas en randa como ‘La Utopía’, que ganó el Premio Presidencia de la Nación en el Salón Nacional de Artes Visuales de 2018 o ‘Revés de Trama’, la pieza que generara tanto escándalo en 2021 cuando fue expuesta en el Museo de la Casa Histórica y que el año pasado ganara el primer Premio Klemm. Son obras que me han sorprendido por su capacidad de independizarse de mí con la potencia de un discurso que yo misma no esperaba.

- Donaste “Los años de plomo”, ¿lo elegiste vos? ¿Por qué?

- Sí, elegí esa pieza porque conlleva un largo proceso de investigación para entender cómo trabajar el plomo, al que había elegido por su significado metafórico y me parecía que tal esfuerzo adquiriría su sentido final si tenía la suerte de terminar en el MNBA. También porque los típicos pañuelitos de randa, que finalmente traduje en ese metal, hablan claramente de Tucumán, nuestra provincia, aunando en una sola imagen la tradición y la belleza pero también la tragedia.

- ¿Qué influencias advertís en esa trayectoria, de esas que marcaron tu producción?

- Desde un punto de vista formal, me siento muy identificada con el minimalismo, cálido de cierta manera, pero minimalismo al fin. Pero para mí, la mayor influencia ha sido la de algunos compañeros y profesores del Taller de Barracas (estoy pensando en Claudia Fontes o en Pablo Suárez, por ejemplo), que me enseñaron a pensar la imagen en términos de discurso. Aquello fue verdaderamente revolucionario para mí. En 1993 con un grupo de amigos y amigas con los que coincidíamos en que debíamos actualizar nuestros discursos estéticos en términos de nuevos lenguajes, nos animamos a traer a Guillermo Kuitca. Comprendí que debíamos trabajar y estudiar muchísimo, porque había sucedido algo que pude corroborar más tarde en otras escenas artísticas de las provincias: si no tienes la suficiente preparación, no se aprovecha el esfuerzo de traer grandes figuras del mundo del arte porque es enorme la asimetría existente. Algo semejante había sucedido el año anterior cuando trajimos a Juan Acha con la Asociación de Docentes e Investigadores que yo presidía. Ha sido un largo camino a lo largo del cual fui desarrollando “pistas” cuyo origen se remontaba a décadas atrás, como cuando, en 2007, por fin pude leer a Marta Traba de quien le había oído a hablar a Enrique Guiot en la década de los años 80. Son cosas que arman el rompecabezas y que te permiten comprender que al camino transitado no lo construiste sola, sino merced al aporte de muchísimos actores.

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